Juan José quedó con el cuaderno en la mano y la tarea pendiente frente a la puerta de la bibliocasa de Sabana Verde.

Tocó varias veces y nadie le abrió. Se enteró por un vecino que la biblioteca había cerrado. Desde la ventana divisó algunas cajas empolvadas llenas de enciclopedias y obras literarias.

La decisión no fue fácil para Eustorgio Flores, el bibliotecario, que hace tres años abrió las puertas de su  hogar para montar allí una biblioteca que les facilitaba a los vecinos chicos hacer las tareas.

Hace un par de días, dejó la labor comunitaria, para la comodidad de su familia. Reconstruye su casa, y entre tierra y cemento no hay espacio para los libros.

“La bibliocasa funcionaba mejor cuando estaba instalada en la casa de al frente, porque teníamos mayor espacio”, recordó, mientras le decía a uno de sus vecinos que el préstamo de libros quedó cancelado hasta nueva orden.

Cuando el vecino de enfrente volvió a habitar el rancho, Flores trasteó estanterías y libros hasta la sala de su casa. Como era muy pequeña, no pudo acomodar mesas y sillas y empezó a prestar los libros para que los niños hicieran las tareas en sus casas. Tras iniciar las reformas en su vivienda, el servicio de préstamo de libros quedó cancelado para todos.

Otra de las bibliocasas que cerró sus puertas fue la del 7 de Agosto. Aunque Said Coronel ayudó a decenas de niños con sus consultas escolares, tuvo que cerrar el lugar porque no tenía quien lo ayudara a atender. Libros y estantes fueron a parar a una fundación en la Primera Etapa.

“Siempre amé esta labor, pero llegó el momento en que no pude seguir solo, dijo.

Ellos no desisten

La única bibliocasa que aún sobrevive en Atalaya es la de Maritza Angulo y su esposo Freddy Maldonado. Hace tres años le abrieron su casa a la lectura.

Los esposos, residentes en Juana Rangel de Cuéllar, se encariñaron tanto con la labor social y literaria, que no les importó ceder la sala y el comedor de su casa para acomodar libros y estanterías.

De lunes a sábado orientan a los niños en las tareas escolares. Aunque ambos trabajan, se las han ingeniado para seguir con la labor. 

Lejos de desistir, por la falta de espacios, apoyo, o herramientas, cada día luchan por sacar adelante el proyecto que iniciaron en un rancho de madera.

El mayor sueño de la pareja es poder brindar herramientas tecnológicas a susdecenas de pupilos.

“Los niños se interesan mucho por la tecnología, y acá solo tenemos dos computadores viejos”, dijo Maldonado. “Necesitamos de un padrino”.

El bibliotecario asegura que pese a que la administración municipal sabe de su existencia, nunca les han extendido la mano.