Fue el guía de una generación de jugadores que ayudó a tejer la historia de un baloncesto pujante, durante más de 50 años.
“Se pudrió la almendra”, dice Alfredo Díaz Calderón
Los amigos no tienen motivos para reunirse pero sí hay alguno que se aleja del círculo se busca la manera de que retorne al grupo y se inventa ‘algo’ para verlo y conversar, sobre todo cuando se pasa de los 70 años.
Tal vez por eso, Hernán ‘Pipo’ Gómez y Álvaro ‘Flecho’ Hernández buscaron el 10 de diciembre reencontrarse con Alfredo Díaz Calderón, el forjador de la camada de jugadores más interesante que ha parido el baloncesto de Norte de Santander, que dejó los mejores resultados y tejió la leyenda de calidad y cultura de nuestro juego que se transmitió de generación en generación por más de 50 años.
El sitio, la biblioteca Julio Pérez Ferrero. Los invitados fueron varios compañeros de la época dorada, aunque solo llegaron el árbitro Abdénagos Moros, Vinicio Esquivel, Luis Eduardo ‘El Príncipe’ Barreto y Ciro Ramírez, amigo de todos.
El grupo de amigos que se citó en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero escucha a Alfredo Díaz Calderón. A su lado aparecen, de derecha a izquierda, Carlos Salazar, Hernán Gómez, Álvaro Hernández, Pedro Jáuregui, Luis Eduardo Barreto y Vinicio Esquivel.
Durante 120 minutos se habló, o mejor dicho, hablaron Díaz Calderón y ‘Pipo’, de los tiempos que no volverán y de lo que sucede en el mundo, mientras que los demás escucharon y rara vez intervinieron porque los dueños de la palabra no la soltaron.
“Es perdido intentar hablar, ‘Pipo’ y Alfredo no sueltan la palabra”, dijo con resignación Vinicio, uno de los más jóvenes del grupo al lado del ‘Flecho’, en voz baja y muerto de la risa.
Los dueños de la palabra
Y es que es difícil dañar la conversación de Alfredo y ‘Pipo’; primero, porque tienen muchas cosas qué contar, y segundo, porque no lo permiten. Los demás solo intervinieron cuando les hicieron alguna pregunta para salir de una duda, que casi nunca se da porque a pesar de los años que caminan, Alfredo (86) y ‘Pipo’ (78) tienen muy buena memoria.
Ni Abdénagos Moros, que podría ser el hermano mayor de todos (tiene 90 años), lo intenta. La jornada se volvió más amena cuando apareció por obra de los organizadores, una torta negra y unas botellas de gaseosa.
Eso fue combustible para todos y así fue como se conoció que Jorge ‘Barbarroja’ Niño y ‘Flecho’ Hernández, no fueron alumnos de Alfredo Díaz pero sí de ‘Pipo’ Gómez. La razón: estudiaban en el colegio La Salle.
“Por fortuna no me enseñó a jugar, ‘Pipo’”, dijo el inquieto Vinicio Esquivel tratando una vez más de que le dieran una oportunidad de hablar, aunque sin éxito. Esquivel, tras su retiro de la actividad competitiva, fue entrenador.
Curiosamente Carlos Niño, hermano de Jorge, sí fue inducido al baloncesto por Díaz Calderón.
Entre los dueños de la No. 7 recordaron que en La Salle también estuvieron y jugaron baloncesto Hernando y Guillermo Yepes, José Eustorgio Colmenares, Alfredo Garbiras, Hernando José Castillo, Álvaro Contreras (quien después se enroló con el Cúcuta Deportivo), y Jesús Granados.
Entre risas, Alfredo recordó que en 1959, siendo el entrenador de la Liga, el presidente de la misma, el médico David Porras, le pidió el favor de jugar con la selección Norte en un certamen nacional que se realizó en la ciudad. Tras valorar quién podría reemplazarlo, escogió a ‘Pipo’ para que fuera el técnico, quien aprovechó y se quedó en el cargo tres años. “Ese fue el primer paso para que ‘Pipo’ se convirtiera en entrenador y el mío para dejar de jugar,” recordó Díaz.
Una reflexión
En un momento de la reunión llegó la reflexión y Díaz muy serio dijo que el baloncesto rojinegro perdió presencia a nivel nacional porque se volvió negocio.
“Tuve 9 escuelas de baloncesto en diferentes barrios de la ciudad. Lo hacía porque me gustaba y había gente que ayudaba para que los niños tuviesen una educación integral. En mi época, si no estudiaba me excluían del equipo por muy buen jugador que fuera y eso se lo transmitía a los que pertenecían a la escuela”.
Precisó que nunca se presentó un acto violento ni en juegos interclases, interbarrios o nacionales, no obstante la rivalidad y la pasión desenfrenada que se desataba por la calidad de juego que se exhibía. Las familias asistían seguras de ver un buen espectáculo y de no vivir un acto violento. Pero todo fue cambiando a medida que el baloncesto se tornó profesional y no se pensó en defender los colores rojinegros sino en ganar dinero.
“Cuando llegaron ‘los comerciantes del baloncesto’ -que tenían como prioridad enriquecerse- llegó la violencia, como ocurre ahora en el fútbol. Una noche en un duelo entre Cañoneros del Norte y Caimanes de Barranquilla, Gustavo Lindo (Caimanes) rompió el tablero Sur del coliseo Toto Hernández y a continuación se vivió un acto bochornoso, algo que rompió la historia culta de la disciplina. Las botellas de cerveza y las piedras ‘volaban’ por todos lados; desde entonces, muy pocas veces se volvió a ver buen público como antes en los partidos, pues el baloncesto pasó a convertirse en un deporte peligroso, al que no se podía ir con la familia. Ahí fue donde se pudrió la almendra”, concluyó.
El polifacético Díaz C.
Díaz Calderón nació el 1 de mayo de 1929, en Cúcuta. Su vida la ha desarrollado preferentemente como jugador de baloncesto, entrenador, dirigente, comentarista o historiador.
Aunque jugó fútbol y béisbol, fue en el baloncesto donde se destacó a nivel local, nacional e internacional.
Con el Sagrado Corazón y Norte actuó de poste, pero con Colombia y en el Táchira lo hizo de armador o alero.
Comenzó a jugar baloncesto cuando cursaba tercero de primaria en el Sagrado Corazón. Lo hacía en los recreos. De la selección del colegio, pasó a hacerlo con la Norte y Colombia. Disputó los Juegos Panamericanos de 1951 en Buenos Aires (Argentina); en 1955 el Sudamericano de Cúcuta y al año siguiente el de Santiago (Chile).
El baloncesto le dio a su hermano Carlos, recientemente fallecido, y a él, la oportunidad de ser apreciados y respetados. Fundó el Colegio de entrenadores de baloncesto (Colneba).
Tuvo tres equipos de fútbol Litoral, Caracas y Panadería La Fragancia. Cuando fue invitado para solucionar el problema entre la Fedebol y la Adefútbol, a nivel local, no lo dudó y colaboró para ello.
Su labor como comentarista la inició por accidente en los Panamericanos de Buenos Aires (Argentina), cuando comentó el juego entre Estados Unidos y Ecuador para Radio Belgrano.
En Cúcuta se estrenó como comentarista con Carlos Ramírez París en el programa ‘Atalaya social y deportiva’ (1951), en la Voz del Norte y la terminó en ‘Luces de la ciudad’ de Radio San José.
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