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Sábado, 24 Septiembre 2016 - 2:37am

Chinácota por los años 50

Durante la primera mitad del siglo pasado, Chinácota fue un pueblo donde la violencia bipartidista era pan de cada día.

Durante la primera mitad del siglo pasado, Chinácota fue un pueblo donde la violencia bipartidista era pan de cada día, pero en fechas próximas a las elecciones, tal como lo reseñamos en crónicas anteriores, ésta se acentuaba y al calor de los tragos llegaba a su clímax, generando grandes desórdenes que exasperaban a sus habitantes, al punto de tener que resguardarse en sus casas hasta que el riesgo pasara y la tranquilidad regresara.

Pero para 1965, de eso hace más de cincuenta años, Chinácota ya era un pueblo sereno y con grandes perspectivas para el futuro. Buena parte de quienes habían emigrado a la capital del departamento y a otros lugares más lejanos, tenían todavía en su corazón, indicios de pertenencia y trataban en lo posible, de buscar fórmulas que beneficiaran a su municipio.  Para ello se habían vinculado con algunas asociaciones, como el Lions Club (así se llamaba en esa época el Club de Leones), que desplegaba buena parte de su energía en conseguir recursos y en proponer actividades que procuraran el bienestar de su población y en especial, de los más necesitados. Siguiendo esa línea de conducta, se propusieron crear su propia agrupación y por ello en 1962, el licenciado Elberto Ramírez Bueno, bajo el padrinazgo del Club de Leones de Durania y en compañía de otros cuarenta y cinco personajes que quisieron ofrecer su desinteresada colaboración para contribuir al desarrollo y engrandecimiento de su población, fundaron el Club
de Leones de Chinácota, cuya principal preocupación fue la de aliviar, en lo posible, las precarias condiciones de vida de las familias indigentes, lo que durante unos años lograron con el apoyo de la CARE (Cooperativa Americana de Remesas al Exterior)  una organización creada en los Estados Unidos al terminar la segunda guerra mundial, para ayudar a la población más necesitada. Hoy no tiene programas en el país, pero sí en otros noventa que lo requieren, especialmente en África, donde se concentran las mayores contribuciones.

Sin embargo, el principal orgullo del poblado lo constituía su moderno hospital, verdadera reliquia y un componente esencial para el progreso y el bienestar de sus habitantes. Desde esa época está situado a un costado de la población, sobre una explanada cercana a la carretera que conduce a Toledo.  En ese año del Señor de 1965, era su director el médico Germán Prada Jaimes quien además, fungía como único galeno. Menudo trabajo mantenía este distinguido profesional, teniendo en cuenta que el promedio diario de consultas externas era de sesenta pacientes. Quince años antes se había graduado de bachiller en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús de la ciudad de Cúcuta y luego de estudiar medicina en la capital de la república se trasladó a su ciudad de origen comenzando su destacada carrera profesional y que por los azares del destino llegó a esa población, tan necesitada de servicios médicos y hospitalarios, que el Estado estaba dispuesto a brindarle, a manera de reparación por todos esos años de violencia políti
ca a la cual estuvo sometida. La institución de salud tenía el apoyo de la comunidad pero de ella sobresalía la gestión del Personero municipal Honorio Mora Sánchez, quien se destacaba como hombre de inquietudes intelectuales de valía y que asesoraba, en todo lo que estuviera a su alcance, para que el hospital marchara de la mejor manera posible. La consulta externa atendía a la población urbana y rural, no solamente de Chinácota sino de los pueblos circunvecinos, especialmente los de Toledo, Labateca, Herrán y Ragonvalia, siendo los casos más frecuentes, la desnutrición y la parasitosis, tanto en menores como en adultos.

Desde su inicio, el hospital fue diseñado para atender un cupo máximo de pacientes hospitalizados en número de cincuenta camas, distribuidos entre pensionados, caridad, niños y maternidad. Inicialmente dependía económicamente de la Beneficencia del departamento, que en ese entonces, mantenía unos recursos apreciables, dados los buenos ingresos que le proveía la Lotería de Cúcuta, una de las más conocidas y atractivas del país. Desde el mismo día de su puesta en funcionamiento, ofrecía el servicio de cirugía, para lo cual contaba con una sala debidamente equipada con los mejores elementos, unos modernos equipos de rayos X y de anestesia, así como una cámara con incubadoras para la atención de prematuros. También prestaba los servicios de odontología, que en ese momento era atendido por el doctor Gustavo Paredes. El equipo íntegro, en cabeza del director Prada Jaimes, se caracterizaba por cumplir su función social dentro de los cánones de la más absoluta asepsia, tal como lo exigían las normas de la época, todo
ello a pesar del exiguo presupuesto que se manejaba ese año que apenas alcanzaba la cifra de doscientos mil pesos anuales.

Debido a ese pequeño detalle, el dinero no alcanzaba para mantener en operación al hospital durante el año completo, pues se acababa promediando el mes de octubre, razón por la cual debía solicitarle a la Beneficencia unos aportes adicionales que sumaban unos setenta y cinco mil pesos y que por lo general, sólo le giraban la mitad. Con esos recursos pagaban los salarios y algunos materiales necesarios para el normal funcionamiento, pero no alcanzaba para las obras de mantenimiento, lo que ocasionaba deterioro en las instalaciones, como goteras y filtraciones que terminaban por afectar significativamente el inmueble. La función social del hospital era admirable entonces. El ciento por ciento de los servicios era para gentes sin recursos, a quienes además, era necesario suministrarles los medicamentos cuyo costo se estimaba en unos $5.000 mensuales. Para fortuna de esos pacientes y del hospital, el Club de Leones de Chinácota, tenía establecido, desde hacía unos dos años, un puesto de medicinas gratuitas que contribuía a solventar la difícil situación financiera que se presenta al finalizar cada año. Uno de los proyectos inmediatos del director, era la de convencer a los visitadores médicos para que aumentaran la entrega de muestras gratuitas, propuesta que fue recibida positivamente por algunos laboratorios y que se tradujo en un alivio para la institución. A pesar de las constantes insinuaciones del médico director, para que los “ricos” del pueblo utilizaran los servicios del hospital y generar así, un pequeño flujo de ingresos, éstos preferían trasladarse a la capital del departamento y pagar clínica privada “a todo costo”. Apenas entendible, pues dentro de una sana lógica, el hospital sólo tenía un médico y una enfermera que debían multiplicarse para la atención de la cantidad de pacientes que arriba mencionábamos. Hoy en día, con algunas mejoras y adaptado a las nuevas normativas, el centro hospitalario sigue cumpliendo, con la misma vocación, su función social, en beneficio de toda la región.

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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