Votar Sí no significa que el lunes el país será un enorme paraíso por el que correrán plácidos ríos de leche y miel.
Un voto por ellos
El de mañana por el Sí será el voto más solidario de todos cuantos decida un ciudadano colombiano en su vida, porque no será por él, sino por los demás, en especial por los niños y los jóvenes, los hijos y los nietos, en fin, por el futuro.
Será un voto por la vida humana, la de los más jóvenes, los que importan a todas las familias, aquellos que han vivido poco y no saben si, por razones de la guerra, vivirán lo suficiente para explicarse su fugaz paso por la Tierra.
Será el Sí un voto sincero por un acuerdo de paz que no es perfecto, pero ¿cuál lo ha sido, cuál ha dejado satisfechas a todas las partes?
Será un voto decente que demostrará que sí se pueden resistir los cantos de sirena de la verborrea sibilina y demagógica de quienes lo arriesgan todo solo por el prurito incontenible de que continuar una guerra que otros pelearán por ellos, en la que muchos morirán, pero no ellos; en la que todos perderán, menos ellos.
Votar Sí, no significa que el lunes el país será un enorme paraíso por el que correrán plácidos ríos de leche y miel, en medio de una paz bucólica que generará felicidad perpetua.
No es cierto, desde luego. Pero será la señal de partida en busca del país que ha sido esquivo por décadas y décadas.
En cambio, votar por el No, es dar la orden para que de nuevo los perros de la guerra le arranquen las entrañas a Colombia y que otra vez se tiñan de rojo los ríos y los gritos de dolor hagan coro con el llanto de los huérfanos y de las viudas.
Votar No, es despreciar a tantos países y tantos organismos internacionales que están convencidos de que los acuerdos de La Habana, que se aprobarán con el voto mañana, son un ejemplo universal de cordura, de sensatez y de sindéresis.
Votar Sí, es desear que los niños campesinos puedan, por fin, dormir en paz y soñar con sus caminos convertidos en anchas avenidas de progreso y bienestar y que cuando crezcan no serán carne de cañón ni de unos ni de otros, sino jóvenes por los que el Estado se preocupará y sobre cuyos hombros se construirá el país rural que ellos jamás han disfrutado.
Votar Sí, es tener certeza de lo que se quiere y de cómo se quiere; votar No es preferir la incertidumbre que le impide a la vida salir del riesgo permanente.
Desde luego, no será el lunes, pero podría serlo, cuando la guerra, más fiera, más terrible que hasta ahora, resurja con toda su infamia.
Porque si gana el No, la única duda no será si la violencia se reanuda o no, sino cuando… Y, si la lógica se cumple, los centros urbanos serán el escenario preferencial.
Así que, la única opción de futuro pasa por ratificar todo lo pactado entre el Gobierno y las Farc. Y eso solo se logra con el Sí.
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