El Papa habló claro y para todos. Deja valiosas enseñanzas.
¡Gracias papa Francisco!
La visita del Papa Francisco a Colombia entre el pasado miércoles y ayer fue un acontecimiento relevante no solamente por el fervor de los creyentes católicos en todos los actos religiosos celebrados, sino también por los pronunciamientos del pastor respecto a la justicia social y los derechos de las personas, muchas veces desconocidos desde las cúpulas del poder.
Fue impresionante la concurrencia – anoche se estimaba en 6 millones de personas – a las misas que el pontífice celebró en Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena.
Esa multitud de devotos, de todas las clases sociales tuvo la oportunidad de comprobar la gran capacidad de convocatoria del más alto conductor de su iglesia y de su credo.
Ello configura una corriente que debe tener decisiva influencia en el pensamiento colectivo, en términos de unidad para promover la convivencia y evitar desencuentros que pueden agudizar los distanciamientos y estimular fundamentalismos nocivos y polarizaciones de posibles violencias.
Frente a inocultables realidades de la desigualdad, el Papa fue categórico en plantear la necesidad de corregir o cerrar esa brecha.
La falta de equidad es caldo de cultivo de perturbaciones de alcance explosivo. Las necesidades insatisfechas pueden convertirse en una bomba de tiempo irremediable de efectos desastrosos.
Igualmente fue importante lo expresado por el Papa sobre los derechos humanos y las otras garantías encaminadas a preservar la seguridad y la dignidad de las personas.
La paz no solamente debe estar entendida como un desarme que evite todas las formas de violencia, sino también como la erradicación de los factores que mantienen la exclusión, la intolerancia, la discriminación racista o de género y que por consiguiente fomentan distorsiones políticas con afectos negativos de todo orden.
El Papa Francisco busca una iglesia identificada con los pobres y las víctimas de desafueros. Una iglesia militante, opuesta al esclavismo, la trata de personas y degradaciones que ultrajan al ser humano.
Colombia, una nación en busca de dejar atrás violencias y desigualdades, pudo escuchar al Papa Francisco en ideas adobadas de un lenguaje de apertura. No es la prédica de la resignación sino la comprensión de que la religión puede estar del lado de quienes requieren salir de las estrecheces a que están reducidos.
El Papa habló claro y para todos. Deja valiosas enseñanzas. Sus palabras son alentadoras para un país que necesita dejar atrás los demonios que lo asedian en diferentes espacios.
Lo que debe seguir a su visita es la asimilación de mucho de lo dicho por él. Esa responsabilidad es para todos. Deben asumirla el clero católico en todos sus niveles de mando.
Y también el Gobierno, los empresarios, los políticos y los católicos en general, como contribución a la construcción de un país donde la vida tenga el respeto y la valoración que le corresponde.
No hay que dejar que los mensajes del Papa Francisco caigan en el vacío.
Sería la frustración y el deslucimiento de la palabra de quien encarna el poder de una iglesia llamada a recobrar la confianza como aliada de los más necesitados.
El mismo Papa estará pendiente de lo que genere su discurso en nuestro país.¡Gracias Papa Francisco por su visita a Colombia!
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