Estas generosas venezolanas trabajan por sus connacionales en Colombia y por las comunidades de acogida.
Dos refugiadas integradoras
Elvia Peñaranda, de Acnur la Agencia de la ONU para los Refugiados y Mari Caldera, de Corprodinco, cuentan sus historias de vida y cómo lograron una integración exitosa como mujeres refugiadas.
Hoy trabajan por sus connacionales en Colombia y por las comunidades de acogida.
‘Descubrí la virtud de brindar atención’
Sonríe y llena de energía positiva a quien se le pone delante. Siempre está dispuesta a ayudar a quien lo necesite. Su trabajo no es solo por su familia sino también por sus paisanos, pero además lucha por las personas que la recibieron en Colombia. Ella es Elvia Peñaranda, de 38 años, nació en Caracas y tiene tres años viviendo en el país.
Hoy forma parte del equipo de Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, como gestora de integración local. Llegó con muchos sueños en su proceso de migración, con ganas inmensas de trabajar y empezó vendiendo cafés y laborando en restaurantes apenas pasó el puente Simón Bolívar con sus dos hijas.
“Establecerme aquí no fue fácil, pero nunca desmayé en mis ganas de seguir para adelante. Llegué trabajando en peluquerías, restaurantes, vendiendo cafés, vendía dos termos en la mañana y dos en la tarde para sostener servicios y la alimentación de mi familia”, cuenta.
En medio de sus ocupaciones laborales comenzó a asistir a las reuniones que hacían en la iglesia Jesús Cautivo, de la avenida 34 del barrio La Ermita, donde vive. Sin saber que su responsabilidad, puntualidad, perseverancia le abriría las puertas a su estabilidad en Colombia.
“Ellos (en la iglesia) se dieron cuenta que no faltaba a las reuniones. A esos encuentros llegaron unas misiones de Alemania que se fijaron en el trabajo comunitario que se hacía. Luego de ser tan consecutiva en las actividades la Corporación de Servicio Pastoral Social (Cospas), de la Diócesis de Cúcuta, me llamó a preguntarme si quería participar como gestora de integración en las comunidades”, dijo.
Sí, fue su respuesta. Su estabilidad económica zigzagueaba entre la venta de tintos, los trabajos oportunos en los restaurantes, limpiando casas de familia y las dos o tres veces al mes que salía a las comunidades con Cospas.
No descansaba en su trabajo, pero su labor en las comunidades era lo que llenaba su alma.
“Luego de 10 meses de trabajo a nuestra comunidad llegó Acnur. Y una persona que me vio trabajando me dijo que si yo quería aplicar, y sin dudar lo hice”, cuenta sonriente.
El 24 de diciembre de 2018 le llamaron de Acnur para notificarle que iba a empezar a trabajar. “Fue el mejor regalo de Niño Dios que he tenido”.
“Estoy agradecida con Acnur por permitirme trabajar con un maravilloso equipo, porque con esta experiencia he podido crecer profesionalmente y darme cuenta que aunque en mi país no pude aportar en Colombia sí he podido hacerlo”, dice Elvia con emoción.
Labor altruista
En las comunidades, Elvia trabaja como gestora de integración local orientando a venezolanos y a colombianos retornados.
“Me han brindado la oportunidad de descubrir esa la virtud de poder brindar atención y orientación”, dice la venezolana, que se graduó como licenciada en Enfermería en Caracas, y estuvo cinco años desempleada, cuando decidió venirse a Colombia.
Esta nueva experiencia laboral para Elvia le ha resultado satisfactoria y un cambio en su vida. Por sus venas corre la sangre altruista de su carrera profesional.
“Me llena tanto porque sé que estoy ayudando a una población que viene con tantas carencias y vulnerabilidades desde Venezuela. Así como llegue yo”, cuenta.
Elvia dice que ahora está ejerciendo en un país prestado de corazón, porque por sus venas corre la sangre de su mamá Margarita Peñaranda, colombiana, quien se fue a Caracas hace 47 años.
“Nunca llegué a sentir xenofobia. A los venezolanos les digo que siempre sigan hacia delante y vean el visto bueno de las cosas. Y por sobre todo, quiero darles las gracias a los colombianos por abrirnos sus hogares, y hoy quiero gratificarles con mi trabajo”.
‘Busco mitigar el duelo migratorio de los niños’
Mari del Carmen Caldera tiene casi cuatro años desde que llegó a Colombia. Esta docente de vocación admirable, nacida en el estado Yaracuy, da ejemplo de gallardía y superación cada día de su vida. Pero sobre todo demuestra cómo se puede lograr la integración de un migrante en su país de acogida.
No fue de un momento a otro, pero Mari logró obtener la condición de refugiada para ella y sus hijas desde finales de septiembre de 2019.
“Cuando me vi el pasaporte colombiano en mis manos lloré tanto y era felicidad”, contó. Ese documento significaba para ella y sus niñas la estabilidad en el país.
Su proceso fue acompañado desde el inicio por Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, a donde ella misma llegó sin buscarlo.
“Fui a La Parada a comprar comida y de allí me dijeron que en el Palacio de Justicia estaban dando ayuda. Cuando llegué hasta allá no había nada, me paré en la esquina y veo la bandera de Acnur y no sabía qué era, pero cuando me meto en internet y busco de qué se trata veo que aplicaba para la condición en la cual yo había salido de mi país”, dice.
Caldera salió de Venezuela tras perder todo derecho a sus trámites legales por cambiar de ideología política. “Ese cambio provocó que me retuvieran mi título universitario, porque me gradué en una universidad del gobierno y me dijeron que ellos habían invertido mucho en mi formación para que yo me fuera a trabajar con la oposición. No me vendían bolsas de alimentos tampoco”, cuenta.
Empezó como voluntaria
La perseverancia de Mari la llevó a tener el trabajo que hoy tiene. En su proceso de solicitud de la condición de refugiada recibió ayuda psicosocial en Corporación de Profesionales para el Desarrollo Integral Comunitario (Corprodinco), por su proceso de duelo migratorio.
“Yo hice como cuatro procesos psicosociales porque la situación mía fue muy dura con una afectación psicológica y niveles altos de estrés familiar”, dijo.
En medio de sus atenciones personales escuchó en la corporación sobre un proyecto con voluntarios y se ofreció enseguida. “Yo recuerdo que le dije a la psicóloga yo quiero participar, no importa que no me paguen. Yo lo que quiero es salir de mi casa”, contó.
Estuvo involucrada desde octubre a diciembre de 2018 trabajando la parte pedagógica con los niños de las comunidades involucradas en el proyecto, pues en Venezuela se graduó como licenciada en educación especial.
Esta tenacidad de Mari le mereció un espacio en febrero del siguiente año (2019), cuando le dieron la oportunidad de su primer contrato como enlace comunitario de mujer y niñez en las poblaciones de acogida en Cúcuta.
Su labor fue implementar la cartilla de viajeros, con la que abordaba los procesos del duelo migratorio que atraviesan los menores venezolanos, pero también le tocó focalizar mujeres y niños para atención en salud.
Este año, Corprodinco le ofreció trabajar en la sede donde atiende a sus connacionales en un proceso de atención integral, donde se desempeña como gestora de mujer y niñez.
“Trabajo en un espacio protector para que los niños y adolescentes, hijos de los migrantes, que vienen a recibir atención acá, para que estén en nuestros espacios recibiendo atención pedagógica. Busco mitigar el duelo migratorio de estos pequeños”, enfatiza.
Confiesa que su labor es lo más valioso que ha encontrado en este país. “Porque pasé de ser beneficiaria de un proceso a ser personal activo de ese proceso, donde puedo ayudar ahora yo a otros venezolanos como en su momento me ayudaron a mí”, dice complacida.
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