Jaime Restrepo Carmona Sigue convencido de que por nada lo puede dejar morir.
Se quedaron esperando ayuda de las autoridades colombianas

Los sueños de Jaime Restrepo Carmona, un paisa que fue deportado de Venezuela hace un año, tendrán que seguir esperando. Sigue convencido de que por nada lo puede dejar morir; ni siquiera por la deportación. Sin embargo, las ayudas prometidas no llegaron, los gastos aumentaron y por eso su proyecto de crear una empresa de calzado, se pospuso.
Durante varios años pasó sin inconveniente la frontera. Conoce San Cristóbal, Ureña, San Antonio y en este último sitio vivía. Su profesión, con la que por años se ha ganado la vida es la zapatería, oficio con el que le había ido muy bien mientras estuvo la frontera abierta y “allá no jodían mucho”.
De aquella mañana del 22 de agosto de 2015 cuando la Guardia Nacional Bolivariana lo retuvo a las 6 de la mañana y lo deportó, prefiere no hablar mucho porque según él “las cosas pasan por algo”.
Restrepo no es un hombre de los que le gusta que todo le den, por eso apenas estuvo de este lado, comenzó a idear su futuro y con su socio Alejandro Rodríguez un cordobés que vive en Villa del Rosario hace más de 20 años, comenzaron a trabajar con la ilusión de crear una microempresa.
Hace cinco meses, la Cancillería, Migración Colombia y la Organización Internacional para las Migraciones dijeron que apoyarían a los deportados con iniciativas de negocio que ya estuviesen en marcha. Con la noticia la ilusión aumentó. Pues no solo les permitiría prosperar en su negocio, a estos dos enamorados de la zapatería, si no que podrían generar empleo. Pero de eso ha ya pasado varios meses y nadie más les volvió a decir nada. Así que no les quedó de otra que comenzar a buscar trabajo donde hubiera. “Por ahí como que a los que sí les ayudaron fue a los que trabajan con textiles”, cuentan con resignación.
Hoy, Alejandro trabaja por contrato en su casa, mientras que Jaime, hace la misma función de obrero, pero en otra pequeña empresa de calzado en Villa del Rosario.
Estos dos hombres que fueron deportados hace un año dicen que solo recibieron del gobierno nacional el subsidio de arriendo.
Y mientras llega el anhelado ‘empujoncito’ sigue ganándose la vida en lo que mejor saben hacer con su arte. El que la frontera ahora este abierta no es algo que les quite el sueño. Esperan que las cosas mejoren para bien de todos, pero no se detienen a pensar en el futuro, prefieren vivir el presente.
La Opinión
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