Estas son algunas de las historias de los miembros del grupo guerrillero que han sido marcados por el conflicto armado.
Cicatrices propias y ajenas, el peso que cargan los guerrilleros de las Farc
Jaír perdió su pierna derecha por el conflicto armado en Colombia. Usar una prótesis le evoca su militancia en las Farc, un recuerdo tan imborrable como haberle causado daño a sus antiguos enemigos, con los que ahora espera construir la paz.
Este miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia perseguía hace seis años a un adversario cuando pisó una mina antipersona en el noroeste del país. Cuenta que voló “como 15 metros” por la explosión y a pesar de estar de uniforme cayó al piso solo con su ropa interior.
“Es una cosa muy dura cuando uno no está enseñado a perder un pie”, dice en su “caleta” en el campamento del Frente 34, en Vegaez, un selvático paraje a orillas del río Arquía, cerca de la zona donde, tras firmar la paz en noviembre, los insurgentes se concentrarán y dejarán las armas bajo supervisión de la ONU.
A sus 25 años, este moreno de acento costeño afirma no sentir rencor ni tener traumas ni pesadillas, aunque reconoce haber estado durante un tiempo “claramente loco” por lo ocurrido y avergonzarse cuando los civiles ven “la cicatriz fea” que le quedó.
“Estamos en la paz, pero es claro que a uno esto le pasó en la guerra. Es un recuerdo que le queda a uno”, asegura Jaír, una de las más de 11.500 víctimas de minas antipersona que dejó más de medio siglo de guerra interna en Colombia, segundo país más afectado por este flagelo en el mundo.
Entró a las Farc convencido de la necesidad de transformar el país y hoy le duelen las heridas que pudo haber causado en esa lucha.
“Me pesa, porque es una guerra entre campesinos matándonos nosotros mismos”, dice.
La violencia fratricida en Colombia, que ha involucrado a guerrillas, pero también a paramilitares y agentes estatales, ha dejado más de 260.000 muertos y 60.000 desaparecidos en más de 50 años.
“Hacerse amigo con ellos”
En el mismo campamento donde los insurgentes se preparan para la vida civil, Mileidy, una afrodescendiente de 19 años y mirada seria, no es tan reflexiva. Las marcas en su cuerpo son la prueba de que venció a las bombas de la aviación colombiana.
Hace un año, un avión militar atacó el campamento de su frente. La explosión la tiró al suelo y le dejó varias esquirlas en ambas piernas y el brazo derecho, muchas de ellas incrustadas en sus huesos.
“Uno siente como una corriente que va subiendo, eso duele mucho”, señala, con la esperanza de que, una vez en la legalidad, le puedan ser removidas las que aún conserva en la piel.
A Mileidy, que ahora usa zapatos tipo “crocs” en vez de las clásicas botas pantaneras del uniforme verde olivo, no le da “pesar” haber atacado a sus adversarios.
“Ellos a nosotros nos tiraban a matar, entonces nosotros: ¿cómo nos da pesar de coger uno de ellos y matarlo?”, manifiesta.
Pero con el mismo aplomo reconoce que llegó la hora de la reconciliación: “Ya que estamos en el proceso de paz uno tiene que hacerse amigo con ellos, toca”, afirma.
“Hay que perdonar”
El gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, principal y más antigua guerrilla del país, firmaron un cese al fuego y de hostilidades vigente desde agosto. Según el centro de análisis del conflicto Cerac, desde entonces ha habido un “cumplimiento casi total de los compromisos y protocolos”.
“A nadie le gusta la guerra”, advierte Sebastián, que viste uniforme de camuflaje y ha pasado más de dos décadas en las filas insurgentes.
En enero de 1998, cuando tenía 19 años, perdió el ojo derecho en un choque con los paramilitares. A la guerrilla, recuerda, le anunciaron que milicias de extrema derecha estaban asesinando campesinos y ellos fueron a enfrentarlos. “El combate no es bueno, pero le toca a uno”, asevera.
Sabe que causó dolor a otras familias, pero “así es la guerra”. Agradece que ya no vaya a haber más muertos en enfrentamientos y ve con ansias la formación del movimiento político legal de las Farc, una de las columnas vertebrales del pacto de paz.
“Ya ahora no va a haber más combates. De todas maneras hay que perdonar”, dice.
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