Un estruendo acabó con la calma. Un paciente arrancó una ventana y golpeó en la cara a otro que estaba dormido. Le abrió la cabeza y le rompió una costilla.

Tras el incidente, Jesús Restrepo, el director de la Fundación Mi Fortaleza, le preguntó al agresor el porqué de su acción y este sencillamente le contestó que, desde el camarote en el que dormía escuchó los pensamientos de su vecino de cama y por eso lo atacó.

“Él mentalmente me estaba diciendo homosexual y yo le leí la mente”, le dijo.

Con casos como este, tiene que lidiar Restrepo desde hace 20 años, cuando pasó de vender bolsas en las calles de Cúcuta a dirigir su propia fundación de atención a enfermos mentales en el barrio Gramalote de Villa del Rosario.

Aunque en los últimos años le ha tocado recurrir a la caridad de los nortesantandereanos para seguir adelante con su proyecto, la Fundación Mi Fortaleza, asegura que ayudar a los más necesitados es la misión que más lo llena.

Sin tapujos ni pena, confiesa que pasó por las drogas y la mendicidad y estuvo en la calle desde los 15 hasta los 21 años, cuando una fundación similar a la suya le tendió la mano y lo sacó del abismo en el que vivía.

Tras su recuperación decidió jugársela por una población errante e invisible, según él para los mandatarios locales, los enfermos mentales.

“En las calles conocí muchos enfermos mentales, unos por los efectos de las drogas y el alcohol y otros por males congénitos, y supe que mi misión era luchar por ellos”, explica.

En su fundación atiende a 50 hombres y mujeres con algún tipo de patología psiquiátrica. Solo 8 están allí por efectos de las drogas.

“Acá recibo enfermos de todos los municipios. Muchas veces los traen los familiares y ofrecen algún tipo de ayuda, los dejan y después no vuelven”, explicó Restrepo.

Por eso, aunque un poco más de la mitad de sus inquilinos no pagan un peso por su estadía, él se las ingenia para seguir en pie con su proyecto.

Gracias al apoyo de su hermano, su esposa y su hijo, en las dos sedes de la fundación, ha podido seguir adelante.

Su esposa, Elioenay Gómez, es contadora pública y es quién maneja los gastos de la fundación, su hijo y su hermano bañan, visten y cuidan a los pacientes, y él se encarga de gestionar las citas médicas y los medicamentos de cada uno de sus 50 pupilos.

Uno de los pacientes más viejos que atiende en Mi Fortaleza es Ramirito, un ocañero de 86 años, que llegó hace 6 a la fundación.

“Ramirito se la pasaba vendiendo candados en el terminal. Allá lo conocí, luego le dio alzheimer y me lo traje para acá”, agregó.

“Aquí vivimos gracias a la fe. Muy pocas empresas nos apoyan y necesitamos de una mano amiga para poder atender a más persona".

Esta semana, un grupo de estudiantes de psicología de la Universidad Simón Bolívar llegaron con implementos de aseo y asesorías para atender a los 50 internos de la fundación.

“A pesar de su enfermedad, ellos tienen momentos de lucidez y les encanta que los visiten. Cuando vienen muchachos de universidades o colegios, nuestros pacientes se ponen muy felices”, dijo Gómez.