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Sábado, 15 Agosto 2015 - 2:23am

¡Por Silvia me mato!

A mediados del siglo pasado no eran frecuentes los dramas pasionales y éstos, cuando sucedían, constituían la comidilla en los salones y las reuniones familiares.

A mediados del siglo pasado no eran frecuentes los dramas pasionales y éstos, cuando sucedían, constituían la comidilla en los salones y las reuniones familiares, pero especialmente en las tertulias que se realizaban en los atrios de las casas, donde los parroquianos se reunían al caer la tarde, en espera de la hora de la cena. Esa tradición que poco a poco se fue perdiendo y que hoy ha desaparecido por completo.

Esta crónica, es precisamente, una de esas que de tanto en tanto, esporádicamente se presentaban en la tranquila y calurosa villa de San José de Cúcuta. Ubiquémonos en el año 44, en la barriada de Carora, como era común esa calificación, en la casa identificada con el 2-59 de la carrera décima; nótese que en esa época éramos más refinados, no como ahora con las ordinarias avenidas, de las cuales no tengo certeza de cuándo ni a quién se le ocurrió la brillante idea de cambiarles el nombre.

Los protagonistas, personajes anónimos para el común de los pobladores de la ciudad, habían llegado en busca de oportunidades que no habían podido conseguir en su terruño. Era esa situación, la que llamaba más la atención, pues cierto halo de misterio rodeaba las circunstancias de los hechos, que más adelante pasaré a contarles. En esa casita sencilla, de esas típicas de los barrios de populares de las poblaciones de entonces, vivían tres hermanitas, con sus respectivos amantes. Eran santandereanas, a más señas naturales de Suaita; María, Felisa y Silvia Benavides eran sus nombres, pero será esta última, por quien nuestro protagonista acabará con su vida, en medio de una triste historia que mantuvo a buena parte de los chismosos de entonces, atentos a los acontecimientos que se sucedieron después de la triste noticia del suicidio del más ferviente admirador de Silvia, José Ascensión Barrera Garavito, también santandereano como su amada, chofer de profesión, camionero al servicio del conocido comerciante cucuteño Reyes Miguel Alvarado y dedicado al trasporte de la mercancías de este empresario en el trayecto de las ciudades de Cúcuta y Bucaramanga.

La relación entre ellos fue tormentosa desde el mismo principio. El galán, que vivía separado de su legítima consorte, debido a sus continuas travesuras amorosas, era buen trabajador, como lo reconocían quienes lo conocían pero también un activo militantes en las esferas del amor, un verdadero ‘Don Juan Tenorio’, a quien las muchachas no resistían a sus declaraciones, promesas y ofertas de amor. Desde que iniciaron su relación, ambos reñían por nimiedades o por simples cuestiones, sin que la joven diera motivos como infidelidades o coqueteos, a tal punto que durante el tiempo que estuvieron juntos, en tres ocasiones se separaron, motivados por los celos que atormentaban y ofuscaban a su pareja. A pesar del carácter agresivo de su compañero y de que diariamente llevaba un revólver al cinto, ella soportaba impasiblemente sus altercados injustos y violentos, con la esperanza que, algún día lograría hacerlo cambiar.

Lo que culminaría en tragedia se inició el martes primero de agosto con motivo del bautizo de una sobrina de Silvia, hija de María y cuyo padre, Agustín Salazar Díaz, les organizó una fiesta con baile incluido e invitación a sus amigos más cercanos. En el transcurso de la recepción, José Ascensión tuvo un serio disgusto con uno de los convidados, a quien quiso humillar porque consideró que le estaba cortejando a su novia y que gracias a la intervención del anfitrión, las cosas no pasaron a mayores. Sin embargo al día siguiente, Silvia le llamó la atención a José Ascensión por el choque personal que había tenido con uno de los amigos de su hermana y a partir de ese momento ambos quedaron seriamente disgustados.

Ante esta desafortunada disputa, el enamorado de Silvia, decidió vengarse de la afrenta por ella cometida y comenzó a galantear a su hermana Felisa que aunque era amante de un Guarda Nacional venezolano y estaba embarazada, cedía a los requiebros de su “cuñado”, convenciéndola de irse con él a Bucaramanga. Al conocerse su nueva aventura, esta vez con su familiar, Silvia le escribió una extensa carta explicativa de la situación, a la hermana de José Ascensión, en la que le rogaba interviniera con la madre de su pareja, a fin de que regresaran cuanto antes para evitar una tragedia mayor entre sus respectivos compañeros. Por razones del destino la carta no llegó oportunamente a su destino y José Ascensión regresó de su viaje solo, pues su compañera se había quedado en la ciudad de los parques, al parecer también disgustada por el comportamiento de su enamorado, el Guarda venezolano. El hecho es que una vez llegó a la ciudad, en horas de la noche, llevó su camión al estacionamiento de siempre, el Garaje del Río y se dirigió a la casa de su amada. En repetidas ocasiones golpeó a la puerta pero Silvia se negó a abrirle debido a su conducta reprobable al llevarse a su hermana a vivir con él en la capital santandereana. En vista de la actitud determinante de Silvia, José Ascensión no tuvo más remedio que irse a dormir en su camión, en el parqueadero antes mencionado.

Pero, a pesar de este desplante, a los clases se había acostumbrado, por su temperamento bravucón, lo que más le había impactado fueron las últimas palabras que le dijo Silvia antes de despedirlo: ‘¡No quiero vivir más contigo!’ Esta sentencia condenatoria de la mujer herida en sus sentimientos más profundos hizo crisis en el alma atormentada de José Ascensión; esa noche no pudo dormir, no tanto por la incomodidad de su litera sino por la aprensión de las palabras pronunciadas, así que a primera hora de la mañana, antes de que clareara, José Ascensión se dirigió nuevamente a la casa de Silvia, anhelando quebrantar su resistencia y esperando la piedad amorosa de su pareja. Al llegar, tuvo la suerte de encontrarse con una de las moradoras de la casa, de nombre Graciela, quien inocentemente le abrió la puerta. Silvia estaba aún dormida y por ello, en torno a un sabroso café negro estuvo departiendo hasta cuando su querida se despertó. Al salir de su dormitorio, no se cruzaron palabra alguna, él solo la miró en silencio, de arriba abajo, varias veces y ella volvió a repetirle las amargas palabras: “¡No quiero vivir más contigo!, no puedo perdonarte lo que has hecho, no cuentes más conmigo.” Estas fueron en definitiva, el preludio del drama, de repente José Ascensión, sacó una hoja de papel en blanco y escribió esta lacónica frase: “Por Silvia me mato”; lo guardó en un bolsillo y en un acto desesperado le volvió a insistir que volviera con él, pero ella se mantuvo inflexible y así, sin que nadie pudiera evitarlo, sacó su revólver, se lo llevó a la sien derecha y disparó, terminando con su vida y con un idilio imposible.

 

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