Uribe ha demostrado que él y su entorno cada día ante la sociedad parecen menos un partido político y más una siniestra pandilla.
Un mal expresidente
Es un lenguaje barriobajero de lo más repudiable. Es la vileza hecha verbo, la bajeza convertida en majestad. Es, porque sí, lo más alejado posible de lo que en buen romance se conoce como la decencia.
¡Qué insensible! ha demostrado ser el senador Álvaro Uribe Vélez, al propagar por sus cuentas en las redes sociales lo que él cree sobre el asesinato del testigo judicial Carlos Areiza, vinculado al proceso que enfrenta a Uribe con el senador Iván Cepeda. Para nada le importa el dolor de la familia Areiza por su pariente asesinado.
No puede, impunemente, un expresidente de la República decir que Areiza “es un buen muerto”, en palabras que ni siquiera se escuchan en los círculos más bajos de una sociedad que ha vivido en guerra por décadas y que extravió todos los principios y valores. Si acaso entre delincuentes de la peor laya, se escucharán términos como los respaldados por Uribe.
Respaldados, porque eso de que “es un buen muerto”, dice el propio Uribe, es parte de un texto que reprodujo. Solo que al hacerlo, lo avaló, puesto que no lo acompañó de una sola letra de repudio. Es decir, no hay distancia entre el senador y sus corresponsales.
Así, el expresidente hace suyas esas palabras de ignominia.
Al estar de acuerdo con que el paramilitar y testigo asesinado es un buen muerto, ¿el expresidente habrá pensado en el caso de que el muerto haya sido uno de familiares o conocidos? ¿Sería un buen o un mal muerto?
Con actitudes como está, Uribe ha demostrado, hasta la saciedad, que él y su entorno, cada día ante la sociedad parecen menos un partido político y más una siniestra pandilla, una especie de Oficina de Envigado de alto nivel.
Su conducta en las redes sociales, unida al terror que genera entre sus enemigos, incluso los que están en lugares inalcanzables, verdaderos personajes intocables, que temen daños por solo criticarlo o rechazar sus afirmaciones, están haciendo de Uribe una especie de bestia negra de la que siempre es mejor estar lejos, muy lejos y, en lo posible, ni siquiera pronunciar su nombre.
Al fin y al cabo, Areiza es el octavo asesinado entre los testigos que han osado referirse a Uribe o los suyos como vinculados a cosas innombrables, en procesos criminales que hasta ahora no han ido a ningún lado. Él, como al menos a otro, de la cárcel salió a que lo asesinaran…
Uribe puede, claro que sí, disponer de sus cuentas virtuales para lo que a él le parezca; es su derecho. Pero su deber es comportarse como la sociedad supone que debe hacerlo un expresidente, alguien que ha sido objeto de todos los honores que otorgan la decencia, la democracia y la dignidad humana.
Él convirtió todo eso en fango con el que ha comenzado a escribir las páginas más repugnantes de la historia negra de Colombia.
Para decirlo de una vez y en pocas palabras, al expresidente Álvaro Uribe Vélez le quedó grande la grandeza.
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