Se trata de una mujer que desde que nació se sintió en un cuerpo que no le pertenecía.
Nunca sintió El día en que Rosalba se convirtió legalmente en Richard. Nacer mujer no fue su elección y tampoco se sintió nunca parte de este género.
Desde muy temprano, Rosalba Jiménez Márquez o, Richard Andrés Jiménez Márquez, como se llama hoy legalmente, se sintió atrapado en un cuerpo que no le pertenecía.
Los vestidos, la ropa de color rosa, los peinados delicados y las muñecas le resultaban extraños, incómodos.
En cambio, los juegos rudos, la compañía de los niños y el trabajo pesado de la finca en la que vivía con sus padres en San Alberto (Cesar) lo satisfacían y le generaban esa emoción de una infancia feliz.
Cuando empezó a tener uso de razón, Rosalba se dio cuenta de que por más de que lo intentaba no podía ser como las demás. A pesar de que su cuerpo, sus órganos genitales y su nombre eran los de una niña, no lograba adaptarse a ellos.
“No me sentía bien cuando tenía que ir a la escuela de falda, porque no me sentía yo, no me sentía natural. Podría tener el cuerpo de una mujer, pero lo que soy por dentro, lo que siento y amo es ser un hombre”, recuerda.
Y fue por esta misma razón que empezó a rebelarse. Los conflictos con sus padres comenzaron y su paso por la escuela también se convirtió en un difícil proceso, por la rigurosidad de los reglamentos.
Hasta ese momento, ni ella ni sus padres y mucho menos el entorno en el que comenzaba a desarrollarse, sabían que esta niña, con comportamientos de niño, era un transexual, es decir, “una persona que encuentra una seria y profunda disconformidad entre su sexo biológico y los demás caracteres sexuales”.
Un ser humano que si bien pertenece a un género, su cerebro, sus preferencias y sus gustos están conectados con uno contrario.
Para la familia de aquella niña que no superaba los 10 años de edad, su comportamiento, las inclinaciones que empezaba a manifestar hacia las personas de su mismo sexo y su sola forma de vestir, eran obra y gracia del demonio.
Por eso, antes que a un médico, o un sicólogo, prefirieron llevarla a donde un padre, quien con la Biblia en la mano intentó liberarla de lo que consideraban era un mal.
Ese rechazo que ya empezaba a sentir, además de la violencia intrafamiliar de la que fue víctima, llevaron a Rosalba a marcharse a escondidas de su casa.
En adelante, esta pequeña, que ya se consideraba un hombre, emprendió una larga travesía que le fue enseñando no solo de la vida sino que le permitió abrirse camino en un nuevo mundo en el que se sentía pleno, libre, pero sobretodo, él mismo.
Por ayuda de una tía continuó sus estudios en una escuela de varones, pese a que legalmente se seguía llamando Rosalba. Fue una experiencia inicialmente difícil, pero a la que en poco tiempo se acostumbró, reconoce.
La vida se la ganaba lavando carros y ya de adolescente se dedicó a manejar tractomulas.
Conoció a muchos amigos iguales que ella y se empezó a abrir paso en la comunidad LGBTI, (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales).
Primer paso a su cambio de nombre
A sus 16 años y gracias a una persona con la que trabajaba, Rosalba dio el primer paso para comenzar a liberarse de la mujer que llevaba encima.
Al término de una jornada de trabajo y en medio del compartir de unos tragos, su amiga decidió bautizarla “Richard”. Alguien que estaba con ellos, consideró que su segundo nombre debía ser “Andrés”, y en adelante esa pasó a ser su verdadera identidad.
Aunque en los papeles seguía figurando como Rosalba Jiménez Márquez, para el mundo que no conoce de detalles, era Richard Andrés Jiménez Márquez.
Pero fue el año pasado, por intermedio de una amiga que hace parte de la comunidad transgénero, que supo que desde 2015 se estableció la posibilidad de hacer este cambio en su vida, de forma legal.
Su anhelo era no solo dejar de ser la Rosalba con la que aparecía registrada en sus documentos, sino que el número con el que figura como ciudadana colombiana, la dejara de encasillar como una mujer.
Y fue así como se consiguió el dinero que requería para los trámites notariales y el seis de julio de 2016, en la Notaría Primera de Cúcuta, esta mujer de cuerpo, pero hombre de convicción, logró oficialmente cambiar su nombre y su sexo, y ser quien siempre quiso.
‘Me liberé’
Richard, como ahora se llama, recuerda que ese día en que legalmente se hizo hombre, tuvo la misma sensación que cree pudieron haber tenido los esclavos cuando recobraron su libertad y las cadenas desaparecieron de sus pies.
“Sentí como si me hubieran quitado esa mujer que cargaba encima y que no era, por eso lloré de felicidad”, asegura.
Aunque no reniega del sexo del que fue dotado por la naturaleza, pues reconoce que ser mujer le ha servido para saber cómo tratar a su pareja y a su hija, este transexual agradece haber podido encontrar su verdadero ser y que el Estado le permitiera la posibilidad de identificarse y desarrollarse como tal.
Hoy, Richard, quien fue uno de los colombianos que tuvo que salir huyendo de Venezuela en 2015, cuando el gobierno de ese país ordenó cerrar la frontera, no solo se dedica a trabajar en favor de los deportados en Villa del Rosario, sino que junto con la fundación Rostros Diversos LGBTI+H ayuda a las personas de esta comunidad que quieren hacer valer sus derechos.
Asimismo, en conjunto con la Personería del municipio histórico está promoviendo una serie de campañas y talleres, con el propósito de ir erradicando el rechazo hacia todas aquellas personas que no se sienten parte de su género.
“Si uno quiere, anhela y se siente bien con quien es, debe luchar para hacerlo”, sostuvo.
En unos años, Richard aspira operarse, practicarse la terapia hormonal y lograr así una transformación completa.
Una puerta que se abrió para la comunidad LGBtI
Si bien el cambio de nombre en Colombia es posible desde 1988, solo hasta el 2015 la Corte Constitucional le dio vía libre a la comunidad LGBTI para que también pudiera modificar su sexo en el registro civil de nacimiento, vía notarial.
A través de la Sentencia T-063 de 2015, la Corte consideró que la exigencia impuesta a las personas transgénero de acudir a la vía judicial para lograr la corrección del sexo inscrito en el registro civil, suponía la afectación de múltiples derechos fundamentales y representaba un trato desigual frente a los demás.
En ese sentido, estableció que la corrección vía notarial del nombre y el sexo reduce las exclusiones de los miembros de esta comunidad “en razón de los mayores costos y tiempos de espera que supone el recurso a un proceso judicial”.
En consecuencia, el Ministerio de Justicia expidió el 4 de junio de 2015 el Decreto 1227 que reglamenta la posibilidad de corregir el “componente sexo” en el registro civil.
La Notaria Primera de Cúcuta, Nelly Díaz Contreras, explicó que con esta normatividad también se le dio paso al cambio del Número Único de Identificación Personal (NUIP) de las personas que deciden cambiar el sexo en su documentación, para que esté acorde con su nuevo género.
“En el caso de las cédulas otorgadas con anterioridad a marzo del año 2000, se realizará la cancelación del cupo numérico a fin de que sea asignado un Número Único de Identificación Personal (NUIP) de diez (10) dígitos”, establece el Decreto 1227, y aclara que no se podrá solicitar una nueva corrección dentro de los 10 años siguientes.
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