Hoy, el Catatumbo sigue siendo la misma región desconocida y olvidada por los gobernantes.
El Catatumbo a mediados del siglo XX
Se leía en las crónicas de mitad de siglo que el extenso territorio situado al norte de la república y que corre paralelo a la frontera con Venezuela, era prácticamente desconocido. La describían bucólicamente, como una región de montañas abruptas, ríos serenos y profundos y selva enmarañada y misteriosa, un patrimonio que lo anhelarían metrópolis “de luenga cultura e ingente experiencia colonizadora.” Agregaban además, que era una región maravillosa que nada tenía que envidiarle a otras, pues gozaba de exuberante fertilidad, pródigo en toda clase de maderas, yacimientos de minerales comunes y exóticos, fuentes de aguas medicinales, apreciable cantidad de peces y el oro negro y líquido que brota hasta la superficie pero que desafortunadamente, penetrar en ese territorio era más que una aventura, una desgracia. Relatan el viaje así: lo primero es trasladarse en una ‘tentativa de ferrocarril de tipo negrero’ y que constituye la más vergonzosa afrenta para el país; sale, más o menos a las seis de la mañana, en un vagón grasiento y desvencijado, cuya estructura produce un ruido semejante al de las llamas en un pajonal reseco; lo remolca una maquinilla asmática “con la cual termina el viajero por congratularse cuando llega a Puerto León, en virtud de su audacia.” En desarrollo del viaje, se presentaban más reculadas que avances y los pasajeros debían apearse cada vez que la máquina se dañaba y los pasajeros colaboraban trayendo agua, leña o empujando los vagones; los únicos exonerados de tales trabajos ‘de emergencia’ eran los pasajeros de primera clase. Hasta ahí era la primera etapa, pues hasta Tres bocas, que era la segunda parada, el escenario cambiaba. Era, según los conocedores, la mejor carretera petrolizada que existía en el país y había sido construida por la Colombian Petroleum Company, la Ecopetrol de la época. Claro que tenía su razón de ser, pues era la vía que utilizaba la compañía para atender sus pozos de perforación, sus tanques de almacenamiento y una pequeña refinería. En ese trayecto, la región había recibido unos seis mil colonos, quienes con su propio esfuerzo habían ido recuperando esas tierras baldías y dándoles un mejor uso, especialmente criando ganado que era una de las actividades más prósperas y mejor gratificadas, por cuando era más fácil conseguir los recursos, bien fuera con la banca agrícola de la época o con financiación particular de parientes o amigos.
En el kilómetro ocho de este camino, se encontraba la finca de uno de los pioneros de esta colonización, don Desiderio Baquero, una de las más extensas, pues decían los entendidos que para recorrerla de un extremo al otro, a lomo de acémila, se gastaba más de un día. Por ella, corrían los ríos San Miguel y Sardinata, como para tener una idea de su extensión y en sus riberas se apreciaba una fauna heterogénea y singularmente rara, toda vez que se hallaban especies poco conocidas por las personas que muy esporádicamente transitaban por el lugar, además de la increíble cantidad de peces que podían atraparse con anzuelo o atarraya. En entrevista que se le hiciera al señor Baquero, narraba que con increíble esfuerzo había abierto caminos, descuajado selva y montañas, cercado potreros y sembrado pasto de la variedad “Yaguará”, que a su entender era el más propicio para esta clase de tierras. Había construido una casa de madera en la parte alta de la propiedad, en un terreno que va en declive hasta confundirse con la inmensidad de la selva. Circundando la casa, se tenían sembradíos de árboles frutales cuyos frutos se caracterizaban por su gran tamaño, razón que le atribuía al agua que proveía el preciado líquido para la hacienda, obtenida de una fuente rica en calcio hidratado, que además tenía propiedades medicinales. Adicionalmente, el predio contaba con quince arroyos de aguas ferruginosas térmicas, azufradas y salitrosas, propias como para construir allí un espléndido sanatorio. Ahora bien, pasando a temas de interés expuestos por los colonos, éstos destacan la exuberancia que en maderas existe en la región, pues allí se encuentran ceibos gigantes, finos caobos, cedros erectos y rayados y gran variedad de maderas de construcción que tienen altos precios y además, escasean en los mercados, pero toda esta riqueza no puede ser explotada debido a la falta de una carretera que una a la población de El Zulia con Cúcuta y un puente sobre el río del mismo nombre. A propósito de este puente y su historia, los invito a leer la crónica escrita sobre este acontecimiento y que se llama “El puente sobre el río Zulia”, en donde se narran todos los hechos y las circunstancias en que se desarrolló este proyecto.
Por la época de esta narración, la colonización del Catatumbo, constituía una verdadera proeza, habida cuenta de los riesgos a los que se enfrentaban quienes emprendían la peligrosa aventura. ¿Por qué peligrosa? Dos eran las contingencias a las que se enfrentaban. La primera de ellas, el continuo asecho de los aguerridos indios motilones que veían cómo les iban quitando sus tierras y eran desplazados hacia las profundidades de la selva y cada día tenían menos espacio para sus tradicionales y cotidianas actividades. Eran frecuentes las incursiones de estos nativos, en las que hostigaban con sus silenciosos flechazos, tanto a colonos como a los trabajadores de la compañía, con sus “paletillas” hechas de madera de macana, duras como el acero.
Por otro lado y tal vez más delicado aún, era el intervencionismo que ejercía la compañía petrolera sobre el territorio de su concesión, el cual manejaba como una “economía de enclave”, que a veces se excedía en el trato y en los controles que ejercía. Antes de terminar la primera mitad de siglo, los colonos tuvieron que recurrir, sin éxito, a las autoridades, pues la compañía les prohibía en ocasiones el tránsito por las carreteras de penetración que habían construido y que los colonos utilizaban para transportar sus productos a los mercados cercanos, particularmente a Cúcuta a donde era toda una odisea , por demás costosa llegar, pues se utilizaban todos los medios de transporte disponibles en la época, las mulas en primer lugar, luego el transporte terrestre hasta el puerto, donde por vía fluvial se llevaba al ferrocarril para terminar en la Estación Norte de la ciudad.
Hoy, el Catatumbo sigue siendo la misma región desconocida y olvidada por los gobernantes, sólo que ahora ha sido “colonizada” por los agricultores de los cultivos ilícitos, mucho más rentable que cualquier que cualquiera otra del sector agropecuario, sin que se avizoren soluciones en el corto plazo.
*Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
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