Todos se han quedado en buenas intenciones, por eso, esta alcantarilla de 15 kilómetros sigue convertida en una cloaca.
Tantas historias revueltas como las aguas que circulan por él se han incubado en el canal Bogotá a lo largo de su historia.
Desde el inicio de su construcción por allá en 1961, hasta hoy, Cúcuta se ha mantenido como testigo mudo de esta alcantarilla putrefacta que recorre desde occidente hasta el norte unas tres docenas de barrios.
La solución que esperaron dar quienes estuvieron detrás de su construcción fue pensada para encausar las aguas lluvias que inundaban calles y viviendas y que cada vez que aparecían ponían en jaque a la ciudad.
A la postre, construirlo fue lo que mejor se aconsejó, sin embargo, tras esa solución también le nacieron al canal y a Cúcuta una docena de problemas, igual o peores que las inundaciones que soportaban los cucuteños de mitad de siglo pasado.
Problemas de todo tipo, dice Gerardo Guzmán Palacios, de 72 años, vecino del barrio El Callejón, ubicado a un costado del canal. Su sola presencia era imponente, como una autopista subterránea, dice el hombre.
El primer campanazo de lo que se vendría para la ciudad ocurrió un año después de iniciada la construcción. En la hora del almuerzo una explosión sacudió las mesas de los comedores en las viviendas de la avenida octava, justo en el barrio de Guzmán, dejando un saldo de dos niños de 12 y 13 años muertos, al explotar una granada con la que jugaban creyendo que se trataba de un juguete abandonado.
A lo largo del canal de más de 15 kilómetros, los vecinos empezaron a verlo como un lugar a la medida para dejar abandonados allí basura, desechos, escombros de todo tipo, animales muertos, todo menos las aguas lluvias para lo cual fue construido.
Con el paso de los años, pronto también llegaron a ocupar sus predios habitantes de la calle, que vieron en las alcantarillas que desembocan al canal, de más de 42 pulgadas, un escondite apenas ideal para atrincherarse en sus ratos de ocio o de traba, dice Guzmán.
Y tras los mendigos, también llegaron los alcohólicos, los niños de la calle, las prostitutas, los delincuentes, los heroinómanos, los bazuqueros y, por supuesto, los jíbaros. El canal se ha prestado a lo largo de los años para todo, y todos caben para cada misión que se requiere.
Pero también al canal llegó la muerte. Muchas vidas quedaron suspendidas en el lecho del canal, en guerras sin cuartel que libraron las bandas que impusieron dominios ‘sagrados’ en varios tramos en los que se debate el hampa a diario.
Por ratos el canal parece una cloaca, por ratos el canal revive, y también por ratos al canal se ha intentado, sin éxito, salvar.
Todas las intenciones para cambiarle la cara emprendidas por autoridades, organizaciones sin ánimo de lucro, grupos juveniles, policía, empresas privadas, han fracasado.
El canal y todo lo que circula por sus entrañas se resisten. Es como la marea en el mar, que sube y baja y se mantiene a la deriva.
Se han emprendido docenas de operaciones para liberarlo de los males que hoy lo corroen, pero igual a los pocos días vuelve a estar como antes.
Las historias que relatan los vecinos ponen la piel de gallina a quien las escucha. Guerra de bandas que controlan la venta de bazuco, heroína, marihuana.
Planes macabros para asesinar, enfrentamientos por el control de tramos, ancianos que fueron a parar allí para morir y rescates de niños que también, atraídos por las drogas, quedaron presos en las oscuras y malolientes paredes, han marcado la historia del canal.
En el oscuro inventario de esta alcantarilla alargada, también germinó el denominado Barrio Chino, que levantó sus predios en la avenida 8ª entre calles 4 y 6.
Es el lugar más inseguro de la ciudad. Incluso, muchos cucuteños lo califican como el ‘expendio de drogas más grande al aire libre’.
Los habitantes de calle, adictos, traficantes y ladrones aprovechan el canal Bogotá para vivir y escapar después de cometer sus fechorías.
Quien entra en él no va a cosas buenas, dicen los vecinos.
El canal se ha convertido en un dolor de cabeza para los distintos alcaldes de turno, que lo ven como un cáncer en etapa terminal del cual nadie quiere saber nada.
Los pocos intentos que se hicieron en las tres últimas alcaldías no pasaron de brigadas de aseo y programas temporales de asistencia alimentaria y de albergue para los ancianos indigentes.
Es más que un cáncer, dice el sicólogo Alexandro Parra, quien por espacio de dos años adelantó una investigación sobre los males que atacan el canal. ‘Es un mundo dentro de otro mundo’, dice.
El otro canal
Pero el canal Bogotá no solo alberga noticias negativas, este lugar, al que muchos llaman peligroso, fue escenario de ‘El Canal’, un cortometraje de ficción de 12 minutos que se filmó con actores reales.
El joven Juan Diego Aguirre Gómez, estudiante, se metió hasta donde pocos se atreven a hacerlo, por temor a que los atraquen o porque no aguantarían las inmundicias de una alcantarilla, y ahí recreó una historia sobre la vida en la calle, la drogadicción y el sicariato, que se demoró un año en producción y seis meses de edición.
Su trabajo tuvo reconocimiento y ganó el premio del público a Mejor Cortometraje en el Festival de Cannes Underground. La historia fue protagonizada por internos de la Fundación El Camino.
Espere la II Parte de esta serie del canal Bogotá sobre cómo se mueve el delito en esta alcantarilla de 15 kilómetros, y los testimonios de quienes vivieron en sus entrañas por varios años.