Aproximadamente 90 personas componen el grupo de ciclistas que recorren la ciudad los martes y jueves en la noche.
Aproximadamente 90 personas componen el grupo de ciclistas que recorren la ciudad los martes y jueves en la noche.
Son las ocho de la noche y un grupo de gente comienza a llegar. Atestan los andenes, la calle, se saludan efusivamente entre todos, ancianos, mujeres, jóvenes, adolescentes, algunos uniformados, otros visten distinto, pero todos tienen algo en común: van en bicicleta.
Allí se reúnen los jueves y los martes, como si de un club se tratara. Esperan el sonido de un silbato que hace sonar una especie de líder. La ruta a recorrer se define con anterioridad.
La de este jueves comenzó en la avenida cero, avanzó hasta la calle 11 para cruzar en la diagonal Santander, subir el puente Carlos Ramírez Paris, continuar por la autopista hacia Villa del Rosario, para llegar a Villa Silvania y volver al punto de partida.
Todo comenzó en noviembre de 2011, cuando Edwin Botia, dueño de una tienda de bicicletas en la ciudad, junto con cuatro amigos, decidieron salir a hacer deporte en bicicleta. Siempre hacían rutas de montaña, recorrían sectores del anillo vial, cerca a El Pórtico. Una vez se unieron dos mujeres a mediados de 2012, el número de participantes de los ciclopaseos creció.
Hoy son aproximadamente 90 personas las que asisten a cada ruta, no siempre las mismas. Dentro de este grupo, la dinámica ha trascendido lo deportivo. De allí han resultado parejas, oportunidades de negocio y amistades.
Arquitectos, vendedores, profesores, estudiantes, hacen parte de un grupo heterogéneo, en el que todos apuntan a que uno de sus mayores atractivos es el de poder hacer deporte sin la presión y el costo de ir al gimnasio. Así cuenta Diana Torrado, que el jueves se estrenaba en los ciclopaseos.
Los domingos hay otro grupo. Sus salidas son un poco más exigentes y se concentran en rutas de terrenos montañosos y más extensos. Chinácota, Bochalema, La Rinconada (Venezuela) son algunos de sus destinos.
Otro atractivo de este deporte es la accesibilidad. Una bicicleta sencilla puede costar $150.000 hasta una profesional que tenga mayor rendimiento que cuesta tres millones.
Cúcuta no cuenta con una ruta especial para los ciclistas. La del Malecón es un retazo de tramos interrumpidos que tiene una finalidad recreativa. Pero para los cientos de cucuteños que se desplazan al trabajo o universidad en bicicleta, solo hay dos opciones: andar sobre la carretera y lidiar con los carros, o sobre el andén y cuidar e interrumpir su andar por los peatones.
La más usual es la primera. Los ciclistas comparten las calles con los carros y las motos, cuyos conductores no terminan por comprender la fragilidad de un ciclista. Tan solo hace aproximadamente un mes, en el anillo vial murió un ciclista que fue arrollado por un carro. El conductor huyó.
Pero en casos no tan extremos, varios ciclistas denuncian comportamientos poco adecuados de conductores de motos y carros que al ver un ciclista lo cierran. Incluso, cuando son mujeres, aprovechan para darles palmadas.
Aunque la falta de cultura no es solo de los conductores. Varios ciclistas no terminan por entender que las señales de tránsito y semáforos funcionan para ellos al igual que para carros, motos y peatones.
A pesar de que la población que se transporta en bicicleta en la ciudad es extensa (en su mayoría quienes viven o trabajan en Venezuela), no hay rutas especiales, ni estacionamientos públicos para estos vehículos, que no solo representan una alternativa de deporte, sino además, de transporte que es tendencia en las principales ciudades del mundo.
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