Un atentado contra una torre de comunicaciones dejó varios días sin telefonía fija a Villa Caro. Sin embargo, el cobro llegó por el mes completo.
En Villa Caro no se andan por las ramas
El maestro Jesús Amado Flórez protestó, invitó a sus vecinos a cancelar el contrato, y ese día todos quedaron para siempre sin teléfono en las casas.
En las elecciones de alcalde, el pueblo se dividió: por sólo 10 votos, el conservador boyacense Resurrección Aparicio (1.217 votos) le ganó al también conservador local y tres veces exalcalde Jesús Amado Sepúlveda Celis.
Como consecuencia, y a modo de desquite, muchos de los vencidos no pagan por el agua potable. La cartera morosa es de 30 millones de pesos.
Algunas costumbres, pocas, han cambiado desde cuando en la Semana Santa los villacarenses hacían bendecir sus armas y les marcaban cruces a las balas, que disparaban al aire no más al salir de la iglesia donde habían orado.
Así son las cosas en este, uno de los poblados más aislados de Norte de Santander, no tanto por las distancias como por el modo de ser de sus gentes.
No tocan las campanas a tiros ni cortan el agua a machete ni trancan las puertas con muertos, como dicen en muchas partes, pero casi…
Su origen étnico es el mismo de las poblaciones vecinas: una mezcla de indios motilón y chibcha, con blancos alemanes, italianos, turcos y españoles.
Sin embargo, algo los hace tan diferentes que los vecinos no los quieren e, incluso hace unos 60 años, los enfrentaron en batallas no anunciadas.
Son belicosos, hasta el punto de que, por un saco de fique, una familia Suescún se dividió en dos ramas que se aniquilaron a balazos en pocos meses.
Las Fuerzas Armadas deben saber que en Villa Caro hay muchas armas en las casas, pero allí nunca se ha intentado siquiera una requisa superficial.
Las armas están allí desde los años de la violencia partidista, cuando la región se decantó, como otras, entre pueblos conservadores y liberales. Villa Caro fue mucho más allá, y los liberales y los no católicos desaparecieron.
Eran los tiempos en que muchos liberales colombianos escupían al oír el nombre de Lucio Pabón Núñez, el más famoso de los hijos de Villa Caro.
El alcalde Aparicio reconoce que hay muchas armas en Villa Caro, pero obvia el asunto para referirse a que en su municipio ya no registran índices de violencia como cuando en Punta Brava había tres o más crímenes semanales. Asustado, un cura le cambió el nombre al barrio. Hoy, en La Paz nada ocurre.
Y no puede ocurrir, pues el pueblo está dispuesto incluso a superar las profundas diferencias entre los bandos conservadores, con tal de garantizar lo que los ha hecho famosos en todo el país: impedir que lleguen grupos ilegales.
A correr, ¡Carajo!
El primer intento fue en septiembre de 1985. Un grupo de guerrilleros del ELN llegó a la finca La Cueva del Oso. Según Carmen Sofía Yáñez, Pedro Flórez organizó a la gente, que con escopetas y armas hechizas rodeó la finca. Esperaron a que los guerrilleros se levantaran, y les dispararon desde varios flancos. Murieron cinco guerrilleros, y Jesús Torrado, el dueño de la finca.
Otros tres guerrilleros huyeron, mientras alguien les gritaba “a correr, ¡carajo!” y los seguía con una escopeta de perdigones. En la persecución, los tres murieron, uno de ellos a manos de la Policía, que actuó entrada la tarde.
Según el ex secretario de Gobierno Alonso Rodríguez, los cadáveres llegaron al pueblo en mulas, junto con las armas del ELN, que desaparecieron para siempre en medio de la conmoción. La intención guerrillera era tomarse Villa Caro, “pero un pueblo de principios y respetuoso de la autoridad se hizo sentir y lo impidió”. Desde entonces, allí admiten sólo a quien ellos quieren.
En 1985, el EPL intentó de nuevo tomarse Villa Caro “y otra vez hicimos que fracasaran”, según Yáñez. En esa oportunidad, hirieron a un guerrillero.
En febrero de 2000, el turno fue de las Farc, que alcanzaron a llegar a la vereda Alto del Pozo. Ya bien organizados, los pobladores salieron en busca de la columna guerrillera, y la hicieron huir en desorden en el paraje El Roble.
Los habitantes llegaron a casa, y sólo entonces se percataron de que los policías que cuidaban a Villa Caro ni siquiera se habían movido del cuartelillo.
Entonces nació “la gente que se reúne”, un grupo de líderes que decidió salir a rondar encapuchados por la zona urbana y cercanías en busca de malandrines y de extraños. Desde entonces, según alguien cercano al grupo, “la gente que se reúne” es una especie de cónclave secreto que toma decisiones en torno de qué hacer con alguien que es sospechoso de ser infiltrado o espía.
“Nos morimos todos”
En el año 2003, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), al mando de ‘El Chiqui’, se tomaron Villa Caro. Llegaron a la pequeña plaza principal en cuatro camiones. “Eran unos 100 muy bien armados, dispuestos a que todos les teníamos que pagar por protegernos”, recuerda Yáñez. “Tenían establecido un campamento en Alto Chiquito, desde donde controlaban muchas cosas”.
La Policía se encerró, y entonces se corrió la voz de que nadie podría venderles nada a los recién llegados. Luego, el exalcalde Sepúlveda los invitó a todos, habitantes y visitantes, a la plaza de toros, “a ver qué podemos decidir”.
Llena la plaza, Sepúlveda se enfrentó a ‘El Chiqui’. “Tienen que irse, no los queremos. Podemos defendernos. Y si alguien debe dar su sangre para que nos dejen en paz, comiencen conmigo, y entonces nos morimos todos”, dijo.
Todos estaban armados. Un gesto sin control hubiera desatado una matanza histórica. Los paramilitares salieron y se fueron en sus camiones.
Años después, ‘El Chiqui’ murió en un combate en Carmen de Nazaret, un poblado vecino. Lo mató una patrulla del Ejército en la que, según fuentes cercanas a “la gente que se reúne”, iban camuflados algunos villacarences.
Un cura instigador
Según el exsecretario Rodríguez, en Villa Caro no hay homosexuales ni droga ni ladrones ni maestros abusivos. Tampoco prostitutas. A alguien que llegó con tres, lo iban a linchar. Al final, le dieron una hora para que se fuera.
No hicieron lo mismo con unos cuantos evangélicos. Eran del pueblo, y habían regresado luego de una larga ausencia y de un cambio de religión.
Varias personas dicen que el cura católico Agustín García instigó para que a Mary Rodríguez casi le desbarataran la casa a balazos. Ella no se fue. Entonces, mientras oraba en su casa, le lanzaron una granada, que no estalló.
Apoyada por su iglesia desde Cúcuta, la mujer resistió, hasta cuando un delegado del obispo fue a calmar la tormenta y a decir que, por si lo habían olvidado, recordaran que desde 1991 en Colombia hay total libertad de cultos.
El cura fue trasladado a El Zulia, a donde La Opinión lo llamó varias veces para que explicara lo sucedido, pero se abstuvo siquiera de responder.
Hoy, en Villa Caro hay incluso una pequeña iglesia evangélica familiar, donde se congrega un reducido grupo de fieles a celebrar sus oficios religiosos.
Pero es, quizás, la concesión más liberal. Según un vecino que pidió guardar su nombre, “en este pueblo ocurren cosas graves, que no se conocen”.
“A los ladrones los golpean y nadie dice nada”, dijo. “Hay un sistema de información muy efectivo que incluye a las veredas: desde allí comunican sobre quién se acerca, y acá, en el pueblo, se determina que se debe hacer”.
Un soldador de ollas pitadoras llegó un día, y dos horas después salió despavorido de Villa Caro. Lo rodearon, le hicieron cuentas de que por más ollas que soldara nunca podría sufragarse sus gastos de viaje y alimentación, razón por la cual consideraban que era un espía de la guerrilla y debía irse de inmediato. El hombre no se hizo del rogar y se fue a pie por una carretera.
Hace cuatro años, una patrulla militar se salvó del aniquilamiento. El comandante demoró cinco segundos más en bajar de su camión, tiempo justo para que por la radio se escuchara un mensaje de la comandancia en Cúcuta.
Las luces del pueblo se encendieron, y los 50 militares vieron con terror a decenas de personas armadas sobre los techos de las casas y atrincheradas en el parque, apuntándoles. En muchas casas, las mujeres preparaban café para sus hombres, tal como señala un código no escrito de reacción general.
Los camiones fueron detectados muchos kilómetros antes, y seguidos por la red de informantes. En el poblado hubo tiempo para alistarlo todo.
Desde entonces, las fuerzas del Estado saben que no tiene caso venir a Villa Caro. Guerrillas y paramilitares y delincuentes comunes, también…
Quizás por esto, es el único poblado de una zona bajo ataque donde los únicos cinco policías tienen más ocasión de subir de peso. Además de salir de vez en cuando a la puerta y saludar a quien ven, no tienen más que hacer.
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