Según la ESA, es un entorno ideal para poner a prueba a los hombres y mujeres llamados a explorar el espacio.
Seis astronautas se entrenaron en una cueva eslovena para conquistar el espacio

Seis astronautas decidieron cambiar el traje espacial por un equipo de espeleología y el espacio exterior por los precipicios, y se adentraron en las entrañas de una cueva eslovena, un universo tan exigente como el cosmos.
“Uno bien puede haber efectuado decenas de salidas en estado de ingravidez, pero entrar en las profundidades de la tierra sigue causando aprensión: en una cueva, se tiene miedo de caer cada día”, admitió el veterano de la Nasa Joe Acaba, de 52 años, tras su paso por las cuevas de Divaska Jama, en el oeste de Eslovenia.
Las cuevas de Eslovenia son unas de las principales atracciones turísticas de este pequeño país de la antigua Yugoslavia. Para los astronautas, también son un terreno de entrenamiento excepcional, “un medio terriblemente difícil, diferente y arriesgado”, explicó Loredana Bessone, encargada de un programa de formación de la Agencia Espacial Europea (ESA) para estas misiones subterráneas.
Seis astronautas vieron la luz tras haber pasado seis días dentro de las oscuras y parcialmente inundadas cuevas del karst esloveno, con temperaturas de entre 6 y 10 grados y una tasa de humedad del 100%. Un entorno ideal, según la ESA, para poner a prueba a los hombres y mujeres llamados a explorar el espacio.
“Vivir en una cueva es muy parecido, mentalmente, a vivir en el espacio. De hecho, creo que fue mucho más difícil que vivir en el espacio”, declaró el astronauta japonés Takuya Onishi, de 43 años.
Era la sexta vez, desde 2011, que la ESA llevaba a los astronautas bajo tierra, pero la primera que lo hacía en Eslovenia, en un lugar inscrito en el patrimonio mundial de la Unesco.
Las últimas misiones se habían llevado a cabo en Cerdeña. En esta ocasión, participaron dos estadounidenses, un canadiense, un ruso, un alemán y un japonés.
Cuevanautas
Los ‘cuevanautas’ fueron formados durante dos semanas en el ámbito de la espeleología antes de adentrarse en la cueva, con varios objetivos: cartografiar la red de cavidades y lagos subterráneos, recabar datos científicos y entrenarse en un entorno particularmente desconcertante.
“El objetivo es que trabajen en equipo y saquen adelante un proyecto en un medio muy complejo”, explicó Francesco Sauro, responsable científico del proyecto CAVES de la ESA.
Al astronauta Alexander Gerst, el silencio y la oscuridad de las profundidades le impresionaron tanto como el del cosmos. Dentro de la cueva se siente uno “privado de cualquier simulación sensorial, fuera de la zona de confort”, comentó el alemán, de 43 años, que ha efectuado dos misiones en la Estación Espacial Internacional.
“Uno se pasa medio día caminando por túneles y cuando desanda el camino no reconoce nada, pues solo ve las cosas a través del haz de luz de su linterna frontal”, agregó.
“Para mí, el desafío más grande fue descender por un túnel vertical de 200 metros de altura”, dijo por su parte el veterano Joe Acaba.
Un planeta único
A pesar de estas condiciones extremas, su colega de la Nasa Jeanette Epps, confesó que, cuando les tocó abandonar la cueva, se sentía más bien triste.
“Pero luego levanté la vista y... era magnífico”, explicó la astronauta de 48 años.
A su salida, el japonés Onishi reconoció que sus preocupaciones eran mucho más mundanas. “Francamente, me sentía un poco incómodo porque no sabía en qué medida yo olía mal, tras seis días de vida dentro de una cueva”.
“Estaba contento de ver a la gente en la superficie, pero intenté mantenerme alejado de ellos”, bromeó, riendo.
“¡Volveremos el próximo año!”, afirmó Loredana Bessone, quien indicó que astronautas de todo el mundo quieren participar en el programa.
Y aunque la dimensión científica de la aventura cautivó a Alexander Gerst, el regreso a la superficie fue una experiencia igual de intensa. “Uno se da cuenta de que nuestro planeta es muy especial, único en el espacio”.
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