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Domingo, 30 Agosto 2015 - 6:00am

El polvorín del Catatumbo (I parte)

La Opinión se metió en las entrañas del Catatumbo para conocer las redes de poder que se tejen en esta zona de Norte de Santander.

Cristian Herrera
Los cultivos ilícitos cubren grandes extensiones de tierra, algunos han sido mejorados en laboratorios.
/ Foto: Cristian Herrera
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Por: Cristian Herrera y Karina Judex

El recorrido es largo. Por vías pavimentadas primero y después por otras que se mantienen por obra de Dios. Siempre respirando aroma a tierra, naturaleza, humedad y un implacable sol que golpea sobre las últimas montañas de la cordillera oriental de Colombia. Es el corazón del Catatumbo (Norte de Santander), frente al lago de Maracaibo y Venezuela, una próspera región cruzada por un caudaloso río del mismo nombre, donde el verde se expande como un manto y cubre una superficie donde miles de campesinos sobreviven bajo el cobijo de un ilícito.

Un territorio de guerra falsamente custodiado por las autoridades, porque la ley no la impone el Estado y sus Fuerzas Armadas sino la economía de la coca. Ella es la reina y es tan notoria su influencia en la zona, que ha logrado que allí convivan tres grupos guerrilleros, bandas criminales y carteles de la droga. La coca los mantiene a todos. Es un poder compartido. El coronel Marcos Pinto, comandante de la Brigada 30 del Ejército, lo resume: “Hay siete estructuras de las Farc, cuatro del Eln, dos del Epl y dos de bandas criminales. Unos 900 terroristas”.  

Por eso, cuando se llega a las entrañas del Catatumbo, a las áreas rurales que enmarcan a Tibú, El Tarra o Hacarí, después de tres horas o más, bien andadas en carro desde Cúcuta, no se siente paz, seguridad alimentaria o empleo, se respira miedo, zozobra, complicidad, delito. Cientos de campesinos o indígenas, al menos 450 familias, viven de cultivar hoja de coca porque es su única salida. Se convive a diario con la ilegalidad. Pocos catatumberos de estas montañas selváticas se han salvado del régimen de bala y sangre impuesto por la guerrilla o las bandas criminales.

Vacunas hasta por vender cerveza

Entre Tibú y El Tarra los pendones de las Farc anuncian la presencia de grupos al margen de la ley en la zona.

La bienvenida son grafitis amenazantes en las paredes de las casas. La gente en la calle responde con certeza a la pregunta de quiénes están detrás. El frente 33 de las Farc con dos columnas móviles y una compañía. El Camilo Torres del Eln con dos colectivos. El último reducto del Epl en Colombia. Los Rastrojos, Las Águilas Negras, Los Urabeños o Úsuga. El caparazón de seguridad en la región es muy frágil. El consentimiento para pagar cuotas de la extorsión por el derecho a vender o comprar está normalizado. La población sabe que hay que pagar las ‘vacunas’ aunque sean un abuso.

Un habitante sin nombre lo clasifica: “La cerveza es uno de los productos que más impuesto paga. $10.000 por cada caja vendida. Eso es lo que encarece las mercancías. Una cerveza después cuesta hasta $3.000”. Son los precios de la ‘vacuna’. Hasta el contrabando de gasolina o alimentos de la canasta básica deben aportar a la guerrilla impuesto de guerra. La propia fuerza pública lo reconoce: “Las Farc y el Eln cobran el 70% de esos impuestos ilegales, el 30% restante se lo lleva el Epl”. Las empresas petroleras pagan los costos más altos. Incluyendo los ataques con explosivos al oleoducto que ya suman más de una veintena.

Aunque las alcaldías funcionan, los personeros actúan, los líderes sociales desarrollan sus planes comunitarios, los labriegos o indígenas madrugan con normalidad a arar sus parcelas o los estudiantes van a los colegios, en el corregimiento de La Gabarra, por ejemplo, donde los años 90 sólo dejaron víctimas y desplazamientos, se respira una atmósfera de connivencia forzosa con la ilegalidad. Algunos campesinos dicen abiertamente que “todo pasa porque les alcahuetean, porque les rinden pleitesía”. Un capítulo impune de esta sombría realidad resume lo que cuece entre sus serranías y cañones.    

“El Epl no tiene otra razón de ser sino los cristalizaderos de cocaína. Las Farc carnetizan a la gente y luego la obligan a sembrar coca. Ahí mismo va pegado el capital político”, sostiene el comandante de la Brigada 30, coronel Marcos Pinto. El personero de Hacarí, Diógenes Quintero, lo matiza: “los campesinos ya están acostumbrados a vivir entre la confrontación.

Megateo y David León, reyes de la zona

¿Pero quién es el rey en esta zona donde las tasas de homicidio han llegado a superar las nacionales? ¿Quién regula el negocio para que guerrillas, bacrim o carteles no se maten más de la cuenta y a alcance a todos el botín de la droga?  

Según las autoridades, el principal promotor tiene nombre propio. Además lo comparan con Pablo Escobar Gaviria, el capo de los 80. Es Víctor Ramón Navarro Serrano, conocido como ‘Megateo’, el hombre a quien todos entregan su producción de base de coca para que la vuelva cocaína pura de alto valor y la venda.  De 39 años, cabeza visible del último reducto del Epl que quedó desde los tiempos de la desmovilización en 1991, sus tentáculos abrazan al Catatumbo y se extienden hasta Venezuela, la Costa Caribe, Centro América, Estados Unidos, Europa y Asia por donde salen las toneladas de droga que sus laboratorios producen.  

En internet se busca la palabra ‘Megateo’ y al margen de las noticias recientes sobre el operativo en su contra, aparecen cientos de artículos para significar su importancia en el mundo de los estupefacientes. Pero nombrarlo en Tibú o Teorama, San Calixto, en Sardinata o El Tarra, es convocar al silencio o a que algunos pobladores demuestren que lo conocen. Nacido en San Calixto, desde los 13 años fue miliciano del Epl y hoy es el mandamás del narcotráfico en el Catatumbo. Hasta las Farc y el Eln le tienen respeto “porque saben que a la hora de matar no le tiembla la mano”. Según las autoridades, ni un gramo de cocaína se mueve sin su régimen.

En los municipios del Catatumbo el EPL marca las viviendas para anunciar su presencia e infundar miedo.

Los capos desde la voz de los campesinos

En las tiendas de algunos municipios, con mayor arrojo, los campesinos sueltan la lengua. “Conserva poder porque en las dependencias del Gobierno o de las Fuerzas Armadas siempre tiene a alguien que lo mantiene dateado. Cuando el Ejército, la Policía o la Fiscalía van a buscarlo, él escapa tranquilo, sin sufrir un rasguño, como sucedió hace dos semanas”. Son muchas los operativos que el Gobierno ha ordenado contra este capo. Al menos en los últimos dos años se han promovido ocho acciones. En todas ha logrado escapar.

La última acción se dio el pasado 16 de agosto, cuando cerca de 400 hombres Lobo y Jungla de la Policía, y fuerzas especiales del Ejército se abalanzaron contra ‘El Mono’, como le dicen a Víctor Navarro en esta intrincada región. Sin embargo, como otras veces, eludió el cerco. Pese a que algunos oficiales de la Dijín y el Ejército aseguran que salió mal herido o incluso le apuestan a que está muerto por dos disparos que supuestamente recibió de un francotirador, los habitantes de la zona rural de La Playa de Belén manifiestan que apenas sufrió una herida en un brazo.

Eso sí, tres de sus hombres de confianza, además encargados de su seguridad, cayeron muertos. Según el Ejército, Nelson Contreras Contreras, alias ‘Mincho Patas’; Andrey Sanabria Guerrero, alias ‘Édgar’, y Jefferson Ortiz Pérez, alias ‘Maracas’, todos del primer anillo de seguridad de ‘Megateo’, fueron abatidos. No obstante, solo el cadáver de Contreras fue trasladado en helicóptero a la morgue de Medicina Legal en Cúcuta e identificado por su madre. Ella viajó desde La Vega de San Antonio, corregimiento de La Playa de Belén, y lo reconoció.

El general Emiro José Barrios Jiménez, comandante de la División de Asalto Aéreo del Ejército, asegura que los otros fueron sepultados de manera secreta en Hacarí. El general Jorge Enrique Rodríguez, director de la Dijín de la Policía,  añade que al menos lograron penetrar el “santuario” de ‘Megateo’, porque ya son cinco operaciones frustradas.  Otra de las más recientes se dio hace dos o tres meses. Un grupo especializado de la Policía tuvo a tres de sus hombres a unos cuantos metros del  capo, pero tuvieron que huir de la zona cuando fueron detectados.

A finales de 2014 hubo otra operación fallida. Megateo se recuperaba de una cirugía plástica para cambiar su aspecto y, según fuentes judiciales, el médico que lo trató llevó a la fuerza pública hasta su escondite. Cuando se inició el operativo, los hombres de su anillo de seguridad lograron blindarlo y uno de ellos lo lanzó a un caño para evitar su captura. Hace menos de un año, rastrearlo casi le cuesta la vida a dos militares en Hacarí. Cinco helicópteros Black Hawk fueron atacados y tres impactados. Otra vez fracasó la redada contra el narco del Catatumbo.

Las estrategias por debilitarlo económica y emocionalmente tampoco han tenido efecto. Se han entregado jugosas recompensas a informantes para identificar a sus amigos o a sus familiares, pero cada día Víctor Ramón Navarro parece más huidizo. Pese a que hay francotiradores en la región buscándolo para darle el ‘tiro de gracia’, su esquema de seguridad es muy cerrado y se mueve como pez en el agua porque se ha ganado a la gente. “Ayuda mucho. Por eso capturarlo es difícil. Los mismos campesinos lo quieren vivo y lo protegen”, advierte uno de ellos.  

Una vista general del municipio de Hacarí, una de las zonas con mayor presencia de grupos armados.

Hasta aquí la leyenda, el personaje de mostrar, el objetivo estratégico de las Fuerzas Armadas o los organismos de seguridad. No obstante, entre los misterios y conjeturas que se mimetizan en el alucinante corazón del Catatumbo, por allá en las zonas rurales de Convención o Teorama donde subsisten los campos minados, se oye un secreto a voces: que hay otro más arriba de ‘Megateo’ y que algunos incluso prefieren no pronunciar su nombre. Se llama  Guillermo León Aguirre Aguirre, tiene entre 40 y 45 años y es oriundo de Antioquia. Los más osados afirman que entre sus compinches le dicen ‘David León’ o ‘Juan Montes’.

Tan astuto como su socio pero sin dar la cara. “Él sabe que el día que caiga ‘Megateo’ seguirá gobernando”, recalca el coronel Pinto. Su guardia personal es de al menos cien hombres. Es el otro mafioso a la sombra que tiene claro que si se acababa la guerra se complican sus planes. El comandante de la Policía Antinarcóticos de la región 5, George Quintero, lo explica: “Si se firma la paz en La Habana, en el Catatumbo habría  reacomodo armado y el Epl o el Eln buscarían quedarse”. La alianza de ‘Megateo’, ‘David León’ y sus compinches, estaría atenta a cooptar las estructuras que no se desmovilicen.

Los pobladores cuentan que ‘David León’ tiene su centro de operaciones en el corregimiento San José del Tarra, en jurisdicción de Hacarí. La misma zona donde también se mueven otros que permanecen atentos por si hay que suceder en el mando a Víctor Navarro. Son alias ‘Caracho’, de la llamada comisión de inteligencia del capo; ‘Grillo’, de su entorno de seguridad’; ‘Darío’, perteneciente a su comisión de finanzas y político; ‘Jeison’ o ‘Eduardo’, de la comisión norte de El Tarra y ‘Mauricio’ o ‘Pácora’, de la comisión de orden público.  

Es la “república independiente” de ‘Megateo’ y sus secuaces, que hoy representan más que un dilema presente. Es un desafío de seguridad que si no se resuelve avizora una consecuencia: “La guerra se agudizará en vez de extenderse la paz. Lo que puede empezar es una lucha a muerte por el control de la coca”, insiste una fuente que prefiere reserva. Lo dice con convicción porque es un libro abierto en el Catatumbo que el Epl es cocaína al cien por ciento. La recibe de las Farc, del Eln o de las bandas armadas, y la procesa para venderla  a los transportistas del narcotráfico.  

Por eso el Epl ya se está preparando. En Tibú, por ejemplo, por esos días se afirma que hombres y mujeres a su servicio andan preguntando qué tiempo tiene cada familia viviendo en La Playa, Hacarí o San Calixto. Si no llevan más de cinco años o no es gente nacida en la zona, la obligan a salir. Es una especie de empadronamiento de antesala por si cambian las cosas a raíz de los diálogos de paz. En contraste, muchos campesinos no asimilan qué va a pasar con sus tierras, o si por fin van a entender a qué saben la justicia y la reparación de las que vienen escuchando.  

Por ahora, lo único que tienen claro es que “los cultivos ilícitos no se van a acabar y menos los grupos armados”.  Saben que el frente 33 de las Farc con sus compañías móviles -estructura de retaguardia de Timochenko y su séquito-, constituyen la fuerza ilegal dominante, pero también entienden que su dominio no es exclusivo. Hasta la última esquina de los 6.520 kilómetros cuadrados que comprenden los once municipios del Catatumbo hay alguna avanzada de los demás grupos irregulares. La amenaza sigue latente y por lo pronto desborda al Estado, las Fuerzas Armadas y a 300.000 colombianos sitiados por la coca.

* Esta historia es resultado del proyecto “La cobertura periodística del conflicto y la paz”, en su fase editorial liderada por Consejo de Redacción (CdR) con el apoyo de International Media Support”.

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