Debido a la crisis que se presenta en la frontera, psicólogos y abogados cucuteños, en alianza con el programa de apoyo a las comunidades de acogida de refugiados a las regiones fronterizas de Colombia y Ecuador, desarrollaron en el colegio San José la estrategia de salud emocional e inclusión al inmigrante.

La iniciativa involucró niños colombianos y venezolanos que reciben clases en el plantel, con quienes se trataron temas relacionados con igualdad, autoconfianza y redes de apoyo. El objetivo es generar un ambiente protector para los niños inmigrantes.

Son visibles las afectaciones sicosociales de los jóvenes venezolanos.

Sin embargo, se mantiene un lazo de esperanza en volver a su territorio, igualmente se identifica que la participación de los colombianos es de gran receptividad, pues brindan espacios para la integración, explicó la asesora de convivencia  de la Agencia de cooperación alemana (GIZ), Diana Ramírez.

Corremos riesgo

Karen Hurtado, 12 años, vive en San Antonio. Es la primera de dos hermanos, cursa séptimo grados en la Institucional Educativa Megacolegio La Frontera.

Cuando se cerró la frontera tardó una semana en venir al colegio porque el solo hecho de tener que movilizarse por la trocha para cruzar la frontera hacia Colombia le causaba terror. 

Dice que caminar por estos pasos ilegales es muy arriesgado porque se puede dar cualquier hecho que atente contra la integridad de los estudiantes. 

“A mí me da pánico caminar por la oscuridad, sobre todo si se hace por entre la maleza donde hay animales que te pueden hacer daño, como culebras”, relata la estudiante. “Yo he escuchado que hombres extraños, de civil, hablan de que a los estudiantes no hay que hacerles nada, que hay que dejarlos en paz, pero uno no sabe en qué  momento se puede presentar un enfrentamiento entre ellos, eso es lo que nos da mucho miedo”.

Ella asegura que en los últimos días, a estos desconocidos se les ha dado por pedirles a los niños que vienen a Colombia  estudiar el certificado de estudios. Al que no lo presente no lo dejan cruzar la frontera, dice la estudiante.

Yo lo único que les pido a los presidentes de Colombia y de Venezuela es que tengan conciencia y no sean tan inhumanos con tanta gente que necesita de los dos países para sobrevivir.

No nos priven de estudiar

Angi Paola Méndez Tarazona, 12 años. Vive en Palotal. Para venir a la escuela en Villa del Rosario tarda una hora caminando por trocha y pedregales.Esto último -dice- no le gusta para nada, porque en los últimos días ha lloviznado en la madrugada y pone resbalosas las piedras y corre uno el riesgo de caerse y hacerse daño.

Una cosa nos preocupa en casa y es la plata que piden desconocidos en las trochas para poder dejar pasar a nuestros papás que nos acompañan a la escuela. Somos familias de escasos recursos y no tenemos dinero para estar dando a cada instante, dice Angi Paola.

“La trocha es muy peligrosa. Quiero decirles a las autoridades de mi país que no es justo que nos estén privando del derecho a la educación”, agrega. “El país se les salió de las manos y los niños no tenemos por qué pagar los platos rotos”.

Es un crimen

Por su parte, el diputado nortesantandereano Edinsson Ortega dijo que es un crimen lo que se está cometiendo con los niños venezolanos que vienen a Colombia por las trochas a estudiar.

Fue enfático en señalar que ahora más que nunca es necesario un corredor solidario para que no se les siga vulnerando los derechos fundamentales a los niños, como la educación, la salud y la vida.

Los testimonio de lo que les pasa y piensan de esta situación los estudiantes son conmovedores: