Conozca las razones y algunas opiniones de analistas sobre la propuesta en el Catatumbo.
La interculturalidad, el tema de discusión para la Zona de Reserva Campesina
Cuando se inició la discusión por la Zona de Reserva Campesina del Catatumbo (ZRC), se sabía de la cercanía con el territorio barí y la propuesta fue clara: establecer un territorio intercultural en el que campesinos e indios pudieran vivir en armonía y en un intercambio de saberes permanente.
Esa era la idea de los líderes de Ascamcat, asociación campesina de la zona; y de hecho, sigue siéndolo a pesar de la oposición de algunos integrantes de la comunidad barí que continúan afirmando que esta iniciativa “no es más que una irrupción en su cultura y costumbres”.
Diego Dora, vocero de Ñatubaiyibari –una de las asociaciones del pueblo ancestral -, asegura que al pensar en Ascamcat pareciera que esta agrupación campesina intentara, a toda costa, fusionar la Zona de Reserva Campesina con los resguardos indígenas.
Uno de los ejemplos que presenta es la propuesta de preservar el uso ancestral de la coca, idea que surgió en una reciente Constituyente nacional de cultivadores de la coca, la amapola y la marihuana, en Mocoa, con la cual hay desacuerdo por parte de la comunidad.
Según dice Dora, basta con decir que la comunidad no es cultivadora de esta planta pues ha priorizado otras prácticas agrícolas que nada tienen que ver con la expansión de cultivos de uso ilícito. Además, “es difícil concebir cómo un grupo de cultivadores busca dar apertura a una tradición que considera desconocida para ellos”.
Otro de los puntos sobre los que hay críticas es la preservación del medio ambiente y el desarrollo rural que contraviene la visión de la comunidad.
“Para nosotros siempre es más importante el agua y el aire que la riqueza, porque es de ahí de donde sale nuestra comida y podemos vivir en armonía con la naturaleza, por eso no podemos estar a favor de las multinacionales, ni de la pequeña minería”.
Si bien deja claro que nunca se ha concebido que el campesino es un enemigo, o que no tiene derechos, manifiesta que no es de buen recibo para la comunidad que otros impongan su modo de vida y defensa de la tierra, por encima de su autoridad tradicional.
“Solo hay desinformación”: Jerez
César Jerez, vocero de la Asociación Campesina del Catatumbo, afirma que la única manera de solucionar este conflicto territorial es justamente ejerciendo actividades de territorialidad y es de ahí de donde surge la propuesta de un entorno intercultural.
Además de promover la discusión y el debate con la comunidad barí, afirma que en este proceso de conformación de la Zona de Reserva ha habido desinformación y total oposición para que esta se constituya.
Uno de los ejemplos recientes, según el vocero, es la intervención de la Procuraduría en la revisión de una acción de tutela en la que se evalúa la “supuesta colisión entre los derechos territoriales del pueblo barí y de las comunidades campesinas del Catatumbo”.
En su concepto, no solo en esta, sino en otras oportunidades no se ha tenido un conocimiento real de las propuestas territoriales del pueblo barí y de las comunidades campesinas del Catatumbo.
“Esto solo promueve conflictos entre quienes hemos convivido por décadas disfrutando el goce de un territorio compartido y estableciendo alianzas para defenderlo de las amenazas corporativas que pretenden desplazar a las comunidades que habitamos en él”, dice.
Para Jerez y la Asociación existen otras vías adicionales a las judiciales para la discusión de los derechos del ambos pueblos, como la concertación y el diálogo, e insiste en que cada acercamiento se debe hacer como ejercicio de respeto y ponderación equitativa de los derechos indígenas y campesinos.
El análisis
Para Luis Fernando Niño, miembro de la Academia de Historia de Norte de Santander, en esta discusión hay que evaluar dos circunstancias: la primera, que una comunidad, al compartir e interactuar con otra, comienza a adquirir elementos similares como maneras de vestir, comer, desarrollarse, y son absolutamente naturales y normales.
Aunque estos elementos pueden enriquecer la visión de mundo, viene el segundo punto de análisis: la pérdida de las costumbres propias de uno u otro grupo humano.
“Nosotros no recibimos de los españoles solo su cultura, la lengua, sino las enfermedades, las plagas, y eso no se puede desconocer”, dice. “Cuando la cultura occidental entra a una comunidad también lo hace con sus beneficios y perjuicios, que si bien pueden no ser intencionales, pueden generar conflictos”.
Pedro Santiago Posada, director de Asuntos Indígenas del ministerio del Interior, manifiesta que más que el debate por la constitución de una Zona de Reserva Campesina, está la ponderación de derechos que según la Constitución tienen ambos grupos.
Sin embargo, plantea que un territorio en que todavía practican la caza y la recolección, que implica una necesidad de territorios extensos, hay más necesidades que la tenencia de una propiedad.
Igualmente expresa que si los indígenas tratan de salvar su cultura, al tener otra forma de vida, con creencias distintas, preferencias por la vivienda, o la educación, habría roces.
“Un modelo intercultural suena bonito, pero cómo va a funcionar”, cuestiona. “El tema de una zona intercultural obedece a la categorización del territorio; de si es lo que ancestralmente necesita el pueblo barí, y en el caso de darse esto, ver si hay disposición de compartir ese espacio”.
Aunque asegura que la división es humana, no descarta que –por lo general- los conflictos tienen que ver con la llegada de un actor externo y que toda intromisión genera cambios en cualquier ambiente.
Mientras se resuelve la creación de esta Zona de Reserva, sigue habiendo una tensa calma en la región del Catatumbo y los barí afirman que resistirán en la preservación de sus prácticas de vida que, anhelan, sean privilegiadas pues más que interculturales, buscan ser una cultura pura y menos invisible para Norte de Santander.
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