Un ejército espera una señal, para ir por el camino de las zonas veredales y desarmarse o en busca de sus trincheras y sus cambuches.
Ritmos y tiempos
El Gobierno y el Sí quieren que sea ya, y los promotores del No parecen creer que hay mucho tiempo. Las Farc, simplemente aguardan —no por muchos días—, mientras el resto del país ve pasar el tiempo y el viento.
Son ritmos distintos, opuestos, si se quiere, contradictorios, y una urgencia manifiesta, desesperada, ineludible: o hay una decisión pronta de qué hacer, o las circunstancias harán, por ejemplo, que las Farc tomen un camino que han eludido y desvirtuado: volver a guerrear. Muestran el afán del sereno, mimetizan su apuro.
En medio de este panorama, molesta el hecho de que ni los promotores del sí ni sus rivales hayan tomado el plebiscito en serio: si lo hubieran hecho, alguien de ellos en cada bando hubiera al menos sugerido la necesidad de un plan B.
Pero ni el triunfalismo de los políticos que merodean la mesa del Gobierno ni el egoísmo de los opositores lo permitieron. Ninguno previó la posibilidad de un resultado distinto al esperado, y eso es falta de seriedad.
Lo preocupante hoy es que el tiempo corre inexorable y que un ejército espera una señal, cualquiera, para ir por el camino de las zonas veredales y desarmarse, o en busca de sus trincheras y sus cambuches. Desde su punto de vista, lo acordado está acordado y no hay manera de dar un paso atrás, a menos que le sea favorable.
Desde luego, el senador Álvaro Uribe ha esbozado algunos puntos que, según él, hay que renegociar, pero no los ha concretado formalmente, pese a que lleva ya largos meses señalándolos: a él también lo sorprendió el resultado de las urnas.
Porque, en términos de negociación, proponer amnistía para los guerrilleros, protección efectiva para las Farc y alivios judiciales para las Fuerzas Armadas puede significar mucho, pero también puede decir nada. Son enunciados, nada más, y con ellos nadie acepta siquiera sentarse a una mesa de negociación.
Pero hay factores que parecen captar la atención de unos y otros: la campaña electoral de 2018. Al respecto, se conoció la preocupación de la canciller Holguín: “Sabemos que están de por medio las elecciones. Los tiempos son terribles; ojalá los promotores del No y los ganadores piensen en eso, en la paz, y no en que hay que alargar para ver qué pasa en 2018, sería de verdad terrible para el país”, afirmó.
Solo que, en un caso así, todo lo que hoy está congelado (concentración en zonas veredales, desarme, entrega de menores, sustitución y erradicación de cultivos ilícitos, recursos del exterior, justicia transicional y Tribunal de paz, transición al movimiento político y leyes en el Congreso) podría quedar como un témpano, si el ritmo y el tiempo que manejan unos y otros no coinciden.
Hay, en todo esto, un aspecto que, por optimismo o por lo que sea, es muy posible que nadie se haya planteado, pero que no se puede obviar: ¿qué pasaría en el extremo caso de que no se vea en el corto plazo una solución posible y las Farc tengan que regresar al monte, a una nefasta segunda etapa de la guerra?
Es una posibilidad que nadie ne Colombia desea y por esa razón, todos los involucrados deben acordar incrementar el ritmo y acotar el tiempo.
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