Hay que creerle al presidente Juan Manuel Santos cuando dice que a veces los problemas en la frontera con Venezuela no lo dejan dormir. Es lo que le ocurre a cualquier funcionario responsable de asuntos relacionados con sus deberes.

Es esta de no dormir bien una de las razones que explica el envejecimiento acelerado que sufren los gobernantes al término de su mandato. Comienzan —relucientes seres humanos—, con sonrisa fresca y optimista, y terminan —triste mueca permanente— como ‘descolado mueble viejo’, al decir del tango sabio.

Hay, sin embargo, algo inquietante en la queja del mandatario colombiano, y cualquier fronterizo lo nota tan pronto termina de leer la declaración: “Estamos acordando los protocolos para que en la reapertura no surjan el contrabando y el comercio ilícito”.

La inquietud tiene que ver con la muy mala información que recibe Santos de sus colaboradores, que lo hacen quedar mal ante los ciudadanos, porque habla como si se refiriera a otra frontera, no a la colombovenezolana.

¿Por qué no le habrán dicho al presidente que el contrabando y el comercio ilícito no van a surgir con la reapertura, sino que son fenómenos permanentes que no han cesado ni con este ni con ningún cierre, que comprometen a los órganos de seguridad de ambos países, que involucran a mucha gente de aquí y de allá, y que cada semana dejan muertes, violencia, corrupción, desprestigio, pesimismo… y contribuyen a hacer más sólida la cultura de la ilegalidad de esta región?

Las calles de Cúcuta, por ejemplo, nunca han estado totalmente limpias de pimpineros ni en tiendas de barrio y restaurantes populares han faltado productos de contrabando, entre ellos la carne, traídos desde Venezuela por las trochas, por las mismas que llevan medicinas y otros productos colombianos.

Desde luego, en Colombia la Policía se ha esforzado por frenar la ilegalidad en la frontera, pero no ha sido suficiente: el tráfico no se detiene. Además, ahora, al problema general hay que agregarle la llegada masiva de extranjeros, muchos de los cuales, según cálculos oficiales, se quedan en Cúcuta, principalmente.

Y, como es obvio pensarlo, todas esas actividades delictivas tienen que ver con la corrupción oficial, sin la cual, muchos negocios ilícitos se frustrarían.

Quizás sea por consideración con la salud presidencial, que a Santos no le entregan la información completa. Si él estuviera enterado a cabalidad de todo lo que sucede en esta frontera, se desvelaría más. Y si lograra dormir, pocas dudas quedarían de que las pesadillas lo mantendrían siempre despierto.

De todos modos, el presidente debe saber que al menos una de las causas que argumentó Venezuela para cerrar unilateralmente la frontera, el contrabando generalizado, se mantiene. Desde luego, se ha reducido, porque los pasos legales no pueden ser aprovechados, como antes, para el ‘bachaqueo’ incesante de ida y de venida. Negarlo es más que una tontería.

Así que, lo que parecía fácil, como era un acuerdo bilateral, parece un poco más complicado, no tanto por la falta o no de voluntad para lograrlo, sino porque, con reapertura o sin ella, la ilegalidad seguirá reinando, como hasta ahora, pésele a quien le pese.