Repasaremos lo escrito en la crónica que se llamó “Plomo en el Parque Santander”.
Las víctimas del 9 de abril del 48
Hace algún tiempo escribí una crónica sobre lo ocurrido el nueve de abril de 1948 en el Parque Santander y algunas personas me dijeron que había exagerado, que la cosa no había sido tan dramática como lo expuse en la crónica. Que sí habían ocurrido actos de violencia pero no al punto de mis comentarios. Otros me dijeron lo contrario, que me había quedado corto en el relato de lo ocurrido y que lo sucedido había sido mucho más grave. La verdad es que quedé con la duda y gracias a la colaboración de mis lectores, tengo algo más que narrar sobre este aciago evento. La contribución de Augusto Fernández, quien después de la lectura de la crónica sobre los sucesos de ese día en el parque central de la ciudad, me remitió un escrito sobre la experiencia de un pariente suyo, quien desafortunadamente pereció ese día, pero que gracias a los recuerdos y a los relatos de su padre, tuvo a bien remitirme, los cuales servirán de soporte para el desarrollo de esta crónica.
Repasaremos lo escrito en la crónica que se llamó “Plomo en el Parque Santander” para ilustrar a quienes no tuvieron la oportunidad de leerla y para poner en contexto la presente. Como es historia antigua, el día del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, se tradujo en una oleada de violencia que cubrió de sangre toda la geografía del país. En Cúcuta, los manifestantes concurrieron al Parque Santander con el ánimo de tomarse la Alcaldía y al calor de los eventos, la situación se tornó más violenta al sonar el primer disparo que produjo la muerte del militar encargado de la protección del palacio municipal, el teniente Miguel Silva, desencadenándose una lluvia de ráfagas de fusil que indiscriminadamente iban dirigidas a los manifestantes quienes salieron en estampida, no sin antes recibir las balas descontroladas de las fuerzas del orden, que más que resguardarlo, buscaban venganza por el aleve crimen de su comandante, quien en el último trance de su muerte, dio la orden de disparar a discreción y sin mucho pensarlo, los soldados la cumplieron sin dudarlo un solo instante. Quienes cayeron producto de la balacera, lo hicieron al azar, pues no eran objetivos fijos, la mala suerte los acompañó y como reza la crónica en mención “no se salvaron ni los inválidos”, aquellos que tenían al parque, como el punto donde lograban recaudar algunos centavos para su diaria manutención.
Ahora bien, entre esa multitud aparece nuestro personaje don Fortunato Fernández, quien a pesar de su nombre no tuvo la fortuna de salir airoso de esta desgraciada situación. Dicen quienes lo conocieron, que por la época aciaga de la represión y violencia partidista, nuestro personaje, nacido en la provincia de García Rovira, en el vecino departamento de Santander, particularmente por su ideología había sufrido la persecución política y por tal motivo decidió buscar nuevos horizontes y en esos ‘ires y venires’ de la vida, llegó a la fría Pamplona y allí, como exiliado político, pudo encontrar la fórmula para darle el sustento a su familia. Como pudo y con la ayuda desinteresada de algunas personas que no conocía pero que lo vieron con esos deseos de salir adelante, se instaló en un pequeño local de la ‘calle real’ y allí montó un modesto negocio que combinaba el alquiler y reparación de bicicletas con la compra y venta de libros y revistas usadas, era todo un conjunto que asemejaba un humilde montepío al que muchos acudían en busca de consejo más que de asistencia económica, pues era don Fortunato, además, servicial, generoso y acomedido, versado en apuntes y quisicosas que lo hacían tutor de los, en ese entonces, inquietos estudiantes pamploneses.
Pero como todo en esta vida no es color de rosa, don Fortunato no era ‘monedita de oro’ y sin quererlo, se fue ganando recelos y desconfianzas, más que todo por sus tendencias políticas de izquierda, que en esa ciudad de tanta tradición católica era imperdonable, más en un sujeto al que se le habían abierto todas las puertas sin más intereses que la caridad cristiana mandaba. No tenía una vasta escolaridad, pues sólo había cursado los primeros años escolares, pero a base de constancia se convirtió en autodidacta y a punta de lecturas, especialmente de los temas que sobre marxismo y literatura revolucionaria, inundaban los pueblos de la América Latina, en buena parte debido al interés que la Unión Soviética tenía sobre esta parte del mundo, como territorio de fácil acceso para divulgar su ideología. Por esta razón, el discurso de Jorge Eliecer Gaitán, era música para sus oídos y su devoción por el ‘caudillo’ era más que evidente. Tan pronto se enteró, por la radio, de la infausta noticia, que para él así como para todos los colombianos resultó inesperada y sorpresiva, no dudó un solo momento en tomar su bicicleta y emprender la marcha, cual ciclista en competencia, hacia la capital del departamento, pues sabía que en Pamplona, esta noticia no produciría ningún efecto, dada la poca afinidad política que el partido del caudillo tenía en esa ciudad. Los relatos de la época dan cuenta de esa hazaña deportiva, toda vez que, según dicen, tardó menos de cuatro horas en cubrir la ruta, en ese entonces, una carretera destapada, que los escasos automóviles y camiones tardaban ese mismo tiempo en recorrer. Sudoroso alcanzó a llegar en el momento álgido de la protesta para encabezarla. A pesar de sus características físicas, pues era un hombrecillo menudo y de baja estatura, de facciones aindiadas como el propio dirigente vilmente asesinado, ese día con su tradicional boina colorada, tomó en sus manos el ‘trapo rojo’ que identificaba el partido político de sus preferencias y se lanzó desenfrenadamente con brío y exagerado entusiasmo a tomarse las instalaciones de la Alcaldía. Las ráfagas de metralla, que apenas iniciaba, hicieron blanco en los cuerpos que estaban al frente de la multitud, pero la muerte del médico José A. Valbuena, exasperó aún más los ánimos y la muchedumbre que corría despavorida se abalanzaba sobre los soldados sin que lograran su propósito y fue así como vieron caer, heroico, a Fortunato, enarbolando su amada bandera roja. Al día siguiente, sus familiares, entre ellos, su hermano Luis María Fernández, al ver que no había regresado, fue a buscarlo temiendo lo peor, pues le comentaron que lo habían visto caer cuando se iniciaron los primeros disparos y que lo más probable era que lo hubieran llevado al cementerio. Así lo hizo y ya dentro del camposanto buscó entre las fosas llenas de cadáveres, mal enterrados, a su pariente y fue por un zapato blanco con café, que sobresalía de uno de los fosos que pudo identificarlo y darle posteriormente la sepultura que se merecía. De este trágico incidente, nunca se supo ni se sabrá jamás, cuántas vidas fueron realmente sacrificadas.
Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
Ayúdanos a seguir haciendo periodismo de calidad
Contribuye aquíComentarios
+ NOTAS
Duque sostuvo encuentro con Lenín Moreno en la frontera
El mandatario sostuvo conversaciones con Lenín Moreno sobre diferentes temas.
Antes de morir, Ana Benilda Becerra salvó a sus vecinos
Un cortocircuito provocó la tragedia en el barrio La Castellana.
La avenida del Río será más deportiva y familiar
El centro de pensamiento del Área Metropolitana tiene unos 61 proyectos estructurados para Cúcuta.
COVID-19, en aumento en la región de Pamplona
Se conocen casos de gente de los municipios de la provincia y de Toledo que llegan a la región a hacerse la prueba de coronavirus.
La delegación regional que estará en la Vuelta al Táchira 2021
Tres equipos representarán a Norte en la edición 56 de esta clásica del continente.
La muerte sigue rondando por La Parada
Jonathan José Seijas llegó hace unos meses a La Parada a trabajar pasando gente y mercancía por las trochas.
Desde hoy, alcaldía empieza a expedir paz y salvo de predial
La Secretaría de Hacienda informó que en esta oportunidad el documento se entregará mucho más pronto que años anteriores.
Tercer toque de queda se cumplió dentro de lo presupuestado
En total fueron impuestos 843 órdenes de comparendo en la ciudad y el área metropolitana.
La pandemia obliga a postergar los retiros espirituales
“No existen condiciones para el encuentro", Jairo López, presbítero de la catedral de Santa Ana.