Como si fuera un alma en pena, este hombre recorre cada uno de los rincones del Cementerio Central de Ocaña.
Los secretos de Eliécer, quien lleva 20 años de sepulturero
De niño su papá lo llevó al cementerio central y quedó impresionado con los mausoleos. De adulto, se convirtió en sepulturero.
Como si se tratara de una figura fantasmagórica o un alma en pena, Eliécer Meneses Carrascal recorre cada rincón del cementerio de Ocaña.
“Acá no siento miedo, son más peligrosos los vivos que cometen fechorías en las calles”, dice Meneses mientras observa una decena de lápidas que tiene en frente.
Él, afirma que tiene 20 años ayudando en ese tránsito que hay entre la vida y la muerte. El oficio le fue heredado por su papá, Juan Meneses, uno de los cofundadores del barrio Torcoroma de Ocaña.
Eliécer cursó la primaria y la secundaria con la ilusión de ingresar a la universidad y convertirse en ingeniero electrónico. Sin embargo, el destino lo llevó al camposanto, el que ahora es su segundo hogar.
“Mi papá trabajó mucho tiempo en el cementerio y yo venía desde pequeño para ayudarlo y llevar comida a la casa. Luego me dediqué a la construcción y posteriormente laboré en una funeraria durante 15 años”.
Al salir su papá tomó las riendas y se ha convertido en la mano derecha de los sacerdotes de la Diócesis de Ocaña para las exequias.
“Uno se familiariza con las personas y se acostumbra a vivir en medio de los difuntos”, agregó.
En su memoria hay un cuadro gigante en el que aparece retratado cada espacio del cementerio Central.
Sabe con exactitud dónde están ubicadas las tumbas de los NN y admira el mausoleo donde reposan los restos del insigne poeta ocañero Adolfo Milanés, cuyo epitafio repite de memoria: “Los hombres nos vamos y las cosas quedan, queda lo insensible, queda la materia…”.
Eliécer dice que también tiene grabadas fechas donde han fallecido humildes personas y encopetados ocañeros. “Al final, todos terminan acá y las diferencias desaparecen”.
Otro de los mensajes póstumos que le llama la atención es el que aparece en la lápida del exrepresentante a la Cámara, Álvaro Arévalo Ferrero, asesinado por el Eln el 22 de marzo de 1988. “La muerte es semilla de inmortalidad, pero cuando la produce el martirio, es llama que alumbra el pasado, el presente y el futuro”.
La tumba más visitada actualmente, según el detallista Eliécer, es la del joven nazareno Raúl Quintero, quien falleció en un accidente de tránsito y a quien le atribuyen milagros.
El mausoleo más antiguo es del 28 de octubre de 1843, donde están sepultados Pedro Cabrales, Benito Cabrales y el presbítero Andrés Morales. Eliécer afirma que seguirá en su labor hasta que su cuerpo aguante y luego ocupará una de las tumbas que cuida.
*La Opinión
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