“La felicidad la encontré en mi familia, no en las armas”
Si usted ve hoy a Carlos, con su overol, bajo el inclemente sol de Cúcuta, con una pala y una escoba recogiendo la basura de la ribera del río Pamplonita, jamás imaginaría que hace 10 años lo que cargaba era un fusil y su trabajo consistía en resguardar cultivos de coca del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Creció en San Cayetano, municipio de Norte de Santander, donde empezó a trabajar desde los 13 años como zapatero, minero, cortador de caña y cualquier oficio que resultara.
“Me gustaba la plata y por eso me retiré del colegio en tercero de bachillerato”, dijo mientras recogía unas bolsas plásticas.
Sus ansias por el dinero lo llevó a desviar su camino después de que un amigo le hiciera una propuesta: irse para La Gabarra a raspar coca. “Me gustó porque veía la platica”.
Mientras trabajaba como raspachín, el Gobierno Nacional endureció su política para la erradicación de esos cultivos, lo que lo llevó a unirse a las Auc.
“Como había prestado el servicio militar, solamente me dijeron: tome este fusil, este bolso, estas botas, y ya. Eso fue todo”.
Al principio solo hacía mandados y cocinaba. Luego fue asignado como escolta de sus jefes y encargado de resguardar los cultivos de coca. “Yo sabía hasta qué punto sería capaz de llegar”, dijo, con un asomo de duda imposible de disimular.
Con el tiempo, terminó acostumbrándose a esa vida. El trabajo “era relajado y mientras menos me enterara de las cosas que ahí ocurrían, estaba seguro, pues como dice el dicho, entre uno menos sepa más vive”.
La ambivalencia vuelve a aparecer cuando sostiene que nunca estuvo de acuerdo con la forma en que maltrataban a la gente.
“Un día me mandaron a llevar ante mi comandante al dueño de una finca donde se raspaba coca. Cuando le dije al señor de la finca eso, me suplicó y hasta me ofreció $20 millones para que no lo llevara, porque sabía que lo iban a matar. No le hice caso, mi comandante me había dicho que no iba a pasar nada, pero cuando lo llevé, lo asesinaron”, recordó con lágrimas en los ojos.
Durante 3 años su familia no tuvo noticias sobre su paradero, al punto de que su madre lo daba por muerto.
Un día cualquiera decidió ir a visitarlos, llevándose la sorpresa de que era buscado por las autoridades. Una vez más, partió sin decir nada, dejando a su mamá y sus 5 hermanos.
En su segunda ida para el monte fue herido de bala en las piernas durante un enfrentamiento. “En ese momento solo pensaba y rogaba a Dios de que no me fueran a dejar tirado como a un perro”.
Una vez recuperado y luego de 8 años al servicio del Bloque Norte de las Auc fue capturado por la Policía cuando viajaba a Cartagena como escolta de Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, excomandante de ese bloque que operaba en los departamentos de Cesar, Magdalena, Guajira, Atlántico y Santander.
Carlos, una vez se desmovilizó junto a más de 1.000 hombres del Bloque Norte, decidió retornar a la vida civil por consejo de un coronel, acogiéndose a los beneficios que les otorgaba la recién creada Ley de Justicia y Paz.
Actualmente, recibe ayudas para estudiar y se ha capacitado en construcción en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), tiene afiliación a salud y recibe un subsidio económico de $160.000 por cada estudio que realiza.
Desde su desmovilización, logró terminar el bachillerato y conformar una familia. Actualmente tiene esposa y dos hijos de 5 y 10 años.
Su forma de pensar ha cambiado, es más responsable, y no piensa tanto en el dinero mal ganado y la ‘jartadera’ con malas compañías.
Su mayor alegría son sus hijos, disfruta el tiempo a su lado viendo dibujos animados, programas infantiles, jugar a hacerse cosquillas y ver las películas de princesitas que tanto le gustan a su hija. “Ahora soy feliz porque tengo la libertad para estar con mi familia sin temor”.
Carlos, hincha del Nacional, cuenta que otros de sus planes favoritos son cocinar y dedicarse a las labores del hogar, aunque casi no lo puede hacer debido a su trabajo de obrero y el proceso de reintegración civil que lleva a cabo gracias al programa de reinserción de la Alta Consejería para la Reintegración.
Ahora se arrepiente de las malas decisiones que lo llevaron a ser parte de un grupo armado al margen de la ley, y espera que sus experiencias y consejos les sirvan a sus hijos y a todos aquellos interesados en no cometer sus mismos errores.
“Traten de comportarse, respetar y estar muy cerca de su familia”, dijo Carlos como consejo a todos los jóvenes.
“Por ahora, mi plan a futuro es trabajar por mi familia y orientarlos para que no le hagan mal a nadie y vayan siempre por el camino correcto”.
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