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Sábado, 18 Julio 2015 - 2:03am

Hotel Tundaya

Durante la época de bonanza de la ciudad, surgida cuando los países del cono norte entraron en su etapa democrática.

Durante la época de bonanza de la ciudad, surgida cuando los países del cono norte entraron en su etapa democrática, las inversiones en el campo de la hotelería y del turismo de compras comenzaron a verse con mayor intensidad. A comienzos del siglo pasado, fueron apareciendo pequeños y modestos hospedajes alrededor del parque central y poco a poco, a medida que la ciudad fue extendiéndose, otros alojamientos con más servicios y comodidades florecieron en toda la extensión del lugar. Tal vez el más conocido y recordado, aún hoy vigente, es el Hotel Internacional, que durante la primera mitad de siglo, era el paraje obligado de los visitantes ilustres, artistas, políticos, funcionarios, etc., que visitaban la ciudad. A medida que el progreso aparecía, también lo hacía paulatinamente la hotelería, como un medio para mostrarle a los forasteros, las bondades que le ofrecía su estancia en la frontera. El primer gran hotel, como es conocido el concepto moderno, fue el Hotel San Jorge, a pesar de estar en turno de espera el tan mencionado Hotel de Turismo, que posteriormente se llamó Tonchalá, que sirvió, además de pretexto para utilizar los nombres indígenas como identificadores regionales de los hoteles que fueron surgiendo posteriormente. Como lo veníamos diciendo, alrededor del Parque Santander, proliferaron los pequeños hospedajes desde que se reconstruyó la ciudad a finales del siglo 19. Durante los primeros años del siglo siguiente, fueron construyéndose nuevos y mejores hoteles, el Hotel del Lago y el Hotel Europa son claros ejemplos y a mediados de la misma centuria, en la esquina noroccidental del mismo parque se hizo una construcción de dos pisos, con locales comerciales en el primero y un moderno albergue en el segundo al que llamaron Hotel Palace. Esa esquina se volvió emblemática y el nombre degeneró en ‘Palacé’, situación que aprovecharon los propietarios de taxis, encabezados por don Hernán López, para bautizar su empresa como ‘Tax Palacé’. Media cuadra más abajo, por la avenida sexta, había trasladado po
r esa misma época, su Almacén Olímpico don José Urbina, a un local mucho más amplio que el anterior que poseía, a la vuelta por la avenida séptima. El negocio prosperaba raudamente y las posibilidades de expansión eran cada vez más apremiantes, razón por la cual, también compró el local esquinero de la avenida sexta con novena, que pertenecía a la firma Leonidas Lara & Cía, distribuidores de repuestos automotores, la que transformó posteriormente en concesionaria de vehículos importados de Rumania y la Unión Soviética, entre ellos los recordados camperos UAZ. Debido al incremento de sus negocios, se hizo latente la necesidad de disponer de un punto de reunión, con las comodidades propias y la cercanía al centro de sus actividades comerciales, motivo que lo llevó a adquirir el hotel Palace, el cual remodelaría cambiándole de nombre por el de Tundaya y adaptándolo a sus necesidades. Esta acción, representó para su nuevo propietario, múltiples alabanzas, entre las cuales vale mencionar la que le hiciera María Of
elia Villamizar Buitrago con ocasión de la puesta en servicio de la posada en mención: “… son pocos los que como José Urbina, a quien la ciudad puede llamar con orgullo hijo, tienen una visión panorámica y futurista de largos alcances, que ponen a Cúcuta entre las ciudades modernas, pese a su tierra, sus hoyos y sus ranchos viejos. Por encima de todas esas consideraciones, quienes piensan con ese mismo criterio, quienes trabajan en Cúcuta, por Cúcuta y para Cúcuta, sin salir de su ambiente comercial, social y familiar, sin ir a perorar en las plazas públicas, sin hacer propaganda de su obra, son los verdaderos prohombres, los legítimos ciudadanos y los epónimos a quien Cúcuta debe agradecimiento.”

Una polémica surgida en torno al hotel, fue la denominación dada, que muchos atribuían al recuerdo de los ancestros indígenas de su nuevo propietario que, al parecer, no guardaba relación con el ambiente y la decoración del lugar, ya que se había realizado al estilo de los clásicos hoteles neoyorkinos del momento, con grandes poltronas y luz tenue en el lobby. Sin embargo, en entrevista dada posterior a la inauguración, don José aclaró las razones que tuvo para bautizarlo como lo hizo.  Quiso entonces, honrar la raza nativa que habitaba las fértiles y ricas tierras que después de conquistadas recibieron, primero el nombre de La Troja, más tarde Córdoba y finalmente y en reconocimiento a las gestas de uno de sus más ilustres hijos, el nombre de Durania, su terruño.

Los Tundayas eran una raza de pacíficos agricultores y cazadores, que con sus arcos y flechas de macana, además de proporcionarles sustento, los utilizaban para defenderse de los intrusos en un tiempo en que los bosques y las montañas no conocían la presencia del hierro civilizador y destructor. De los Tundayas poco se sabe. Los vestigios de los escasos objetos, especialmente cerámicos y tejidos, que se han encontrado en cuevas cercanas al pueblo, han permitido que científicos, folkloristas y etnógrafos, hayan conocido que el nombre de la tribu correspondía al calificativo de su dios y símbolo de valor y que se traduce como ‘Trueno’. Estos indígenas eran una sub familia de los Chitareros, a su vez descendientes de los Chibchas. Los Tundayas habían desarrollado habilidades textiles notorias, pues no solamente sabían cultivar el algodón, sino que lo tejían y teñían con colorantes vegetales, especialmente el rojo que obtenían de la bija o achiote.

Una vez acomodado en el ambiente local, el hotel ofrecía todos los servicios propios de su categoría, como hospedaje ejecutivo, propio para quienes se desplazaban a la ciudad a realizar negocios y en general transacciones, que entonces estaban muy relacionados con la adquisición de divisas, dólares en particular, que se conseguían libremente en los bancos de San Antonio y que muchas empresas colombianas se aprovechaban de esta situación para aprovisionarse sin dificultad, de tan necesarios recursos. Con el tiempo, se le fueron agregando nuevos beneficios, en primer lugar, uno que estuvo de moda en la mayoría de los grandes hoteles, como eran los ‘grilles’, en los que el principal atractivo era la presentación de artistas de renombre. Era un recinto pequeño, adaptado para un número reducido de personas, con una sala-bar y una pista que servía, tanto para la presentación de las estrellas como para el baile. Su nombre: Grill Tundayita.

 

*Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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