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Domingo, 11 Septiembre 2016 - 4:22am

La ludopatía: un juego perdido

Tras aceptar su cruda realidad, los jugadores pretenden ganar una nueva partida en su vida: cambiar de carácter dentro de sí mismos.

Internet
La mayoría de las personas recurren a Jugadores Anónimos cuando tiene la voluntad de admitir que el juego los ha derrotado.
/ Foto: Internet
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El juego es la enfermedad que me ha matado, es la maldición de mi vida, sin el juego no hubiese conocido el alcohol y la droga”, José.

“Los casinos son  parecidos a las culebras. Se deslizan suavemente y una vez que pican, inyectan su veneno y nos matan”, Juan.

“La primera vez que fui a un casino, desilusionada por las deudas, gané y me ilusioné. Tuve suerte de principiante. Pero, en menos de nada ya lo había perdido todo. Así empecé con la enfermedad, pero no lo sabía”, Patricia.

“Los casinos son el infierno disfrazado de luces, de música, de buenas mujeres, de palabras bonitas para el recién llegado. Aquí no hay felicidad, los finales de las historias son siempre tristes y trágicos”, Eduardo.

“He visto en los casinos un 70 por ciento mujeres. Niñas, menores de edad, con cédulas prestadas, que con el tiempo tendrían que prostituirse para poder seguir jugando”, Erika.

“Estuve en la calle pidiendo plata prestada para estar sentado jugando, era una locura. La enfermedad que tengo es de por vida. En Cúcuta, debe haber miles de personas enfermas y más que nosotros”, Orlando.

Así, aporreados, adoloridos, desilusionados, derrotados, con sentimientos encontrados y un sabor amargo, un grupo de hombres y mujeres entretejen sus fracasadas historias de vida en torno al juego compulsivo.

Ellos son, ludópatas: personas que sufren una enfermedad relacionada con la adicción a los juegos electrónicos o de azar, de naturaleza progresiva y compulsiva, que nunca pueden curarse, pero sí detenerse.

Muchos de ellos, empezaron apostando simples monedas en juegos de azar o maquinitas de barrio y terminaron perdiendo millones en todo tipo de apuestas de mesa, máquinas tragamonedas, ruletas y rifas, dejando de lado sus sueños, metas e ilusiones.

Aún más grave, arrastraron con su tragedia económica y emocional a sus familias y amigos. En otros casos, terminaron en la cárcel, la locura o la muerte.

El resultado de esta unión de experiencias ha demostrado en el mundo que los ludópatas pueden apoyarse compartiendo mutuamente sus vivencias, fuerzas y esperanzas para resolver su problema común, autosostenerse y ayudar a otros a recuperarse.

Hace seis meses, paradójicamente a menos de 10 cuadras de un casino, nació el primer grupo de Jugadores Anónimos en Cúcuta, ubicado en la avenida 3 entre calles 17 y 18 del barrio La Playa.

Para ser miembro, los ludópatas no requieren llenar ningún formulario, acumular certificados, ni mucho menos tomarse una foto. Todos son anónimos. Con un simple nombre, las puertas se abren.

Sus líderes, también anónimos, mantienen los principios del primer grupo de Jugadores Anóminos, creado en enero de 1957 en Los Ángeles, California, y comparten muchos de los manuales de los alcohólicos anónimos. Desde ese día, la comunidad ha crecido y los grupos están dispersos en todo el mundo.

Se trata de una hermandad, ajena a religiones o causas políticas, donde no hay metas en el tiempo, porque en cualquier momento alguno puede volver a caer. Lo importante es admitir y mantener persistente el deseo de dejar de jugar como primer paso para la recuperación.

De entrada, las personas deben responder 20 preguntas para saber si es un jugador que cruzó la línea invisible del juego sin control (ver recuadro).

Luego, iniciará el proceso para recuperar la fe. La honestidad, la receptividad y la voluntad serán las palabras claves.

“Jugadores Anónimos tiene un propósito fundamental y es llevar un mensaje al jugador compulsivo que aún sufre”, reza uno de sus principios.

Las reuniones están programadas tres días por semana (martes, jueves y sábado) y los viernes, las familias de los ludópatas también pueden compartir sus experiencias.

Ellos tocaron fondo

Ni para una hamburguesa

Yesenia, una comerciante de la ciudad, recuerda que su esposo la acompañó muchas veces a los casinos y le recriminaba que ese no era su lugar, pero nunca lo escuchó.

“Yo iba a los casinos, a veces deprimida, porque tenía que pagar un dinero o comprar cosas para la casa. Llegué a invitar a mi familia a una tarde de ‘relax’, donde salíamos sin un peso en el bolsillo, ni para comernos una hamburguesa en la calle. Eso es triste, muy triste”, recuerda Yesenia, quien está en recuperación, luego de 6 años absorbida por la ludopatía.

En su testimonio, narra que debía tomar pastillas para dormir porque estaba entrando en un estado de “locura” y también se las suministraba a su angustiado esposo y a uno de sus hijos, a quien envició en ese mundo.

“Llegué a jugar con plata que no era mía. Esa enfermedad me estaba azotando, acabando conmigo y mi hogar. Me volví déspota, ordinaria, sin principios, ni presentación personal. Hasta acabé con mis ojos por tantas luces de las máquinas tragamonedas”, recuerda Yesenia.

Al principio, dice ella, las atenciones en los casinos son infinitas para atraer a los clientes: cordiales saludos de bienvenida, celebraciones de cumpleaños, comidas y bebidas gratis, regalos de Navidad y hasta toallas para secarse la frente luego de perder millones de pesos y “uno se vuelve loco por esas fantasías ”.

“Una vez me gané una rifa de 500 mil pesos, pero no alcancé a recibir el premio cuando ya había gastado todo el dinero en una máquina”, recuerda ella, con lamento.

La Opinión conoció que uno de los 29 casinos, autorizados por Coljuegos en Cúcuta, anima a sus clientes a traer invitados y como recompensa reciben una boleta para una rifa de $2 millones.

Un orgasmo

Antonio, quien por años ha estado consumido por el juego compulsivo, asemeja como “orgasmos indescriptibles” las sensaciones que le producía ir a jugar. A veces, ni por el dinero que podía ganar o perder, solo por ver correr la ruleta y caer los números de su suerte.

“Era un orgasmo ver caer esa bolita en el número que aposté. Cuando perdía era una sensación similar, pero al contrario. Al lograr nivelarme era otra emoción igual o superior, porque en ese momento no sabía si quedarme o salir corriendo (…) Es una enfermedad física, mental y espiritual”, recuerda Antonio, quien hace parte del grupo de recuperación hace cuatro meses.

En su proceso, ha entendido que puede volver a recaer el día que deje entrar la idea nuevamente a su mente. Por ello, Antonio se ideó una sencilla fórmula: su pensamiento compulsivo lo asemeja a una granada que debe arrojar antes de que estalle en su cabeza.

“Esto es una enfermedad de por vida, que podemos comparar con un cirio que guardamos en la casa. Treinta años después, lo podemos volver a prender y alumbrará con la misma intensidad”, asegura Antonio.

Prevención

Para John, quien lleva 25 años sin parar de jugar, ya es hora de que el Gobierno tome cartas en el asunto y comience por instalar avisos, como en las cajetillas de cigarrillos, de que “jugar es perjudicial para la salud”.

Las familias se ven muy afectadas en su parte emocional “porque nos volvemos malos padres, malos hijos, malos esposos. Las deudas tienden a ser cada vez más grandes. El que apuesta $2.000 es igual de jugador a quien mueve millones”, afirma John, quien en una noche ganó $8 millones, pero en otra perdió $12 millones.

Para John, la compulsión por el juego llegó a tal punto de no poder ir a la cama sin visitar un casino y cree que el adicto no es quien juega millones, sino el que gasta su tiempo en el casino.

“Un alcohólico se puede tomar en una noche dos cajas de whisky, pero un jugador puede jugar dos casas la misma noche. Por ello, es una enfermedad que está por encima de muchas otras enfermedades”, señala.

Cualquier apuesta

El juego para el jugador compulsivo es definido como cualquier apuesta o participación en apuesta, para sí mismo o para otros, con o sin dinero. Sin importar lo pequeña o insignificante que sea la apuesta, donde el resultado es incierto o depende del azar o la habilidad.

¿Cómo es el mundo de los sueños de un apostador?

Esta es otra característica común de los jugadores compulsivos. Se pasan mucho tiempo creándose imágenes de las grandes y maravillosas cosas que van a hacer cuando obtengan una gran ganancia. A menudo, se ven a sí mismos como personas filantrópicas y simpáticas. Puede ser que ellos sueñen en proveer a sus familiares y amigos de automóviles nuevos, costosas pieles y otros lujos. Los jugadores compulsivos, se imaginan viviendo una vida cómoda y elegante, que se hará posible gracias a las enormes cantidades de dinero que ganarán con su “sistema” de juego.

Tener sirvientes, apartamentos de lujo, buena ropa, amigos encantadores, yates y hacer recorridos por el mundo, son algunas de las cosas maravillosas que están a la vuelta de la esquina, una vez finalmente obtengan grandes ganancias.

Pero, patéticamente, nunca parece haber una ganancia que sea lo suficientemente grande como para poder hacer realidad el más pequeño de sus sueños. Cuando los jugadores compulsivos tienen éxito, juegan para tener sueños aún más grandes. Cuando fracasan, juegan con desesperación irresponsable y las profundidades de su desdicha son insondables al derrumbarse su mundo de sueños.

Tristemente lucharán por recuperarse, tendrán más sueños y por supuesto sufrirán más desdichas. Nadie puede convencerlos de que nunca se harán realidad sus grandes proyectos, ya que sin su mundo de sueños, la vida para ellos no sería tolerable.

¿Es usted un jugador compulsivo?

Si usted responde afirmativamente a siete de las 20 preguntas de este test, tenga cuidado, podría ser un ludópata.

1. ¿Perdió alguna vez tiempo en el trabajo o los estudios debido al juego?

2.  ¿Ha causado el juego infelicidad en la vida con su familia?

3.  ¿Fue afectada su reputación por el juego?

4. ¿Ha sentido alguna vez remordimiento después de jugar?

5. ¿Ha jugado alguna vez para obtener dinero para pagar deudas o resolver problemas financieros?

6. ¿Disminuyó su eficiencia y ambición a causa del juego?

7. ¿Después de perder, sentió que tenía que volver lo antes posible para ganar y recuperar las pérdidas?

8. ¿Después de ganar, sentió que tenía la necesidad urgente de volver para ganar más?

9. ¿Jugaba a menudo hasta perder su última moneda?

10. ¿Pidió prestado alguna vez para financiar el juego?

11. ¿Ha vendido alguna vez algo para financiar el juego?

12. ¿le molesta usar “dinero obtenido por medio del juego” en gastos normales?

13. ¿El juego hizo que descuidara su propio bienestar y el de su familia?

14. ¿Jugó alguna vez por más tiempo del que tenía planeado?

15. ¿Ha jugado alguna vez para escapar de una preocupación, problema, aburrimiento, soledad, dolor emocional o pérdida?

16. ¿Alguna vez ha cometido o ha pensado cometer un acto ilegal para financiar el juego?

17. ¿el juego le ha causado dificultades para dormir?

18. ¿Las discusiones, desilusiones o frustraciones le han creado la necesidad urgente de jugar?

19. ¿Ha sentido alguna vez la necesidad de celebrar cualquier buena fortuna con un par de horas de juego?

20. ¿Ha considerado alguna vez la autodestrucción o el suicidio como consecuencia de tu juego?

Hugo González Correa

hugo.gonzalez@laopinion.com.co

Editor judicial de La Opinión.

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