La tertulia a su alrededor, en el parque Los Fundadores, no interrumpió su andar por el mundo onírico. ¿Qué puede soñar esta niña de tres años? Eliángela estaba en un coche, mientras su madre Rosángela Magdanel cargaba sobre sí algo más que los 21 años de vida que tiene: su otro hijo Emanuel Isaac, de un año aproximadamente.
Junto a su esposo Edinsson Guillén, dejó todo en Valencia, una de las principales ciudades venezolanas, a unos 690 kilómetros, para tratar de encontrar en Cúcuta un futuro diferente al que les ofrecía su país, en medio de la crisis económica, social y política. Pero, ¿qué hacer sin papeles? ‘La Perla del Norte’ fue el lugar más accesible ante la falta de pasaporte.
Lea además Embajadores de Alemania y Francia evalúan situación de la frontera
“(Allá) no hay medicinas y mi hija tiene un soplo en el corazón. (Aquí) Mi esposo vende chocolatinas y dulces para pagar el cuartico en el que estamos, cerca de la terminal –de transporte-. No tenemos colchonetas, estamos tratando de salir adelante. Es complicado, pero hemos encontrado gente buena”, indicó la delgada mujer, antes de sentarse al pie de un árbol a amamantar a su pequeño, aprovechando la escasa luz de una bombilla.
(Una joven venezolana da a sus hijos un vaso de avena, en la Plaza Fundadores.)
Esta venezolana, que estaba rodeada por otros coterráneos, esperaba pacientemente el tan anhelado ‘pan de cada día’, ese que aquí recibe desde hace semanas, cada jueves y martes, luego de las 7:00 de la noche, gracias al apoyo de venezolanos residentes y colombianos que con un plato de comida intentan mitigar tanta necesidad.
A este parque, los connacionales arriban con sus manos llenas de dulces, galletas, artesanías, trabajos manuales, termos de café, cajas de cigarros y hasta instrumentos musicales o elementos para hacer malabares; objetos que cuidan con esmero pues en ellos se encuentra la esencia de su rebusque diario. Así se ganan algunos pesos en las calles de Cúcuta para subsistir, y es por eso que agradecen la calidez y solidaridad que han recibido en este terruño.
Y aunque son fáciles de identificar por su acento al hablar, no falta el colombiano también necesitado, que se suma a las filas para recibir un sustento alimenticio, quizás el único del día. Aquí ya no importa la nacionalidad, lo indispensable es traer hambre y paciencia.
Le puede interesar "Nos estamos preparando", Holguín sobre Venezuela
Luego de la repartición de unos tickets, entre 150 y 180 en cada jornada, y la entonación de las notas del ‘Gloria al bravo pueblo’, los asistentes a esta gran cena avanzan lentamente. Incluso, a algunos que parecieran estar ‘fuera de este mundo’ por alguna sustancia psicoactiva, tampoco los dejan con la mano estirada.
“Una que otra persona -colombiana- aprovecha, pero son muy pocas. Sin embargo, lo que queremos hacer es ayudarnos como hermanos que somos”, señaló Eduard Parra, de la comunidad Venezolanos en Cúcuta.
“Ninguno de los que estamos aquí somos mendigos”, dijo con fuerte voz Eduardo Espinel, coordinador de ese movimiento de migrantes, y quien ataviado con la bandera venezolana y una gorra, ambas con las ocho estrellas, informó a los presentes que iniciarán un nuevo censo, pues el fin principal es capacitarlos para que tengan herramientas laborales.
Este joven también salió de la patria de Simón Bolívar en busca de un mejor futuro y la capital de Norte de Santander se lo está brindando. Él hace parte de la comunidad Venezolanos en Cúcuta, integrada por unos 15 profesionales que llevan en cada plato de comida “un mensaje de fe y esperanza” para personas como William José Pino, quien desde hace un mes se vino de Barquisimeto y ahora vende por las calles de Cúcuta manillas o pulseras amarradas a un tubo, pero no olvida su patria pues en un extremo del mismo siempre está presente el tricolor venezolano.
A sus 42 años mantiene un espíritu de lucha, que contrasta con la mirada triste, imposible de ocultar aunque lo intente. Después de disfrutar la avena y el pan repartidos, se le vio con una bolsa plástica recogiendo la basura, un comportamiento que habla bien del comensal.
¿Pánico? No, es solo un carro con comida
(Empresas, organizaciones y ciudadanos del común les dan una mano a los venezolanos que llegan a Cúcuta.)
Y un tropel se escuchó…muchos corrieron, como cuando hay un tiroteo, un robo o cualquier situación de emergencia. Al llegar al lugar, una larga cola se formó en pocos segundos desde un taxi cargado de comida.
Eran miembros del Club Fénix de Cúcuta, un grupo de moteros que se han unido a muchos otros altruistas para brindar su solidaridad. “Por favor, organicémonos, vuelvan todos a donde estaban…es verdad que necesitan comida, pero no se desesperen”, les dijo Espinel, quien conversó con Fénix para unir todos los alimentos y hacer una sola entrega.
Escenas como esa, de gente desesperada por un sándwich y un jugo, se han evidenciado en el emblemático parque Santander, convertido en dormitorio de venezolanos. “Los colombianos también han ayudado con ropa y calzado”, agregó un lánguido muchacho de unos 20 años, muy animado después de haber comido.
Algunos de estos migrantes reconocen que la vida en esta metrópolis es difícil.
“Si no hay empleo para la gente de Cúcuta, mucho menos para nosotros que venimos de tan lejos”, palabras que salieron de la boca de un joven de poca carne, cara ‘chupada’ y que no articulaba claramente los sonidos del castellano con su lengua, fácil de recordar por los tatuajes de varias estrellas negras en su brazo derecho y quien tiene como uno de sus nuevos amigos a la estatua del ‘Hombre de las Leyes’, la cual comparte con las reinas del lugar: las palomas.
Y entre los buenos venezolanos que huyeron de su país, hay otros no tan buenos por su mal comportamiento, así lo lamentó uno de ellos, Jhon Neomar Díaz, que lleva meses en Cúcuta con su esposa y su hijo, y quien instó a sus paisanos a ser ciudadanos de bien.
“Nosotros mismos tenemos que dar ejemplo. A los papeles búscale una papelera…Coño, si vas a hacer tu cola –por un plato de comida- hazla normal y no insultes a otros, porque con groserías no vamos a salir adelante. Hay que buscar que la gente te aprecie”, dijo este muchacho que ha ayudado a repartir las ayudas y a recoger la basura que queda regada.
Así están las calles de Cúcuta por estos días; pulula la solidaridad en medio de las difíciles condiciones económicas de la frontera. Aquí, a diferencia de la canción del venezolano Yordano, que dice “por estas calles la compasión ya no aparece…”, tema de la popular telenovela ‘Por estas calles’ trasmitida por RCTV, y que relató la difícil situación venezolana al inicio de los 90, los venezolanos han encontrado una tierra que, a pesar de su propia tragedia, les abre sus puertas con lo que poco que aún le queda para dar...
*Fotos: Juan Pablo Cohen