La historia de lo que fue el pueblo antes de su destrucción, lo que ocurrió después y la situación actual, serán escritas.
Las memorias de gramalote
Los abuelos de Gramalote dicen que es un pueblo encantador. Tiene historias de brujas, de la llorona, y hasta la de aquel padre que maldijo el pueblo porque dizque unos maleantes se tomaron la iglesia y torturaron al religioso, quien juró que a Gramalote se lo tragaría la tierra.
Es tan fantástico que sus historias increíbles, y otras más reales, serán contadas en un gran relato de tres tomos con nombre de ficción: ADA.
La colección, que recoge la memoria de esta población, y cuyas siglas representan el Antes, Durante y Ahora de lo que ocurrió tras ese 17 de diciembre de 2010 saldrá a la luz en algunos meses, cuando la Universidad de Pamplona haga de ADA en una realidad.
A Yolanda Suárez, historiadora que recopiló las memorias de Gramalote, le brillan los ojos y esboza una sonrisa radiante cada vez que recuerda a quienes participaron del proceso, y que en su mayoría son adultos mayores, la memoria viva que sobrepasa las 200 personas.
Dice que se enamoró de Gramalote, “era inevitable”, pues nunca hubo una palabra de rechazo, ni una actitud negativa cuando de hablar del pueblo se trató; que “el amor fue la constante, al igual que la sabiduría de los gramaloteros”.
En medio de esos recuerdos recuperados, sale Jesús Peñaranda, a contar que una vez vio al mismísimo diablo en Gramalote.
“Una noche me salí como a las 11 y en la puerta vi a un señor, que hasta saludé: ¡Ole!, ¿qué más señor?, y estaba con un sombrerooote. Pero me miraba de arriba a abajo y a mí ya se me estaban parando los pelos, y yo dije que eso era medio raro”.
Luego, dice que vio que al hombre le salió candela. “Ahí sí que ligero me privó, y vi que se metió a una pieza de una casa vecina y no abrió ni nada, y dije: ¡Esto es el diablo! ¡Pa’dentro, que me las pelo!”.
María del Socorro Rojas, habla de la leyenda del carro perdido, que sintió una noche en la que escuchó bulla como si un coche fuera hacia ella, y paró con su esposo, pero nunca pasó nada, y luego se enteraron de que era un carro “que se había ido a botes, se mató el chofer y se quedó asustando”.
Salvo algunas excepciones que se han hecho sentir con las quejas por la inmensa paciencia que han tenido, la mayoría de abuelos que han descrito el pueblo con sus manos le han hecho honores, al punto de tener una inusitada esperanza en el futuro de Gramalote, en ver el pueblo en pie, como están ellos a pesar del tiempo.
María Luisa Colmenares es, tal vez, el vivo ejemplo de la longevidad, porque aunque tiene más de 90 años, está más lúcida que cualquiera, es flaquita pero está entera, y dice ser la consentida de su casa. En la ocasión más reciente de un encuentro de años dorados donde se reencontró con sus antiguos vecinos, estuvo optimista con que Gramalote tenga un futuro mejor.
Sara Cotamo es otra fortaleza. Es especialista en ensaladillas pero no de las de comer, sino de las que se saborean en voz alta y con las que expresa sus sentimientos, su amor por la tierra y rememora el momento de la tragedia. “Esto se nos vino encima, dijo doña Guillermina. Corra pronto, don Segosio, porque se acabó el negocio, de carnecita y gallina”.
Todos coinciden en que Gramalote es poesía, y que no hay un gramalotero que no escriba, que no pinte, que no cree y que no crea en su pueblo.
Aunque en varias ocasiones la desconfianza intentó tentarlos, afirman que la adversidad también se supera a punta de letras.
Por eso fue que se decidió recuperar esta memoria, junto al espíritu inquebrantable de estos personajes que conjugan la tradición, la cultura y el verdadero patrimonio del lugar, y se mezclan con los nuevos talentos, como el artista ‘Paya’ que hizo una parte de las imágenes con las que se ilustrará ADA.
‘Platanín’, que no es artista, pero sí un inquieto de las lecciones, va por ahí tomando cuadernos ajenos, aunque pide permiso para dejar sus ideas impresas con enorme letra.
Escribe en tres hojas que al viejo Gramalote le hacía falta orientación y cultura, y que el nuevo tiene un compromiso social enorme, y que sin la tragedia no habrían ocurrido cambios elementales como aprenderse el himno de Gramalote, el cual antes del siniestro casi nadie sabía.
Ese es su ahora: el creer que alguna cosa buena dejó el siniestro, sobre el que entonan rap varios jóvenes que recitan que sí se puede soñar, e insisten en seguir haciendo historia porque ellos son la historia y aunque la vida sea dura, van a seguir.
La alcaldesa Sonia Rodríguez, dice que este es uno el mejor ejercicio para superar el desastre, porque cuando se tenga el documento habrá evidencia de un pueblo que nadie debe olvidar.
Tal como ellos no olvidan su terruño, y como María del Socorro dice: “si me llego a morir, que me lleven a Gramalote, al cementerio de mi pueblito querido...”.
Así de encantador es Gramalote, que nadie ha podido dejarlo ir y cuyos abuelos anhelan que les alcance la vida para tener algún refugio que acoja sus memorias, en un nuevo pueblo que, dicen, ojalá sea tan fuerte como ellos.
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