En situaciones de angustia nunca perdió el objetivo de ser la mejor maestra.
La maestra más antigua de Cúcuta termina 50 años de docencia
A la manera del coronel Aureliano Buendía cuando lo iban a fusilar, casi 50 años después, frente a la reportera de La Opinión, Miriam Suárez de Hernández empezó a recordar aquel viernes 8 de marzo en que comenzó a ser maestra.
En su pequeña oficina, rodeada de libros, documentos, trofeos y condecoraciones, mira a los ojos y dice que jugar a la escuela fue su primera diversión.
“¿Qué más perfección que la de hacer y dar de aquello que nace del corazón?”, se pregunta luego y sonríe.
Empezó cuando en Labateca la nombraron maestra en Lirgua, escuela para la que un supervisor la postuló pese a ser menor de edad: tenía 16 años. “Lo que para muchos era un imposible, para mí era el mejor momento de mi vida”, susurra.
Era la mayor de cinco hermanos, y asumió una responsabilidad mayor que la de solo cuidarlos.
Nueve años después le ordenaron viajar a Cúcuta a crear de la nada una escuela en Niña Ceci, un barrio de invasión sin transporte.
Ella y otra maestra dictaban clases en una casa arrendada rodeada de tugurios y casuchas de palos y latas viejas.
Con apoyo de la comunidad, organizaron bazares y reinados, para recaudar fondos para la construcción un plantel.
“Como cosas de Dios”, Gremios Unidos patrocinó la terminación del plantel; a cambio, le pusieron su nombre.
Poco a poco, con dedicación y amor, la escuela creció, y de dos maestras pasó a 16.
Los ojos vidriosos y la voz quebrada la traicionan, y ella disimula diciendo que le gustaría volver a vivir aquellos días, porque estas acciones son las que alegran la vida y le alimentan el alma.
En marzo de 1981, se casó con Rafael Hernández, comerciante de Cúcuta.
“Allí no terminaba el viaje de mi vida”, explica. En 1989 la enviaron a Cristo Rey.
Los momentos difíciles no alcanzaron a decepcionarla.
En situaciones de angustia nunca perdió el objetivo de ser la mejor maestra y amiga de sus estudiantes: son su familia.
¿La vida, el destino o Dios? Sin importar qué, siempre tuvo razones para amar cada cosa que hacía por sus niños.
Siempre el destino la ha puesto a prueba. Cuando menos lo esperaba, recibió amenazas de una mamá que no aceptaba la conducta agresiva de su hija, una mujer de 15 años que aún estudiaba en la primaria.
Recuerda que nerviosa y ansiosa, y con las manos sudorosas, buscó la manera de acercarse a aquella mujer para poder ayudar a su estudiante.
Visitas, reuniones y continuas conversaciones hicieron que se entablara una amistad entre las dos mujeres.
“La niña terminó, me gané su confianza y la mamá se fue muy agradecida”, recuerda.
En medio de emociones encontradas, dice que lo mejor de ser docente es sentir satisfacción de ver profesionales y realizados a sus exalumnos.
Y si de retos se trata, hoy, esta maestra, en su día a día se vale de nuevas estrategias para ganar la amistad y la confianza de sus alumnos, para poder orientarlos y guiarlos.
“¿Cómo olvidar a una señorita digna de valores, responsable, sobresaliente y que es pila en todo?”. Se refiere a la actual directora del Sisben de Cúcuta, Vanessa Arenas.
Ella fue la estudiante que se ganó un lugar imborrable en su corazón: se graduó con mención de honor y con la placa de la mejor bachiller.
“Los años no vienen solos, las épocas cambian, las experiencias siguen enriqueciendo la vida y los problemas son solo pruebas para continuar como valientes”, predica.
Los castigos
De niña, veía cómo en un rincón arenoso e incómodo los maestros arrodillaban a los estudiantes sobre piedrecillas, con los brazos en cruz, para castigarlos a punta de reglazos.
Esa dureza y ese rigor le hicieron entender que quería ser una maestra diferente, que sus clases serían dadas únicamente con la regla del amor.
Los problemas de sus alumnos le eran suficientes para arrugarle el corazón.
Cabizbaja y con una profunda tristeza en la mirada, recordó el momento tan difícil que pasan dos niños de su escuela, debido a la muerte de sus padres hace un par de días.
La despedida
Miriam Suárez ha tenido muchos días soleados y felices, y otros grises y amargos.
Poco a poco se acerca la hora de decir adiós. Se termina el gran viaje que le brindó el mundo de la educación.
En enero se hará efectivo su retiro de las aulas de clase, del cariño de los niños y de su tarea como maestra.
Sonriente y con orgullo se prepara para guardar los libros y dar por cumplida su misión y pasión de vida.
“Si tuviese la oportunidad de volver a elegir, nuevamente sería maestra”, señala. “La docencia es mi vida”.
Astrid Genes | Practicante de periodismo
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