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Sábado, 30 Diciembre 2017 - 2:56am

La reina de los Cocacolos

En la gran mayoría de los clubes sociales de las ciudades capitales, este reinado se realizaba hasta que fue atenuándose con el paso de los tiempos 

Era la época de galladas, camajanes y de “hijos de papi” que se peleaban en duelo por las lindas chicas que asistían a las Coca Colas bailables de los sábados en casas de familia o en algunos de los prestigiosos clubes sociales de las entonces grandes ciudades del país. Eran los primeros  “rebeldes sin causa” que sacaban sin permiso el carro de la familia y se paseaban orondos por las pocas  anchas y desoladas calles de la ciudad, terminando muchas veces en los reconocidos lupanares de aquel famoso barrio al norte, por la antigua ruta del ferrocarril.

Eran buscapleitos, guapetones, osados, irreverentes e irresponsables. Sus atuendos eran bluyines america¬nos, camisas de colores vivos, zapatos mocasines, medias blancas, gafas de lentes oscuros, corte de pelo cepillo, el mismo de los militares americanos. Los de más alcurnia se vestían con prendas de los exclusivos almacenes como el Tony, el LECS, Los Tres Grandes, Valher o en La Corona, mientras que otros menos ambiciosos pero igualmente pretenciosos se vestían en El Roble, El Ley o el Tía.

Habían desarrollado su vocabulario propio, a la usanza de los grupos que buscan su real identidad, como es usual en esos casos y que crecía a medida que fue popularizándose. Propio de su léxico eran palabras como: hebra, vestido completo;  chamarra, chaqueta de cuero; zafa, no moleste o no joda; pinta, buen atuendo informal; buena pinta, bien plantado; sardina(o), persona joven; loro, radio; bobo, reloj; zonas, cuidado, ojo; trabado, enmarihuanado; cacho, cigarrillo de marihuana; cayetano, callado, no hable; Carretilla, hablar mucho; novilla, novia; llave, amigo leal; zanahorio (a), sano sin mañas; darse  el ancho, retirarse; tirar paso, bailar bien; teus, usted.

Aunque muchas han desaparecido para darle paso a las nuevas acepciones que por el avance de los tiempos se hacen necesarias, algunas todavía subsisten y son de uso frecuente y conocido. Por los años sesenta era habitual verlos estacionados en las esquinas de la quinta avenida con calles once o doce, frente al Tony o al Ley, al mejor estilo de los miembros del club de observadores de chicas, de don Abundio. A raíz de la notoriedad que tomó esta forma de comportamiento, algunos clubes sociales se propusieron aprovechar la ocasión y se lanzaron a promocionar un famoso reinado que buscaba coronar la más bella de las jovencitas de esta categoría y de ahí nace el evento llamado ‘La Reina de los Cocacolos’, que en Cúcuta asumió con entusiasmo el Club Tennis, que durante varios años del decenio en mención, fue uno de sus principales atractivos.

En la gran mayoría de los clubes sociales de las ciudades capitales de departamento, este reinado se realizaba hasta que fue atenuándose con el paso de los tiempos y nuevas modas fueron adueñándose de la población joven. Solo ha mantenido vigencia en el Club Campestre de Ibagué, donde aún se conserva esta actividad decembrina.

En esta crónica nos ubicaremos en el mes de diciembre de 1957, mes de festejos y de alegría, que reúne a propios y extraños, en los salones de fiesta de los grandes centros sociales, para contarles sobre la escogencia de la Reina de los Cocacolos de ese año, en la ciudad de Cúcuta.

Reinaba en el Club Tennis de Cúcuta un clima de jolgorio propio de esa época, temporalmente libre de las angustias políticas del momento, luego de la instauración del Frente Nacional y el advenimiento de una paz, que aunque frágil presagiaba cambios importantes en el devenir de la nación. Los socios se preocupaban más por el desarrollo de sus fiestas de fin de año que por el futuro y en razón de ello, se habían programado los tradicionales bailes de las novenas y el remate anual con su ‘baile de locos’ el 28 de diciembre, ‘día de los inocentes’, en la época en que sus instalaciones todavía no habían sido trasladadas a su actual sede.

Para la ocasión fueron varias las candidatas que con el correr de los días, entusiastas planeaban actividades que les concedieran los favores del público, pero en especial de los jurados, que tenían la difícil tarea de elegir la soberana que representaría a la juventud del club, que entonces eran llamados ‘Cocacolos’. Al aproximarse el día de la decisión, el grupo fue reduciéndose y puede decirse que en la fase final, algo así como las finalistas del concurso, fueron Elvirita Luzardo y Martha Castro Soto. Luego de una larga deliberación, los jurados conscientes de su responsabilidad, le otorgaron el cetro y la corona a Martha, no sin antes aclarar que ambas candidatas merecían la distinción pero que desafortunadamente solo una podía ser coronada.

La ganadora, hija de Humberto Castro Ordóñez y Cecilia Soto de Castro, a quien adornaban cualidades tanto físicas como morales, una vez proclamada respondió a las inquietudes del numeroso público que ansiaba conocer sus opiniones e inquietudes sobre el noble honor de representar a los adolescentes que como ella constituían la nueva generación. Su primera reacción luego del anuncio real fue que había sentido una emoción enorme, que no lo creía, pues le parecía un sueño del que no quería despertar pero que al sentarse en ese hermoso trono se dio cuenta que todo era una bella realidad.

De sus competidoras alabó sus cualidades, especialmente a su última rival de quien dijo que su donosura morena y sus profundos ojos verdes habían cautivado a la concurrencia, que había sido su rival más competente por su gracia, simpatía y belleza, y que siempre creyó que sería la ganadora. Sobre sus gustos respondió que le gustaba la música, según su estado de ánimo, alegre en los momentos de alegría y música suave al atardecer o cuando la nostalgia la invadía. En cuanto a la lectura, prefería los versos particularmente los de Julio Flórez y José Asunción Silva, sin dejar de lado las novelas que estaban en la biblioteca de su padre. De su hobby nos contó que le encantaba tener grandes álbumes de fotos y coleccionar porcelanas. Y antes de que un nutrido grupo de cocacolos viniera a llevársela para concluir la jornada, le preguntaron si tenía novio y sonrosándose un poco, respondió que estaba aún muy joven para eso, pero que ya tendría tiempo de pensarlo.

Para concluir la velada, la nueva reina de los Cocacolos estuvo departiendo con cada una de las comparsas, hasta que la fiesta hubo terminado, poco tiempo antes de amanecer.

Gerardo Raynaud D.

gerard.raynaud@gmail.com

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