El hecho, que generó polémica, se presentó en Cali.
La historia detrás de la niña obligada a inhalar marihuana
La tragedia de la niña de cinco años obligada a consumir marihuana por dos jóvenes, de 13 y 18 años, en Siloé, ladera de Cali, tiene un cóctel de situaciones adversas que podrían describir ciertos escenarios de Colombia: consumo de drogas a temprana edad, desplazamiento forzado, pobreza extrema y una frágil protección a la población infantil.
En el video conocido a través de redes sociales, se ve a un grupo de tres jovencitas -dos de ellas hermanas- fumando marihuana en el cuarto de su casa. Acuestan a la menor en una cama y le prometen una paleta si abre su boca para recibir el humo inhalado segundos antes por una de ellas.
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La niña, en medio de su inocencia, acepta la petición de sus vecinas y al término del acto las adolescentes ríen a carcajadas.
La víctima es una indígena que llegó a Cali el pasado mes de febrero junto a su mamá, papá, y cuatro hermanos, provenientes del Alto Baudó, oeste de Chocó.
Ellos hacen parte de las 1.922 personas, pertenecientes a 19 comunidades, que han abandonado su territorio desde el 23 de octubre del 2017 cuando el Eln asesinó al líder social Aulio Isarama, según el reporte de la Unidad de Víctimas.
De acuerdo con la Organización de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, en ese municipio hay una cruenta guerra entre el Eln y bandas criminales que buscan el control del territorio para el narcotráfico.
En su afán por dejar atrás la violencia, la familia indígena viajó 415 kilómetros desde el Alto Baudó hasta Cali, luego otros 4,4 kilómetros más desde la Terminal de Transportes, norte de la ciudad, hasta el barrio El Lido y desde la estación de Policía de esa zona avanzaron otros 30 minutos en carro hacia la ladera para finalizar su trayecto en el sector El Tierrero, atrás de la famosa estrella de Siloé.
Allí encontraron apoyo en los vecinos y el alquiler a un precio accesible de una deteriorada casa arriba de una loma de platanales.
“Ellos tienen una cultura muy diferente; por ejemplo no hablan muy bien español y son muy confiados. Los niños andan descalzos y desnudos y les encanta estar trepados en los palos o meterse a nadar en las quebradas”, dice José González, residente del lugar.
El Tierrero tiene la mayoría de sus calles despavimentadas. Son estrechas con pasadizos elevados, donde se puede apreciar el consumo de drogas de jóvenes entre los platanales. Hay una improvisada cancha con un único mural: una gigantesca rosa y un mensaje de apoyo de la Farc que marca el camino hacia la zona rural de Cali.
“Los jóvenes en Siloé tienen mucho tiempo de ocio, porque la mamá sale a trabajar temprano, el papá también, entonces quedan los niños solitos y pasa lo que se pudo evidenciar en el video: empiezan a jugar con las cosas que están consumiendo. Allí hay una cadena, la de 18 le da a la 13 años y ambas se juntan para darle a una niña de 4. Si no le ponemos el tatequieto a eso con proyectos sociales, el consumo y la adición seguirá en aumento aquí”, explicó Alezander Guerrero, líder social de la Comuna 20.
Mientras los papás de las niñas indígenas salen a trabajar, su cuidado queda a manos del personal de la Biblioteca la Esperanza. “En este lugar hacen parte de algunos programas que tenemos como el comedor comunitario. También practican música y entrenan fútbol”, manifiesta Carmen Elena Rosero, coordinadora del sitio.
Ella insiste en que en el sector de ‘El Tierrero’ son muchos los jóvenes que abandonan el colegio a tempranas edades por la violencia y el impedimento de cruzar de una cuadra a otra. En ese lugar hay muchas fronteras invisibles.
“Los niños indígenas desfilan por aquí con su mamá y parecen una escalera: todos pequeños, pero no están separados por mucha edad. Algunas personas los toman de burla y como ellos no entienden, sonríen”, señala Lucio Ramírez, vecino del sector. Según él, es normal que los jóvenes consuman droga en sus casas y que como “un acto de chiste le den a probar a los más chiquitos”.
Érika, la mamá de la menor afectada por este hecho, no se imaginaba ese escenario permeado por la maldad. “Cuando vi el video lloré y no pude dormir”, afirma con un atropellado español. Ahora, su batalla es contra las autoridades que amenazan quitarle la custodia de sus cinco hijos.
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