En los municipios, sus habitantes no volvieron a ver turistas.
Ragonvalia y Herrán, dos pueblos perdidos en la frontera cerrada
A Ragonvalia y Herrán, (a 2 horas 16 minutos por carretera de Cúcuta) hoy no llega nadie, a menos que un turista quiera ver cómo es la zona, pero queda sin ganas de volver, dicen sus habitantes.
Para ellos, es más rápido ir a Delicias, Bramón y Rubio, en Venezuela, que a Cúcuta. Pero con la frontera cerrada, las gentes se sienten más solas que nunca.
Son dos pueblos lejanos y olvidados, con muchos problemas. Todo se nota en los pocos autos, en las alzas en los precios de los víveres y en el enrarecido ambiente donde antes era común que colombianos y venezolanos se encontraran en los pasos internacionales.
El cierre fronterizo frenó el paso del contrabando y el paso de gente, dice el alcalde de Ragonvalia, Omar Adrián Ochoa Valderrama, quien asegura que están cerca de una crisis social y económica.
En las tiendas, los productos de la canasta familiar ahora son nacionales. Arroz, granos, enlatados y elementos de aseo llegan de Pamplona o Cúcuta, a precios superiores a los del contrabando de antes.
Alirio Sanabria, primer alcalde popular de Ragonvalia, no niega la tradición contrabandista o de ”intercambio comercial”, como él le llama a la actividad predominante por décadas en al menos 70 por ciento de la población.
“De aquí se llevaba café, panela, cerveza, arroz... En El Oasis y Puente Alianza había negocios de carne, restaurantes, almacenes... Hoy no queda nada de ese progreso”, señaló.
Desde 1877, la población de ambos municipios aumentó, porque este paso se constituía en una fructífera ruta para el contrabando de café desde Colombia hacia Venezuela y Europa.
Según Sanabria, esta zona también se convirtió en una ruta migratoria hacia Venezuela “debido a la violencia partidista de nuestro país”.
El exalcalde aseguró que había más de mil mulas que viajaban con mercancías a lado y lado. “Por eso ,Ragonvalia adquirió el sello de ‘la Monedita de Oro’, comenta.
“Del comercio se vivía tan bien que en las reuniones no se celebraba con cerveza sino con brandy traído de isla Margarita”, narró.
Faustino Cristancho, ragonvalence, de 64 años, señaló que lo único que queda son los puentes, que un día eran zonas de integración y hoy son puro simbolismo. En el lado venezolano hay un puesto militar, mientras del lado colombiano “ahora no hay un alma”.
“Somos un pueblo olvidado, ¿qué podemos decir de un pueblo fronterizo cuando están cerradas sus fronteras?”, preguntó Cristancho.
“Nadie se ha acercado en años a ver qué pasa con la gente, no hay trabajo para todos, ¿de qué más vive el pueblo si no hay otras fuentes de trabajo o industrias?”, señaló.
Según la gente de Ragonvalia, que cumplió el miércoles 138 años, se ha perdido incluso la identidad, porque “hasta los partos de ahora se hacen en Cúcuta, por falta de médicos, y los niños dicen que son de Cúcuta”, dice con pesar.
Aunque en la zona todavía se encuentran algunas trochas usadas por contrabandistas, el paso de mercancía es mínimo, comentaron algunos revendedores de productos del vecino país, que esperan que se reabra la frontera para seguir con el lucrativo negocio.
Trochas con dueños
El contrabando sigue pasando por las trochas de Ragonvalia y Herrán.
Personas ubicadas en esas trochas que cruzan el río Táchira impidieron que La Opinión recorriera la zona, donde no hay presencia ni militar ni policial.
El incidente se produjo en El Oasis, que comunica a Ragonvalia con Delicias.
La comunidad debe aprovechar los descuidos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) para intentar cruzar la frontera. La mayoría habitantes del sector tiene parientes del otro lado.
Según el alcalde de Ragonvalia, Omar Adrián Valderrama, el cierre fracturó las relaciones familiares, económicas y es entendible la molestia de las comunidades, que esperan la reapertura de la frontera.
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