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Domingo, 6 Diciembre 2015 - 10:00am

Paola revela el incidente en que su pareja la agredió de manera brutal

El segundo golpe lo sentí en el alma dijo la mujer que fue golpeada por el dirigente político Leonardo Cuéllar.

Orlando Gamboa
Paola Mora.
/ Foto: Orlando Gamboa
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Paola Mora, 36 años, abogada, empresaria, bonita, separada y madre de Joaquín, de 9 años, fue agredida física, sicológica y moralmente por el cardiólogo y dirigente político Leonardo Cuéllar Sus, en episodio que se hizo público.

Así habló ella de un incidente revelado por las redes sociales y negado por él con afirmaciones como que los hematomas en el rostro, el brazo izquierdo y la espalda de Mora fueron producto de una caída en la ducha cuando, ebria, el intentó auxiliarla, porque “se tomó un frasco de Rivotril® (un ansiolítico)”.

En dos años de una relación afectiva que iba a terminar en matrimonio de hecho, ella fue agredida por él en Barranquilla, Bogotá y Cúcuta, celoso por trivialidades como saludar o ser saludada o mirada por contertulios, incluso parientes cercanos, en reuniones sociales, según relató Mora.

“Alegre, sociable, cariñosa”, como se define, ella dejó de salir de casa, según dijo, para evitar problemas, porque Cuéllar le controlaba hasta la manera de vestir y le gritaba y ofendía de palabra cuando no estaba de acuerdo con algún atuendo.

Pese a las señales frecuentes y alarmantes de que Cuéllar es una persona muy violenta, agresiva y controladora, según Mora, ella persistió en la relación, esperanzada en concretar su sueño de crear un hogar para su hijo.

Leonardo Cuéllar Sus

Según el relato, la golpiza, en la que incluso Cuéllar tomó un cuchillo de cocina y “me gritaba puta, puta”, fue culminación de un episodio que comenzó con un pastel que les ofreció la pareja de vecinos y amigos mutuos que los presentó.

Hasta entonces, Mora creía que las reacciones violentas de él eran normales, que ella estaba para aliviarle los malos ratos de la calle, para hacer lo que él, por su experiencia, dijera, “pues era mi guía, mi protector que me llevaba de la mano... Lo aprendí de niña: que al hombre hay que complacerlo, comprenderlo y obedecerlo”.

Hoy, dos procesos penales avanzan, luego de que ella rechazó una conciliación.

Mora reconstruye su alma y su vida.

Cuéllar resultó elegido diputado por el Centro Democrático, en decisión que generó problemas de pareja y, luego, el rechazo ardoroso de sectores políticos y sociales. No habló, argumentando razones legales.

Este es el relato de ella.

Energúmeno, parado junto a la cocina y cuchillo en mano, Leonardo me gritaba vulgaridades y palabrotas, mientras, vestida a las carreras, aterrorizada, adolorida y con un maletín deportivo en el que él empacó mis cosas, yo encontraba la salida.

Es la última imagen que tengo de esa noche en que, a golpes, supe que estaba cerca de la muerte y que debía huir del hombre que amaba y al que preferí sobre mi hijo.

Antes, me fotografié en el baño: rostro abotagado, señales de nudillos en mi mejilla, un ojo medio cerrado, mojada y el alma agonizando. Se la envié por teléfono. “Nunca olvidarás esta noche”, escribí.

Creía que todo comenzó ese 14 de agosto, después de almuerzo, cuando al salir de su apartamento en el edificio Da Vinci, juntos nos comimos un postre que nos dieron un vecino y su pareja. Hoy, sé que empezó dos años antes, cuando me gritó por primera vez y yo lo toleré y acepté como normal.

Me dejó en mi trabajo y él fue al suyo. Más tarde, acordamos cenar. 

Compartimos una botella de vino rosado, comimos y hablamos de algo muy particular: su hija.

—Ella es independiente, dijo, hablando de la hija veinteañera de su primera esposa.

—No hablo de ella sino de la bebé que, sin papá, gatea en su casa.

—No es hija, fue accidente.

—Es tu hija, y es hora de que ella comparta con nosotros, que nos visite... Tiene derecho a un hogar.

(Se le iluminó el rostro, pues se había superado un incidente que ocurrió ocho meses después de conocernos, ya con anillo de compromiso, cuando supe que esa niña había nacido. Lloré mucho, pues pensaba que mientras me cortejaba, tenía relaciones con otra mujer. Fue muy duro, pero lo pude asimilar...)

Al momento de pagar, el mesero nos ofreció postres.

—No, gracias, dije, y añadí que ese día ya habíamos comido uno.

Si fuera mi vecino quien te diera postre, aceptarías... Vas a ser mi esposa, me debes respeto, esté yo o no, casi que gritó.

Me paralicé, igual el mesero. Pero, agilicé el pago y salimos.

—Ese hijueputa siempre te ha tenido ganas, gritaba y manejaba.

Repliqué, y junto con el “¡Cállate!” sentí un golpe terrible: me dio con el revés de su mano derecha.

—¿Por qué me pegas?, grité.

—Porque debes aprender a respetar, soy el hombre... Hoy te quedas en tu casa, no en la mía.

Sentí gran humillación. Era la tercera vez que me impedía ir a su casa, que yo sentía como mía, así como la mía era la de él. Yo lloraba, y pensaba en que él era el hombre y yo debía aceptar sus decisiones...

—Vas a aprender a respetar, gritó de nuevo y me lanzó otro golpe al rostro, que yo sentí en el alma..

Frenó bruscamente ante mi casa, y mi cara casi golpeó el vidrio.´

—Se baja ya, gritaba. Yo me negaba: necesitaba una explicación.

Entonces, abrió la puerta trasera, buscó y reapareció con un bolillo negro en la mano. Lo había olvidado allí un amigo mutuo...

Me bajé rápido y él se fue...

Hoy, todavía no sé por qué dí el paso siguiente, pero, a pesar de todo, lo agradezco, pues situaciones así son como bolas de nieve que ruedan, crecen y se hacen incontenibles, y mañana todo podría ser peor.

En un taxi fui a casa de Leonardo y entré. Llevaba el rostro inflamado y lloraba.

—¿Qué haces acá, hijueputa?, gritó. —¿No te dejé en tu casa?

Entré al baño y me senté en la tasa, y el entró y me tiró a la ducha; al caer, me golpeé la cabeza. Él tomó la ducha-teléfono y con ella me golpeó el brazo. La abrió y comenzó a mojarme mientras me gritaba: “Así se trata a las putas... vas a aprender a respetarme, puta... puta...”

Eran las 12 y 10 de la noche. Salió del apartamento y aproveché para llamar a un amigo. “¿Soy puta, soy puta?, le pregunté al contestar. —¿Leo te pegó? ¿Voy por tí?

Le respondí que sí, y encaré a Leonardo. Le quité las gafas y le dije algo como “poco hombre, estamos solos, pégame”. Y de un bofetón me tiró al piso, dos metros más allá, a donde fue y me pateó  varias veces. Luego, en un maletín empacó algunas cosas mías mientras decía que no quería volver a verme jamás en su vida.

Mi amigo llamó a mi celular y me dijo que estaba esperándome. Tomé el maletín, busqué la puerta. Entre ella y yo estaba Leonardo con un cuchillo en la mano derecha.

(...)

No dormí en tres días. Tenía mucho miedo. Recordé que siempre decía: “alguien me toca un dedo y lo despedazo...”, y resultó que no: estaba desubicada, desprotegida, frágil...

Una voz me dijo que había sobrevivido, y me sobrepuse al miedo a ir a la Policía, al miedo al escándalo, a las represalias... Pensé que debía hacerlo, para que ojalá a alguna mujer le sirviera el ejemplo y esto no ocurra más: lo denuncié.

Él ya había dicho que, borracha y drogada, me había golpeado en la ducha cuando él no pudo sostenerme... Ni siquiera pidió perdón.

Fue decepcionante saberlo. Entonces, senté a mi hijo en un sofá y le dije toda la verdad, y que el sueño que yo tejía se había destejido, porque era una mentira. “Eres la más valiente”, comentó Joaquín, y el miedo desapareció para siempre.

Hoy, con los labios rojos de la protesta, sin prejuicios ni miedo, dejo testimonio de la peor noche de mi vida. Sé que será útil...

*La Opinión

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