¿Es de los que tiende a reaccionar violentamente ante confrontaciones? sicólogos de la Universidad Simón Bolívar hablan de estos impulsos y por qué es mejor controlarlos.
Relaciónese bien con sus emociones
Luego de un comportamiento violento tomamos conciencia de cómo dar tránsito a nuestras emociones. El arrepentimiento, debido a las consecuencias del mismo acto, varía entre unas personas y otras. Y aunque queramos justificar nuestra agresividad, la moral y el juicio de reproche de la sociedad siempre estarán allí para señalarnos. “Nada justifica la violencia”, “no deberías reaccionar así”, “la culpa es tuya, por dejarte llevar por el impulso”… son algunas de las sugerencias que suelen venir de terceras personas.
A juicio de algunos, las personas mayores tienden a controlar mejor sus impulsos por la experiencia que da la vida y se cree que los más jóvenes, debido a su ímpetu, se dejan dominar por las reacciones impulsivas o violentas. No obstante, según psicólogos de la Universidad Simón Bolívar, la agresión es una respuesta natural ante la amenaza o el miedo, que está más asociada a factores familiares, sociales y culturales.
Existen circunstancias individuales que nos hacen violentos, como lo referencia el profesor y director de la nueva especialización en Criminología y Psicología Forense Aplicada de la Universidad Simón Bolívar, psicólogo Frank Steward Orduz Gualdrón, quien admite que, sin que la persona tenga antecedentes delictivos, puede, incluso, llegar a cometer hechos punibles, situación que puede ser causada por diversas circunstancias relacionadas con la salud mental, como el trastorno explosivo intermitente (TEI), el consumo de sustancias psicoactivas, el bajo control de la ira e incluso debido a factores neuropsicológicos.
La ira es una emoción de la cual se desprenden agresiones que pueden resultar fatales. Si bien, en ocasiones este mal manejo de las emociones puede derivarse por efectos del cansancio, la falta de sueño, el estrés u otros factores, es fundamental aprender a controlarlas para no dañar a otros o a sí mismos y no incurrir en actos que generen consecuencias graves.
Orduz Gualdrón comenta que, “en el nivel neuropsicológico se debe incluir el sistema límbico, ya que es aquella parte del cerebro encargada de regular las respuestas fisiológicas y emocionales de nuestro cuerpo. Así mismo, la amígdala, que es una estructura que forma parte de este sistema, participa en la capacidad de los sujetos para regular las emociones negativas, por lo cual ante situaciones interpretadas como amenazantes se podría dar con mayor probabilidad conductas violentas como respuesta. Sobre este tema autores como Tangarife-Calero e Ibáñez-Alfonso (2020) mencionan también, que la corteza prefrontal está directamente relacionada con la regulación de los comportamientos agresivos, por lo cual una actividad reducida de esta corteza estaría relacionada con el comportamiento violento, la agresión y el crimen”.
Las consecuencias
En lo relativo al aspecto psicojurídico, la profesora de la Universidad Simón Bolívar, Yineth Tatiana Rico Fuentes, psicóloga y abogada, especialista en Derecho Penal, magíster en Intervención Social, explicó que a las conductas agresivas de las personas se les conocen como patrones criminales conductuales habituales y tienen consecuencias en lo penal.
Rico Fuentes habló de lo preocupante de estas conductas y explicó que es común que las personas que cometen agresiones o actos punibles llevados por sus impulsos, quieran excusarse de su responsabilidad arguyendo enajenación mental, que es cuando básicamente el cerebro no tiene la capacidad racional para actuar. A esta conducta la suelen llamar ‘actuar en defensa propia’.
Sin embargo, lo que los juristas conocen como legítima defensa no omite la responsabilidad del individuo sino que solo atenúa la sentencia, pero nunca exime de la responsabilidad a los agresores. “Es bien importante hacer un análisis del contexto social, porque evidentemente vivimos en un país donde la violencia que hemos sufrido por tantos años se ha llegado a percibir como normal”, recalcó la profesora Unisimón.
Un informe del Instituto Nacional de Medicina Legal en 2018, que se refiere a la violencia interpersonal, explica que esta se entiende como el uso de la fuerza física entre individuos, que no están relacionados, con la intención de causar lesiones, pero sin llegar a producir la muerte (violencia no letal), siendo hechos que ocurren generalmente fuera del hogar.
Una simple discusión generada en el tráfico vehicular o por el mal uso de los espacios públicos (sean parques, paraderos de buses, etcétera), diferencias de tipo social, racial, cultural, étnico, o incluso, religioso, pueden ser detonantes de acciones violentas como se evidencia en la cotidianidad y en las noticias que recogen parte de estos hechos violentos.
“
Es una situación bien preocupante y creo que hoy en día tenemos que tomar mucha conciencia de cómo le estamos dando tránsito a nuestras emociones, porque no podemos excusarnos en que simplemente fue un comportamiento impulsivo”, enfatizó Rico Fuentes.
¿La sociedad nos hace violentos?
Pero no solo cosas menores o el estrés diario de las personas por diferentes situaciones individuales marcan la violencia. Otros aspectos de trascendencia social, en lo político o en lo cultural, estarían moviendo a los ciudadanos a comportarse explosivamente ante las diferencias.
Según la profesora Unisimón, Franlet Rocío Araque Castellanos, maestrante en Estudios Culturales y doctoranda en Salud Colectiva, preocupa cuando estos comportamientos individuales se suman, y en cadena, se genera un fenómeno que afecta la convivencia ciudadana.
En Colombia para el año 2018, de acuerdo con Medicina Legal, del total de los peritajes en los que se logró establecer las circunstancias del hecho, el 86,62% corresponde a hechos de violencia interpersonal, siendo la riña el evento más frecuente de esta clasificación, con una notable diferencia en la participación en peleas por género: 78,90 % hombres y 91,82 % mujeres.
“Algunos autores hablan de los fenómenos en los que se fragmenta mucho la sociedad y a algunos les cuesta identificarse con las normas. Estas fracturas pueden llevar a que, sin ser criminales, las personas terminen cometiendo hechos violentos y hasta actos punibles –sin que esto sea una justificación– por causas como la reivindicación de derechos, falta de cohesión social y falta de vínculo entre las instituciones; todos estos componentes hacen que nos sintamos respaldados a nivel social y tomemos acciones de hecho como agredir a los otros”, indicó la profesora.
La corrupción, la falta de justicia, de participación ciudadana en algunas llamadas minorías genera cierta aversión (anomia) hacia el sistema y ello también podría generar respuestas, pues convivimos en medio de violencias a nivel social, político o de género por falta de participación o desconfianza.
De hecho, el autor del libro Violencias en América Latina, el argentino Eduardo Menéndez, se refiere a este fenómeno explicando que son violencias que se reproducen constantemente pues es la manera de resolver cuestiones que la justicia, el sistema de salud o la educación no pueden satisfacer.
En el informe de Medicina Legal, los resultados arrojan que en el 88,38% de los casos de violencia, la víctima manifestaba tener conocimiento sobre quien lo había agredido; las personas conocidas y los miembros de la fuerza pública, fueron los principales generadores de hechos de violencia interpersonal. De por sí, si bien la diversidad social marca diferencias entre unos y otros, lo que genera fricciones al interior de la sociedad, no se puede desconocer que es gracias a esa diversidad que la humanidad ha alcanzado diferentes logros en su historia. La recomendación es que la participación sea clave para generar ese buen entendimiento, necesario para mejorar las relaciones entre unos y otros sin que se use la violencia.
En conclusión
Para las profesoras Unisimón, así como la justicia ha sido cambiante de acuerdo con los períodos en los que se moviliza la sociedad en materia penal, es fundamental estudiar cómo el país debe moverse hacia una política de convivencia ciudadana; términos como tolerancia deberían revaluarse y cambiarse por la palabra respeto, ya que la primera, para algunos, se entiende como ser permisivos y no responder a la agresión, mientras que la segunda propuesta es una invitación a considerar nuestras razones y las de otros, antes de iniciar una confrontación.
En términos generales se necesita de una sincera participación de la familia, también de la escuela, de las universidades, de los consejos de convivencia de las empresas, de las propiedades horizontales, de las Juntas de Acción Comunal y, desde luego, del Estado, pues con el respeto nace la empatía y de allí se aprende a ser más tolerantes y solidarios, principios que al ser comprendidos y apropiados por los individuos pueden cambiar el escenario en el que vive la sociedad.
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