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Domingo, 4 Agosto 2019 - 10:00am

Un marrano se comió sus pies, dos potes de veneno le enseñaron a caminar

Conozca la dura vivencia de Jaime Carvajalino, quien ya tiene prótesis y ahora anhela estudiar y trabajar.

Mario Caicedo y cortesía
Los ángeles sí existen. De esto está seguro Jaime Alonso, a quien la vida le puso una prueba difícil a sus tres meses de nacido, cuando un marrano se le comió los pies.
/ Foto: Mario Caicedo y cortesía
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"Cuando bebé lloraba mucho. Entonces me metían en una cuna llena de ropa y me envolvían con unas sábanas. Ahí me quedaba dormido, pero nuevamente me despertaba llorando", recuerda Jaime Alonso Carvajalino Vera mientras narra lo que le contaron sus hermanos y su mamá sobre lo ocurrido cuando tenía tan solo tres meses de nacido. 

Con algo de inocencia sonríe y agrega que a lo mejor ese día estaba untado de comida o alguna cosa sucia que atrajo al marrano que estaba al cuidado de sus hermanos, en ese entonces de 9 y 11 años, y que se salió de la cochera y se fue directo hacia él para comerse sus pies que sobresalían de una cuna hecha con cañaveral. Sus papás se habían ido a trabajar.

Mientras sus hermanos jugaban, el embravecido marrano empezó a comérselo, hasta el punto de querer llevárselo a donde estaban los demás cerdos. 

"Ellos se dieron cuenta de que el marrano me tenía por mi llanto. Ahí se desató una pelea entre ellos porque este me quería devorar. Le tiraron palos y piedras, pero el animal insistía en meterme a la cochera. Por un buen rato batallaron hasta que lograron arrebatarme, pero ya había logrado su cometido", recordó mientras se tocaba una de sus rodillas.

Esa noche sus hermanos, con miedo de que les pegaran, le contaron primero a su mamá Nubia lo que le había hecho el marrano a Jaime, y ella, al ver al bebé, pegó un grito.

Carmito, el papá, supo de inmediato que algo malo había pasado, pero el dolor que sintió cuando se enteró de lo sucedido, no le permitió ver al bebé. Entonces, empezó a pegarse con fuerza en el pecho reprochándose por qué le había sucedido eso a su hijo. Vivían en un rancho de cañabrava cerca al río Zulia, y la tragedia, una vez más, había tocado nuevamente a su puerta.

La situación de orden público que se vivía en ese tiempo agravó la situación del bebé, pues eran días en los que nadie se detenía en las carreteras a ayudar. Entonces, sus tres hermanos y sus papás se tomaron de la mano y formaron una cadena que daba de lado a lado en la carretera que va hacia La Ye Astilleros. Así, obstruyendo la vía, lograron que un carro se detuviera y los transportara.

Al llegar al hospital Erasmo Meoz, el dictamen los acabó de destruir: había que amputar.

Una vida sin pies

Desde que Carmito conoció la tragedia de su hijo, no hubo un minuto en que sintiera paz. Jaime sabe del sufrimiento de su padre porque su misma familia se lo fue contando a medida que iba creciendo.

"Mi papá solo pensaba en cómo iba a hacer yo para salir adelante, en cómo sería mi vida cargándome él todos los días en su espalda, sin poder caminar, arrastrándome por el suelo. Sé que él hasta llegó a pensar en morirse, para no verme en esa situación", agregó.

Sin embargo, como dice la canción de Rubén Blades, 'la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida'. Y así fue como pasados los meses, Jaime quiso caminar, y agarrado de la cañabrava que servía de paredes en su casa, se puso en pie y se sostuvo por un tiempo.

Doña Nubia, al verlo, volvió a gritar tan fuerte como el día que lo vio por primera vez sin pies. Carmito, que estaba sembrando cerca, gritó también: ‘¡Se me murió el niño!’. Pero no, Jaime no había muerto, estaba caminando en sus muñones. 

Aquel día, por fin, Carmito pudo recuperar algo de tranquilidad y volver a conciliar el sueño.

No estudiar, una consecuencia de su tragedia

Sobre una silla de mimbre, Jaime, ahora de 26 años, pasa sus días con sus dos hijos, su esposa y algunos sobrinos en la vereda Rampachala (El Zulia). Hoy, sus tristezas son otras, como la que siente por no haber podido terminar el colegio.

Solo llegó hasta tercero de primaria, pues cuando cursaba este grado, se fue a los puños con un compañero que lo llamaba ‘mocho’. Ese día Carmito, sin preguntarle qué había pasado realmente, lo castigó con una correa. Aquel castigo fue suficiente para perderle el interés al estudio. 

Las primeras prótesis

Cuando Jaime tenía más o menos 17 años, se ideó unas prótesis. Recuerda que por entonces su mamá le dio a su papá de regalo un pocillo grande y vio que este encajaba perfectamente en su muñón, en el que tiene más sensibilidad.

(Lo que más anhela es tener un trabajo. No quiere laborar en el campo para no dañar las prótesis. Quien quiera darle trabajo a Jaime, puede llamarlo al 3223651905.)

“¡Me lo puse y me quedó! Pero se dañó a los pocos días. Luego vi unos potes en los que viene el veneno para rociar el arroz y esos fueron los que me acompañaron por 9 años. Por dentro les puse una suela de zapatos porque se me resbalaban y así pude jugar fútbol, montar en bicicleta, trabajar y hasta correr", aseguró Jaime emocionado al recordar su ‘invento’.

El ángel que le cambió la vida. 

El año pasado, a Jaime la vida le regaló un ángel. Mientras trabajaba en el campo, un señor le dijo que en su casa estaban la Policía y el Ejército.

"Enseguida me monté en la bicicleta de él y corrí a mi casa asustado. Por fortuna no era nada grave. Las autoridades estaban atendiendo un asunto judicial que, para mi fortuna, me puso al frente al ángel que Dios atravesó en mi camino: Edwin Rueda". 

(Edwin Rueda fue postulado para el premio de la excelencia policial por este caso. Desea ganárselo para construirle la cocina y regalarle un televisor a Jaime.)

Él, uniformado adscrito al Grupo de Operaciones Especiales (Goes) de la Metropolitana de Cúcuta, llegaría a la vida de Jaime para transformarla.

Ese día, recuerda, se quitó las botas de trabajo y su  hijo le acercó los potes que le servían de prótesis. "Edwin y sus demás compañeros se me quedaron viendo y me preguntaron qué me había pasado. Les conté la historia del marrano que se comió mis pies y les manifesté mi deseo de tener una prótesis". 

Ambos intercambiaron números y se despidieron. Pasados los días, llegó la llamada que lo haría feliz para siempre. Rueda le dijo que alguien le iba a dar las prótesis y que para ello necesitaba unos datos personales. 

El uniformado, que había quedado sorprendido con la historia, también contó con un ángel en su deseo de ayudar a Jaime. Prestando servicio en el puente internacional Simón Bolívar, conoció a la periodista Laura Ocampo de la revista Semana y le contó lo que le había sucedido a Jaime. Ella, con algunos contactos en Bogotá, puso a andar el sueño de Jaime de por fin ‘verse’ sus pies.

En septiembre del año pasado, Jaime viajó por primera vez a Bogotá con la ayuda de Edwin y se puso bajo las órdenes de la Fundación Cirec. Allí se sorprendieron al ver cómo caminaba usando potes como prótesis. Entonces, agilizaron el trámite para darle sus ‘nuevos pies’.

Regresó a su vereda con el corazón contento porque en 15 días lo llamarían para entregárselos, pero la angustia lo envolvió al ver que no sonaba el teléfono. Entonces, llamó a la fundación y allí le dijeron que faltaba un componente que venía de Estados Unidos. 

Regalo de Niño Dios

(En la vereda Rampachala de El Zulia vive con su esposa e hijos.)

El 5 de diciembre del 2018, Jaime regresó a Bogotá. Allí sintió que su vida cogió color al ver que por fin tendría pies. Duró todo el mes en terapias, acoplándose a las prótesis. Antes de regresar caminando por primera vez sin la ayuda de unos potes, Laura lo llevó hasta una tienda de zapatos, que nunca había visitado, y le compró dos pares. Unos blancos y unos negros.

"Los blancos ya los acabé de tanto andar", comentó Jaime entre risas. "Solo me quedan los otros, los negros".

Hoy, aunque vive feliz con sus prótesis, sabe que de seguir trabajando en el campo, estas no le van a durar mucho.

"No puedo trabajar todo el tiempo en el campo porque dañaría lo que tanto le había pedido a Dios. Ahora lo que quiero es estudiar y conseguir un trabajo en el que mis ‘pies’ no sufran tanto", aseguró Jaime mientras abrazaba a sus pequeños.

Geraldine García | geraldine.garcia@laopinion.com.co

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