En homenaje a Quino, quisiera repetir con Mafalda: ‘Que rico despertar en un país normal’.
La ira social en América Latina
Lo ocurrido en Chile con el incendio de la iglesia de La Asunción no es más que una pequeña prueba del alcance de la ira social, una manifestación del descontento colectivo adobada por el vandalismo. La violencia, que rechazamos en todas sus formas, evidencia la vergüenza racional en que vivimos. Pero no puede ser el referente para otorgarle legitimidad a una mayor represión estatal. Tan importante como el restablecimiento del orden público, a fin de garantizar la vida, honra y bienes de los asociados, resulta la comprensión de las causas de los problemas, y la puesta en marcha de políticas públicas para solucionarlos. En Colombia, ante los acontecimientos de la Minga y el paro de Fecode, no hubo ese desbordamiento de ira colectiva, aunque el panorama nacional sí continuó mostrando intolerancia, tal como se manifestó con los asesinatos de líderes de Colombia Humana e indígenas embera.
En homenaje a Quino, quisiera repetir con Mafalda: ‘Que rico despertar en un país normal’, en una sociedad justa, en donde los niveles de pobreza no estrangulen, el respeto a la vida y la solidaridad sean pan cotidiano, la justicia funcione, y la corrupción esté sepultada. Pero no, las contradicciones económicas y sociales se multiplican, y nuevos ingredientes alimentan el conflicto. Bajo el timón de gobiernos ineptos que nos han conducido hacia una sociedad fallida, las instituciones languidecen. Y la desesperanza, cuya evolución es impredecible, parece apoderarse del alma colectiva. Me refiero no sólo a Colombia sino a toda América Latina, porque su historia reciente lo confirma.
En medio de múltiples noticias en que se mezclan frívolas y serias, poca atención recibieron las cifras del DANE sobre el crecimiento de la pobreza en Colombia, como tampoco las del FMI, que proyectan una contracción del 8.1% en el PIB latinoamericano para 2021. Aunque el Covid19 ha sido un acelerador, debe entendérsele como menor, toda vez que los problemas son estructurales, porque los niveles de desigualdad y pobreza constituyen disfunciones asentadas por décadas. Pues bien, si se puede confiar en el DANE, la pobreza alcanza al 35,7% de la población colombiana, habiendo subido un punto en relación con 2019. Y la pobreza extrema el 9,6% del total demográfico. ¿Cómo podemos vivir en paz con esta característica societaria? Y eso que la manera de medirla es penosa, pues NO es pobre quien gane mensualmente 328 mil pesos. En América Latina, cerca de 240 millones viven en completa pobreza.
¿Qué ocurrió en los últimos 70 años? La Guerra Fría o la polarización entre soviéticos y estadounidenses, dadas sus visiones comunista y capitalista, se impuso con rudeza en toda América Latina. Por un lado, con el surgimiento de guerrillas, animadas por el triunfo de la Revolución Cubana; y, por otro, con el contrapeso propiciado desde Washington para detener al comunismo, lo cual consolidó gobiernos de derecha y dictaduras. En Colombia, aunque no se abrió paso el régimen militar, como sí ocurrió en Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina, dejando miles de personas torturadas, desaparecidas o asesinadas, tampoco hubo espacio para el pleno ejercicio de las libertades fundamentales y la inclusión social. Por si fuera poco, entre nosotros aparecieron el narcotráfico y el paramilitarismo.
A pesar de la caída del muro de Berlín y la terminación de la Guerra Fría, la polarización es pan cotidiano en los países latinoamericanos. Nunca pudimos construir nuestro propio camino, verbigracia, una Socialdemocracia incluyente y progresista, pero no marxista. Nuestros gobiernos se entregaron dócilmente a los Estados Unidos, convirtiéndonos en fuente de recursos naturales y mercado atractivo con 600 millones de consumidores neoliberales. El deterioro económico fue tal que la izquierda llegó al poder, aunque tampoco acertó por su radicalismo y corrupción.
Chile, Colombia, Brasil, Méjico y otros cuantos están en la misma encrucijada. No nos sorprendamos por la polarización, cuyas raíces son claras, pero sí preocupémonos por el alcance que pueda tener la ira social si no resolvemos los problemas de fondo.
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