Es su garantía de vida, de recursos, de riqueza, y de unión para construir la propuesta de consolidación de paz en la zona.
El alma de Palmarito es el agua
Las comunidades organizadas de Palmarito y Banco de Arena revelan casi al unísono el eje de su lucha por la permanencia en el territorio: el agua.
Es su garantía de vida, de recursos, de riqueza, y de unión para construir la propuesta de consolidación de paz en la zona.
Desde 2010, e incluso algún tiempo atrás, la gente de Palmarito lucha por defender su tierra y uno de sus bienes más preciados: el místico Cerro Mono, su estrella hídrica y el ecosistema que los protege, porque de allí desciende el recurso hídrico para nutrir sus cultivos, sostener sus actividades económicas y alimentar a Cúcuta.
“Somos una comunidad unida, un brazo comunitario con autonomía”, señala el presidente de la junta de acción comunal de Palmarito, Geovanny Sandoval Vargas, quien resalta que solo la unidad de sus pobladores y la valentía que demuestran desde que la violencia apareció en su territorio, los mantiene a flote sin acompañamiento institucional y con la firme convicción de que su independencia se debe también a que se mantienen al margen de actores armados legales e ilegales.
Para Ricardo Castillo, uno de los líderes más activos de la zona, el proceso que llevan las comunidades organizadas es de largo plazo, en especial por el vínculo que actualmente se fortalece con la Red de jóvenes que anhelan empoderar para que la defensa del agua no sea una anécdota, sino un modo de vida para sus propios hijos.
Para ello, se realizan diversas actividades como la formación en valores, principios y cuidados de la naturaleza “porque si no tengo el agüita, no hay nada”, señala Castillo, para quien es esencial que se transformen esas nuevas mentes que, al fin de cuentas, serán las que ocupen el lugar de quienes un día no estarán.
El anhelo de los líderes es quitarle gente al conflicto y asegurar que, con el tiempo, a la defensa de lo local se sume la educación de los jóvenes para que “el médico sea de Palmarito, y el odontólogo, y el maestro, para que haya verdadero sentido de pertenencia, no solo por cumplir, sino por el arraigo”.
De ese arraigo, hasta el momento, han quedado experiencias exitosas, como la organización juvenil; los proyectos productivos de sacha inchi, ovejos, caña, entre otros; la construcción de espacios de integración; la elaboración propia de datos socioeconómicos como aporte al Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Cúcuta; la realización del primer Foro del agua, que integró a comunidades de El Zulia y Tibú, así como la participación en capacitaciones y asambleas en las que todos tienen voz, válida y valiosa.
Todo ello, según cuenta Hugo Vergara, líder de la zona, ha derivado en un empoderamiento que se ha construido con el tiempo y que, si bien ha surgido de diversos conflictos, no quiere decir que la comunidad se involucre en ellos; por el contrario, la salida a cualquier confrontación es la que los involucra en masa, en enormes grupos que recorren montañas, protestan y reclaman, como uno solo, porque todos son líderes.
“Estamos para exigirle al gobierno, y no para pedirle”, reafirma Sandoval, y tal cual se ha hecho, en especial ante autoridades que les han dejado en el abandono, o con propuestas que han quedado en una charla más, o los conocidos “pañitos de agua tibia”.
Su esperanza es que las autoridades “se pongan las pilas” con la destinación de recursos, para los proyectos, las vías, y la productividad de la que dependen decenas de familias, comprometidas con el entorno.
Prueba de ello, la experiencia de Libardo Mayorga, cañicultor, y para quien es fundamental ser parte del proyecto de consolidación de las 300 hectáreas de caña que prevé el plan de desarrollo del departamento, eso sí, efectuando la compensación ambiental necesaria para mitigar cualquier impacto ecológico derivado de la siembra de la caña.
Pero sin el gobierno y sin el acompañamiento apropiado, estas comunidades no avanzarán como esperan, pese a los liderazgos, o a la creación de la Fundación Cerro Mono, de la cual se prevé formular una estructura organizacional de economía agropecuaria, con miras a definir una agenda clara con acciones específicas para resolver los problemas socioambientales, y generar, por fin, más que riqueza, bienestar, ganada a pulso, unidos, en esta infinita defensa de una localidad muy cercana a Cúcuta, pero distante aún de sus prioridades de protección.
Madurez y solidez
Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar, señala que la organización comunitaria, apoyada por organizaciones internacionales como GIZ y la Mapp-Oea, es un proceso que claramente demuestra independencia, autonomía, y claridad, como no existe en otras zonas.
“Es una resistencia civil, que se vio desde que todos dejaron el centro poblado vacío, cuando hubo una agresión a la comunidad”, recuerda, a propósito del último desplazamiento masivo, producto de la violencia.
“Saben que la única posibilidad de avanzar, es estando juntos”, indica, tal como lo han hecho desde hace años, sumando esfuerzos, diálogos, y una conciencia de economía sustentable, que gira en torno a minimizar el daño ambiental, “pues tienen que ser la paz y la convivencia las que resuelvan las situaciones”.
Por ello, al igual que la comunidad, insiste en la necesidad de que la institucionalidad esté siempre presente, para que noten la transparencia y bondad de sus líderes, así como su entrega a un territorio del que se confiesan enamorados, y por el que seguirán luchando pues mientras haya agua habrá vida para ello.
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