La falta de compromiso municipal hizo que el telón cayera abruptamente en los teatros.
Los cinemas de los barrios están en el olvido

En medio de la escombrera en la que se convirtió el antiguo Teatro Guaimaral, José Emiro Paez, uno de los primeros habitantes de este barrio, rememora las películas que solía ver en el antiguo cinema.
“No me perdía las películas de vaqueros, ni las de Vicente Fernández”, dice con nostalgia, mientras señala lo que aún queda del escenario.
Las funciones matutinas no duraron más de cinco años, y tras convertirse en templo religioso por más de una década, y servir de relojería y cervecería los siguientes años, el teatro cerró definitivamente sus puertas, tras ser vendido a particulares.
La falta de compromiso municipal hizo que el telón cayera abruptamente. Finalmente la enorme y deteriorada estructura fue vendida.
“De niño vi películas en el teatro y años después monté una cervecería en uno de los salones del cinema”, dijo el vecino Carlos Alberto Sacha.
Sacha asegura que pagaba el arriendo del local comercial a los dueños del reciento. Este teatro fue construido por la Beneficencia de Norte de Santander a principios de 1980.
Al otros extremo de la ciudad, en el barrio Galán nació el cinema Carparis, creado por Silvio de Moya, líder comunal del sector.
Luego de tres años de esfuerzo y dedicación De Moya hizo realidad su sueño: construir su propio teatro. En septiembre de 1982 presentó la primera función a unos 400 espectadores.
“El cinema se convirtió en toda una sensación en el barrio. La gente disfrutaba ver cintas de Chuck Norris, Bruce Lee, entre otros, en sus dos funciones diarias. La entrada costaba 40 pesos.
El teatro funcionó cuatro años más, finalmente De Moya lo cerró. Tuvo líos con vecinos que lo acusaban de proyectar películas pornográficas.
“Nunca pudieron comprobarme nada de eso. Mi teatro era un cinema familiar”, explicó el líder.
De Moya cerró el teatro, según él, porque ya era hora de descansar y había recuperado mucho más de lo invertido. Carparís albergó un templo religioso por un par de años, luego quedó vacío.
Otro de los teatros de barrio de los 80’s, y que se resiste a morir del todo es el Teatro Atalaya, construido por la Beneficencia de Norte de Santander al igual que el de Guaimaral.
Aunque el telón se bajó en 1987, hoy, 28 años después, los vecinos guardan la esperanza de que rehabiliten este espacio.
En julio del año pasado la Alcaldía invirtió $80 millones para su rehabilitación pero sigue vacío.
La Secretaría de Cultura alegó que no se podía habilitar este espacio porque el municipio no tenía los recursos para ello , y propuso entregar la administración del sitio a una fundación o un particular para rehabilitarlo, pero a la fecha este proyecto no ha tenido eco.
*La Opinión
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