A lo mejor todo termina con un cruce de cuentas favorable a todos, y así queda solucionado el problema inicial del nuevo ciclo de relaciones plenas entre Washington y La Habana: las compensaciones exigidas por Estados Unidos por sus empresas que la revolución nacionalizó, y los daños que Cuba cobra por cinco décadas de hostilidad.

Parece que es lo mejor que pueden hacer los dos países que ahora son amigos, y que intentan superar una de las peores enemistades entre países en los tiempos más recientes, por causa de interpretar la realidad desde dos ópticas diferentes: capitalista la una, socialista la otra, convertidas en motivo de guerra.

No son dos gobiernos, tonante e imperial el uno, humilde y siempre sometido el otro, en luna de miel después de 55 años en los que las 90 millas que separan a Cuba y Estados Unidos se convirtieron, por razón de la política, en la mayor distancia que pueda separar a dos países.

Ayer, la bandera de las barras y las estrellas volvió a flotar bajo el cielo y el sol de La Habana, en el mismo mástil del que fue arriada hace 55 años, y ayer, también, John Kerry fue el primer secretario de Estado (canciller) de Estados Unidos en visitar a La Habana en 70 años.

Que reanudaran relaciones La Habana y Washington se vio tan difícil siempre, que pareció un imposible. Sin embargo, ya amigos, la reanudación de esas relaciones se verá como un juego de niños comparada con la dura tarea de mantenerlas vigentes y sin mayores altibajos, algo que parece utópico considerarlo.

La diplomacia estadounidense es experta en atravesarle palos a las ruedas de la carreta diplomática, evitando, eso sí, detenerla por completo, en un tire y afloje que se hace más que irritante, casi que insoportable. Ejemplos hay muchos, y habrá más.

Pero —en Washington deben saberlo—, se trata de Cuba, cuyo servicio exterior ha logrado penetrar la seguridad de muchos países, incluso Estados Unidos, y cuya diplomacia no se anda por las ramas cuando se trata de defender lo que considera de su interés fundamental, su idea de democracia y de derechos humanos, por ejemplo.

Comienzan años de sobresaltos, de quejas y reclamos, de mensajes ríspidos y, en veces, en lenguaje inusual, pero, al mismo tiempo, serán tiempos enriquecedores para los dos países, pero, en especial, para la diplomacia latinoamericana, que así sabrá cómo son de verdad unas relaciones entre iguales, algo desacostumbrado en esta parte del mundo cuando del otro lado están Estados Unidos.

De todos modos, ya hay un hecho cumplido: los enemigos demuestran que sí se puede llegar a acuerdos que le bajan tensión al mundo y que llevan a mirar el futuro con más tranquilidad y optimismo.

Esto es algo que aún falta materializar en Colombia, donde a pesar de que están en la mesa gobierno y guerrilleros, aún hay espíritus que no se allanan a las nuevas circunstancias del mundo.

El restablecimiento pleno de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, con todo el auspicio del papa Francisco, es un paso delante de la humanidad. Quién saque ventaja de la situación es difícil preverlo, pero el beneficiado es el mundo entero, que una vez más se siente satisfecho de saber que sí se puede.