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Sábado, 6 Febrero 2016 - 4:15pm

Este es Cácota de Velasco un pueblo encantador

Este municipio se ha convertido en atractivo turístico, cada vez más visitado por nacionales y extranjeros.

Foto Especial para La Opinión
Panorámica de la iglesia de Cácota.
/ Foto: Foto Especial para La Opinión
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En Cácota la vida parece transcurrir entre paisajes de acuarela; el lugar es de una tranquilidad paradisíaca, nadie roba a nadie –al menos en su forma más vulgar–, y hace años la gente apenas muere de muerte natural; de cuando en cuando se ve por ahí un policía; las gentes del campo o del poblado van con sus celulares sin ningún temor; son gentes sencillas, joviales, risueñas, que practican con naturalidad una cortesía innata; saludan –como si fuese cosa rara–, dan los buenos días, o tardes, según sea; allí las mañanas son esplendorosas, de un azul templado sobre las montañas, y en las tardes, a veces, el pueblo se ve entre nubes.

Durante el paseo que emprendimos con amigos se presentó una pequeña escena que describe estas maneras: en un recodo del camino a Ojo de Piedra se encuentra una cabaña muy pobre, donde una abuela cuida de sus diez pequeños nietos, de uno a diez años; el penúltimo, Pablo, un chico de dos años, de ojos verdes y cachetes colorados como una manzanita criolla, se levantó del piso de tierra donde jugaba y vino a saludarnos de mano; los paseantes (éramos tres: Álvaro Sánchez, fotógrafo y promotor del viaje; Juan Gutiérrez, antioqueño conocedor como ninguno de Norte de Santander, y quien esto escribe), ante la pequeña mano tendida del simpático chiquillo no pudimos menos que nombrarlo don Pablo.

A Cácota de Velasco se llega por la carretera Central del Norte –en buen estado–, a una hora de Pamplona; todavía hay muchachos que hacen el trayecto a pie, por el mismo camino que recorrieron los españoles, hace ya casi quinientos años, cuando fundaron el poblado, habitado entonces por Cácota, el mohán y su tribu chitarera; Ortún Velasco, el fundador, añadió su apellido a Cácota, juntura que resume los elementos indígenas y españoles que allí se manifiestan de manera muy notable.

Por sus pintorescas callecitas, bajo los aleros de las casas pintadas de blanco, con materos de geranios colgando con gracia de ventanas y balcones, se respira un aire andaluz. La plaza luce amoblada con decoro, con escaños y jardines y moyas gigantes, como sala que espera recibir con hospitalidad al visitante.

Cácota ha resurgido de su letargo de siglos durante el último lustro, y se ha convertido en atractivo turístico, cada vez más visitado por nacionales y extranjeros.

Las nuevas generaciones –de las cuales el pintor Sergio Hernández es un buen ejemplo–, dieron vuelco al entorno y convirtieron el amor por su pueblo en motor de desarrollo; poco a poco lograron hacer algo que parecía sencillo: que las gentes se miraran a sí mismas, a su tierra, a sus valores, y lo mostraran con seguridad y desparpajo.

A la entrada del poblado lo primero que encuentra el visitante es la Casa de la Cultura, hermosa edificación restaurada, de inminente inauguración; no es fortuito que sea así, pues la conciencia de los cacotenses indica que su pasado, presente y porvenir es y será de índole plenamente histórica y cultural.

Pueblo de artesanos, la alfarería es su mayor insignia; durante centurias Cácota suministró vasijas y artilugios para el uso cotidiano en la provincia de Pamplona y otros vecindarios; el origen del oficio es ancestral y se remonta a tiempos precolombinos, como lo demuestran hallazgos arqueológicos, donde técnicas, formas y acabados del presente coinciden con las del pasado lejano; Emanuel Conde, uno de los quince artesanos importantes del lugar, lo afirma con autoridad: la alfarería de Cácota se distingue de la del resto del país por el  color rojo terracota del barro cocido, sobre todo en los tiestos de las arepas, vasija icónica de la cerámica aborigen.

El lugar, infaltable para visitar, es la laguna. Su espejo de agua pareciera contradecir la misma ley de gravedad, que la mantiene en las alturas sobre un valle; el empinado ascenso –los carros van hasta la cúspide–, por orden del paisaje se convierte en peregrinación ritual; las altas montañas, que tocan el cielo, son como un Machu Picchu natural; por cierto Cácota tiene la misma altitud del famoso lugar inca, 2.400 metros sobre el nivel del mar; pero las montañas no son abruptas, son  sosegadas, suaves al ojo, superficies tersas, cultivadas con esmero, como enormes senos maternales moldeados por las amorosas manos de un alfarero celestial.

Cerca de la laguna hay un gran redondel de piedra, cimiento tejido en forma circular, de procedencia seguramente indígena; la hermosa construcción, cubierta de lama gris, pareciera delimitar un espacio sagrado, un lugar de culto a los antiguos dioses; tal vez que fuese una especie de oratorio astral, campo ceremonial de comunicación celeste; todo lo circunda un silencio solemne, el aire puro y el viento que, místico, susurra a los oídos voces y flautas y fotutos del pasado prehistórico; en aquellas altas montañas el paisaje es imponente, filosófico, sagrado.

Toda Cácota de Velasco es una comarca mágica, poblada de relatos y seres fantásticos, que los viejos cuentan y los niños recrean, extasiados. El clima es frío, aunque benévolo; el silencio, terapéutico; la tranquilidad, sanadora; y estimulante la inteligencia y la cordialidad de sus gentes. Hasta los gallos, con sus cantos en cadena, saludan la alborada.

En el pueblo hay hostales que funcionan en antiguas casonas de hacienda, de corredores empedrados y salones amplios, que ofrecen hospedaje confortable y promueven paseos turísticos a la montaña, entre los cuales se distingue un activo personaje, Ana Villamizar, del Hostal la Hacienda.

Hay carencias, desde luego, y muchas. El nuevo alcalde, Manuel Isidro Duarte, consciente de ello, como conocedor profundo de las necesidades de su pueblo ha organizado un buen equipo de trabajo, que se apresta a atender las expectativas sociales, económicas y culturales de sus gobernados; “las carreteras secundarias y terciarias –dice– serán prioridad”.

“Lo que voy a hacer en mi pueblo lo he soñado muchas veces ”, añade; y yo creo que un alcalde que sueña, que empieza por madurar sus proyectos en los sueños, seguramente los va a cumplir pues su compromiso mayor es consigo mismo; en la tarea lo acompañan Yesid Araque, secretario de Cultura, que tiene claridad meridiana sobre su trabajo por hacer, y el asesor Sergio Arturo Duque.

Se definen a sí mismos con orgullo como artistas, lo cual ya es un plus en su calidad humana y administrativa; trabajan en conjunto, acoplados, como lo hacen cuando cantan y tocan el tiple y el requinto, pues también son músicos y tienen un conjunto y admiran a Velosa.

Sin duda Cácota encanta, deja en el ánimo un vivo deseo de volver.

*Guillermo Maldonado
 

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