Este flagelo no responde a una cultura de la gente, sino a los frágiles mecanismos para prevenirlo.
Galopa la corrupción en América Latina
La corrupción siempre ha estremecido a Latinoamérica y en Colombia en los últimos días la situación parece haber empeorado.
En la región han destituido a Raúl Sendic vicepresidente de Uruguay, por presunta corrupción. Jorge Glas el vice de Ecuador fue suspendido por el escándalo de Odebrecht.
En Brasil, a los expresidentes Dilma Rousseff y Luiz Inacio Lula Da Silva los condenaron y el actual mandatario Michel Temer está en el ojo del huracán.
En Guatemala, el mandatario Jimmy Morales ha sido declarado ‘persona no grata’ por la población por presuntos detrimentos y en México Enrique Peña Nieto es cuestionado por sus ostentosas propiedades.
En Argentina, el presidente Mauricio Macri ha sido señalado por actos “oscuros” con el emporio de su padre, y su antecesora Cristina Fernández de Kirchner tiene varias causas judiciales en su contra; mientras que en Venezuela pareciera que se tratara de una epidemia, de un virus que se propagó por toda la América Latina, sin parar.
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Como si todos los nacidos en estas tierras estuvieran dibujados con el mismo pincel: el de la corrupción.
Pero el politólogo e internacionalista Vicente Torrijos no cree en que el hecho de haber nacido en cierta tierra influya para que una persona caiga en una conducta indebida.
“No se puede afirmar que haya unas etnias o nacionalidades que sean menos vulnerables o que genéticamente estén predispuestas a ser más corruptas que otras. Eso no es más que una forma de desviar la atención sobre los verdaderos problemas”.
Agrega que este tipo de argumentos tienden a idealizar la corrupción como si fuera un plan inevitable en la vida, en especial en la de los funcionarios.
“No se trata de una herencia, no está en los genes de un colectivo o de una nacionalidad, estas frases hechas tan solo sirven para legitimar la práctica corrupta precisamente como necesaria e ineludible”, agregó el experto.
“Lo lamentable es que los funcionarios corruptos simplemente propagan la idea de que son así porque esa es la idiosincrasia”.
Refiere que estas versiones descalifican la honestidad. “Las personas honestas pasan a ser ‘atolondrados’ o ‘marginales’, que no aprovechan la oportunidad de beneficiarse de estos actos ilícitos”.
Cree que la corrupción es un fenómeno universal que se presenta en todos los países, pero la diferencia es que existen sistemas políticos que están estructurados de mejor manera para enfrentarla.
Explica que los Estados más eficientes en la lucha anticorrupción se caracterizan por cuatro constantes. En primer lugar los ejercicios de rendición de cuentas son de vital importancia.
Es decir, el funcionario está obligado en todos los niveles, desde el local hasta nacional a rendir cuentas al ciudadano. “La población hace seguimiento de cada uno de los manejos presupuestales, lo que impide que el funcionario haga de la suyas. Es decir, la contraloría social vulnera la corrupción”.
Torrijos comenta que en los sistemas anticorrupción más eficaces también se hace culto a los mecanismos de transparencia. “Todo debe hacerse público y estar al alcance del ciudadano. Que todos sepan exactamente en que se están invirtiendo los recursos. Porque se ha comprobado que la información es un poderoso elemento para frenar la corrupción, y esto es efectivo acá en Colombia, en Brasil, Noruega o en Tailandia”.
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La otra herramienta, para Torrijos, es la prevención y supervisión. “Cuando los ciudadanos pueden denunciar tempranamente hechos que parecen oscuros o cuando el mismo Estado tiene unos mecanismos de control sofisticados lógicamente los diferentes organismos sienten que están siendo debidamente controlados y que no pueden actuar de manera impune”.
Estímulo de la denuncia
Explica Torrijos que al ocurrir un hecho de corrupción siempre hay personas, no involucradas, que conocen lo que está pasando pero callan porque no cuenta con sólidos mecanismos y garantías para denunciar.
“No hay una verdadera recompensa para premiar a quien se atreve a delatar un hecho de estos. Tampoco hay un ente que les brinde una protección ideal”.
“Los sistemas políticos deben premiar las conducta transparente porque en la medida que haya recompensas los delincuentes podrán ser perseguidos y condenados. A cambio el denunciante puede recibir una recompensa monetaria o moral, de méritos o privilegios”.
Cree Torrijos que en los países de América Latina, incluyendo a Colombia, cada uno de esos puntos de prevención de la corrupción son frágiles y por eso muchos hombres y mujeres honorables terminan corrompidos por el poder y el dinero.
Crisis de valores
José Gregorio Hernández Galindo, exmagistrado y jurista de larga trayectoria, sostiene que los focos de corrupción que hay en la administración de la justicia colombiana, hace metástasis en el sistema. Aclara que no todos los jueces son corruptos, pero hay algunos que traicionan su conciencia y moral por dinero o por influencia política.
Agrega que estos ocurren porque todo el sistema está viciado. “En América Latina el proceso de administración de justicia es improvisado orientado por la palanca política, la influencia del amiguismo, el compromiso político y eso de cierta manera puede conllevar al soborno, porque un juez que deba luchar contra esas adversidades puede caer en venderse al mejor postor. No todos, serán así, pero sí un considerable porcentaje”.
En otras palabras no hay ningún tipo de respeto al juez y la justicia en nuestros países”.
Resalta que en las naciones con sistemas de justicia fuertes y soberanos, los jueces gozan de gran respeto y nadie se atreve a hacer un ofrecimiento inmoral.
“Eso ocurre en este lado del planeta, a veces por culpa propia del magistrado, por los abogados defensores o por el mismo cliente, porque en muchos casos es el cliente el que le exige a la defensa que almuerce o cene con el juez para que le ofrezca ‘algo’, para que a cambio le resuelva el problema. Hay quienes quieren comprar conciencia y el que es débil se vende. Hay una pérdida de valores y de principios éticos generalizada y no se puede impartir justicia sin ética ni moral social”.
Mientras tanto el mundo gira y la justicia latina sigue corrompiéndose.
Javier Vargas
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