A la hora del crepúsculo, turistas presencian fascinados el hundimiento final de un iceberg que acaba así su viaje desde Groenlandia hasta Terranova, una isla canadiense situada en primera fila del “espectáculo” del deshielo de glaciares.
Otrora epicentro de la pesca de bacalao, la provincia de Terranova y Labrador ahora ve cómo sus tranquilos pueblos costeros bullen con la llegada de hordas de fotógrafos aficionados que han venido a inmortalizar los cada vez más numerosos trozos gigantes de glaciar que desembocan en el este de Canadá al final del invierno.
La abundancia de icebergs que se deslizan hacia el sur ha generado una nueva atracción turística estrechamente vinculada a la aceleración del calentamiento global.
“Mejora de un año a otro. Cerca de 140 autobuses turísticos vienen cada temporada al pueblo, es bueno para la economía”, dice complacido Barry Strickland, un expescador de 58 años convertido en guía turístico en King’s Point, en el norte de Terranova.
Desde hace cuatro años, organiza excursiones relacionadas a estos gigantes de hielo milenarios que pueden alcanzar decenas de metros de altura y pesar cientos de miles de toneladas.
A merced de los vientos y las corrientes, estas efímeras joyas polares realizan un viaje de miles de kilómetros hacia el sur, acercándose a las costas canadienses. En unas pocas semanas, su agua dulce, congelada mucho antes de la contaminación emanada a partir de la Revolución Industrial, volverá al océano.
Las expediciones en la pequeña embarcación de Barry a menudo se llenan durante la “temporada alta de icebergs”, entre mayo y julio, y atraen a esta aldea de 600 habitantes a visitantes de todo el mundo. El más mínimo movimiento de los colosales bloques de hielo se puede rastrear a través de un mapa satelital interactivo puesto en línea por el gobierno provincial.
Deshielo
“No hay gran cosa para hacer para los habitantes de estas pequeñas y aisladas ciudades portuarias, por lo que el turismo es una gran parte de nuestra economía”, explica Devon Chaulk, empleado de una tienda de souvenirs en Elliston, una aldea en 300 habitantes ubicada en la trayectoria del “corredor de icebergs”.
“He vivido aquí toda mi vida, y el aumento del turismo en los últimos 10, 15 años ha sido increíble”, cuenta entusiasmado Chaulk, de 28 años.
El año pasado, más de 500.000 turistas visitaron la provincia de Terranova, la misma cantidad de personas que reside en ella, y contribuyeron con la economía local con cerca de 570 millones de dólares canadienses (432 millones de dólares estadounidenses), según estimaciones del gobierno local.
El turismo ha suplantado parcialmente los ingresos cada vez más bajos de la industria pesquera, en crisis debido a la sobreexplotación del océano a fines del siglo pasado.
Pero detrás de esta locura por los icebergs se esconde una oscura realidad: la aceleración del calentamiento global en el Polo Norte, que favorece la aparición de icebergs pero también hace que su temporada sea cada vez más impredecible, lo que acentúa la precariedad de las industrias que se benefician de ellos.
En Twillingate, un popular destino turístico para los amantes de los icebergs, los visitantes conocen la pequeña tienda de Auk Island Winery, que fabrica licores de bayas silvestres hechas con agua de iceberg.
Riesgo para la navegación
“Las personas vienen para ver los icebergs: vemos la variación del número de turistas de un año a otro en función de la cantidad de icebergs” que aparecen, dice Elizabeth Gleason, empleada de la tienda.
“Este es un buen año, pero el año pasado no tuvimos casi ninguno”, cuenta, al observar de primera mano la precariedad de un turismo basado en fenómenos naturales impredecibles.
El Ártico se calienta tres veces más rápido que el resto del mundo. En junio, Groenlandia experimentó un derretimiento de glaciares inédito para esta época del año, y temperaturas récord fueron registradas cerca del Polo Norte a mediados de julio.
Con los años, los icebergs se adentran cada vez más al sur, creando un riesgo para la navegación comercial en esta ruta marítima que une Europa con América del Norte.
“Nunca había visto un iceberg antes, y entiendo que tiempo atrás no se veían. Es una imagen concreta del calentamiento global, ver icebergs en lugares donde el agua está caliente”, dice Laurent Lucazeau, una turista francesa de 34 años, al volver de una excursión por el mar.
“Es algo misterioso e impresionante, pero sobre todo saber que no deberían estar ahí te hace cuestionarlo. Da un poco de miedo”.