El pueblo, que vive del turismo en sus playas, se las ingenia para lidiar con la falta de internet.
No hay billetes, pero sobra ingenio en Chichiriviche
El motor se detiene. La lancha queda al vaivén de las olas. De una hielera azul, Nancy saca un datáfono y un puñado de tarjetas: una a una las introduce en el aparato para cobrarle a sus clientes el pescado frito y las cervezas.
A 70 km de Caracas, Chichiriviche de la Costa, un pueblo que vive del turismo en sus playas, se las ingenia para lidiar con la falta de internet y de dinero en efectivo, un dolor de cabeza para los venezolanos.
Nancy Rodríguez, una rolliza mulata de 43 años, va en su bote unos dos kilómetros mar adentro unas cuatro veces al día a pasar las tarjetas de quienes comen en su kiosco. En ese lugar se capta la señal de internet de la ciudad de Catia La Mar, a 35 km.
Con agilidad, Nancy marca en la maquinita el número de cédula, el monto y la clave secreta de las tarjetas que -impensable en otro país- le revelaron sus dueños. Todo lo llevaba anotado en pequeños papeles con los que envolvió las 13 tarjetas de crédito y débito.
El país petrolero sufre una grave escasez de alimentos, medicinas, insumos y repuestos. También de billetes: los venezolanos deben hacer largas filas y recorrer cajeros electrónicos, que sólo permiten retirar 10.000 bolívares diarios, lo que cuesta una galleta.
El presidente Nicolás Maduro atribuye la crisis del efectivo a mafias que acumulan billetes para especular; la economista Tamara Herrera hace responsable de ello a la hiperinflación y a la emisión de dinero sin respaldo.
Ante la falta de efectivo “el punto” -como popularmente llaman los venezolanos al datáfono- es primordial. Pero en Chichiriviche, la cosa es más complicada.
Desde agosto pasado no hay internet porque -cuentan sus pobladores- se robaron los transmisores y cables de la antena enclavada en una de las montañas que rodean a este pequeño pueblo frecuentado por aficionados al buceo.
Allí se sube en moto o en carro para “pasar el punto”. No por la antena, sino porque también llega la señal de Catia la Mar. “Estamos guapeando... aguantando la tormenta y esperando que llegue la calma, que esta situación cambie, porque es insostenible”, dijo María Victoria García, propietaria del Centro de Submarinismo Scubatec.
Su escuela de buceo, que opera desde 2008, llegó a atender 500 submarinistas por fin de semana. “En este momento estamos con unos 100”, se lamenta.
Como otros negocios del pueblo, trabajan a base de confianza. Muchos clientes pagan la inmersión por transferencias bancarias cuando regresan a sus casas, uno y hasta tres días después.
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