Los días para cincuenta mujeres que vienen todos días a Villa del Rosario desde San Antonio (Táchira), tienen sabor agridulce.

Ellas deben cruzar la frontera para traer a sus hijos a la escuela que funciona en La Parada, Villa del Rosario, y mientras ellos están en las aulas recibiendo conocimiento, ellas deben permanecer en las afueras del plantel esperando a que pasen las horas hasta que lleguen las 5:30 de la tarde para retornar de nuevo a sus casas.

Lo hacen por el corredor "humillatario", perdón, humanitario, dice en tono irónico Cecilia Alquichire, de 32 años, madre de dos hijos.

Uno quisiera ver a dos países hermanos integrados, compartiendo experiencias, pero no así como están ahora, separados por una frontera que desdice de lo que debe ser la verdadera hermandad, dice Adelaida Jaimes, una cucuteña que vive al otro lado del río Táchira, del lado venezolano, y quien comparte la misma experiencia de las demás madres que traen a sus hijos a estudiar a Colombia.

La aventura, como la califican, se inició el 20 de agosto, un día después de que el presidente Nicolás Maduro cerrara la frontera. Al principio fue duro porque nos tocó movilizarnos con nuestros hijos por la trocha y cruzando el río, para poder traerlos a la escuela, pero 15 días después nos permitieron que pasáramos a Villa del Rosario por el puente Simón Bolívar, es decir, por el corredor humillatario, replica Alquichire.

No las dejan cruzar solas hacia sus casas en San Antonio y por eso tienen que aguardar afuera de la escuela a que sus hijos terminen clases.

Algunas de ellas se vienen con el almuerzo en una bolsa y solo prueban alimento después de que sus hijos están adentro de las aulas. Su espera transcurría hasta hace un mes de una manera monótona y aburrida. En una de esas tardes las encontró el programa Cultura en La Frontera del ministerio de la Cultura y de inmediato las puso a tejer.

Las asesoras del ministerio les entregaron materiales, les enseñaron algunos trucos y las pusieron manos al hilo y a la aguja.

Hacemos atrapasueños, dice en medio de risas María Eugenia Mejía, una ciudadana venezolana que también trae a su hijo a estudiar a Villa del Rosario. Ella asegura que no matriculó a su hijo en San Antonio porque allá la educación es muy mala, “lo que aquí enseñan en tercero de primaria allá lo ven en primero bachillerato”, dice.

Todas las madres están decididas a sacrificarse por sus hijos así la frontera siga cerrada. “No importa, seguimos tejiendo y estamos seguras que vamos a aprender el arte y con él, quien quita que nos ganemos la vida más adelante”, dice Gladys Molina, madre de un hijo, y quien reclamó a Maduro para que reabra la frontera para que les permita a sus hijos estudiar.

Los rumores allá en San Antonio es que después del 20 de noviembre Maduro no va a dejar pasar a nadie de Venezuela hacia Villa del Rosario y Cúcuta.

*La Opinión