Una emergencia como la surgida en la frontera con Venezuela no puede nunca ser atendida si la disposición oportuna, adecuada y ordenada de los recursos disponibles. A esa capacidad de respuesta le llaman eficiencia.

Se trataba de atender, de la mejor manera posible y sin traumatismos para el resto de la ciudad y del departamento, a los centenares y luego miles de compatriotas que, al amanecer, incluso, llegaban empujados por las circunstancias o por las autoridades del país vecino.

Había que garantizar albergue y trato dignos y justos a los recién llegados, con el fin de compensarles de una manera muy parcial los sinsabores de la deportación y de la repatriación, forzosa o voluntaria, a los colombianos que buscaban alivio en su casa.

Y se logró, y con tal éxito, que todo el plan de atención mereció elogios incluso del delegado en Colombia de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Fabrizio Hochschild, quien calificó de impresionante, todo el montaje, teniendo en cuenta que en muy pocos días se dio atención a cifras crecientes de personas.

En el mismo sentido se pronunció el representante de la Organización Mundial de Migraciones (OMI), Alejandro Guidi, experimentado conocedor de situaciones similares en todo el mundo.

Desde luego, el ser nortesantandereanos contribuye, pero la eficiencia lograda con los albergues y toda la atención a los llegados, se debe a funcionarios que han entregado toda su energía en procura de hacer las cosas de la mejor manera posible en su tierra.

Al frente de todos los comprometidos con este programa ha estado el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, que ha demostrado una gran capacidad de decisión y de organización, y ha justificado con creces su nombramiento a nombre del departamento.

Junto a él hay que citar a Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, cuya amplia experiencia enfrentando por años las emergencias en esta parte del mundo, ha sido sin duda valiosa en todo lo que se está haciendo por deportados y repatriados.

Para el ministro, sin embargo, su tarea en favor de su departamento comienza apenas. En adelante, tendrá que dedicar mucho de su tiempo a gestionar cuanto apoyo sea necesario para materializar los programas aprobados por el gobierno, y para hallar soluciones permanentes a los problemas nortesantandereanos, tan específicos.

Además de la eficiencia que demostró en el montaje del aparato logístico para el apoyo de los deportados y los repatriados, Cristo deberá, a partir de ahora, imprimirle eficacia a esa máquina de apoyo y solidaridad, tanto para los recién llegados como para el departamento, víctima directa de las medidas gubernamentales de Venezuela.

Concretamente, deberá insistir en la necesidad de que las normas del estado de emergencia económica, temporales, por Constitución, se hagan permanentes, porque los problemas que buscan solucionar lo son, y porque lo de ahora solo parece ser el inicio de una crisis que puede adquirir características dramáticas.

Nada más cálculos iniciales hablan de que habrá unos 20 mil desempleados en el departamento, entre trabajadores formales e informales, pues el cierre de la frontera es, en realidad, una especie de monstruo de muchas cabezas, todas ellas llenas de ponzoña y dispuestas a morder.

Hay que confiar, también, en la respuesta del gobierno central, así como una sola golondrina no hace verano, un ministro no hace milagros. Pero, por fortuna, desde el presidente Santos hasta el último de los altos funcionarios, vivieron de cerca el drama actual de Norte de Santander, y entienden que cualquier esfuerzo que se haga por esta región será poco.