Después de diez años una de ellas salió de la cárcel donde pagaba condenas dictadas por Gadafi.
La vida sosegada de las enfermeras búlgaras

Transcurrieron diez años desde que la enfermera búlgara Valentina Siropolou salió de la cárcel libia donde purgaba dos condenas a muerte dictadas bajo el régimen de Muamar Gadafi; pasó página y disfruta de una vida serena.
“Mi día a día activo me ha permitido olvidar los malos tratos. He aprendido a apreciar más la salud, la libertad, la familia”, afirma esta morena de 58 años.
Se reincorporó a su puesto en el hospital de Pazardjik, una pequeña localidad del sur de Bulgaria. El mismo que ocupaba antes del embrollo por el que ella, cuatro compatriotas suyas y un médico palestino acabaron en las mazmorras de Gadafi, acusados de haber inoculado el virus del sida a más de 400 niños del hospital de Bengasi (este).
“Me secuestraron una noche de 1999”, recuerda Siropolou estremeciéndose.
“Unos hombres me taparon la boca con esparadrapo y me torturaron durante meses: electrochoques, golpes con palos, amenazas con perros. El resto del tiempo me lo pasaba sola en una celda, esperando la muerte”, añade.
Antes del viaje a Libia Siropolou estaba encantada con ir a un servicio de cuidados intensivos para niños, un empleo mucho mejor remunerado que en Bulgaria.
Pero las autoridades libias buscaban a chivos expiatorios para amainar el descontento de Bengasi y optaron por responsabilizar a estos extranjeros del contagio de sida a niños mediante transfusiones sanguíneas.
Después de las torturas en detención provisional, llegó el juicio y la sanción: pena de muerte, confirmada en apelación y más tarde conmutada en cadena perpetua.
Intervención de Sarkozy
El 24 de julio de 2007 se produjo un giro inesperado: un avión oficial francés aterrizó en Trípoli. A bordo iba Cécilia Sarkozy, entonces esposa del presidente francés Nicolas Sarkozy, autorizada a sacar de Libia a los cautivos.
“Cuando los guardianes nos despertaron, temí que me fueran a ejecutar”, cuenta Nassia Nenova, de 52 años, una enfermera de neonatología. “Cuando Cécilia vino para llevarnos, para mí fue como (ver a) la Virgen María”, declara la sexagenaria Valya Chervenyashka.
Se desconoce el papel exacto desempeñado por el ex esposa de antiguo presidente francés en la liberación, pese a la apertura de una comisión de investigación en Francia.
El ex ministro de Relaciones Exteriores búlgaro Solomon Passy aseguró a la AFP que la movilización fue general: los servicios de inteligencia británicos, la ONU, la Unión Europea. “Fue un partido largo disputado hasta el agotamiento por la comunidad internacional, en el que el presidente Sarkozy entró en el minuto 90 para marcar el gol de la victoria”, resume.
Después de la liberación, Francia y la UE dieron las gracias a Catar, lo que desató especulaciones sobre una implicación financiera de Doha. Francia y la UE negaron haber pagado dinero.
Tras la liberación, París y Trípoli firmaron contratos y el coronel Gadafi fue recibido en Francia en diciembre de 2007. Oficialmente Bulgaria se limitó a anular una deuda libia de 56,6 millones de dólares (41,5 millones de euros).
Una vida sencilla
Cada cierto tiempo surgen acusaciones inverificables. En diciembre de 2016 se mencionó la inoculación voluntaria del sida a los niños por altos cargos libios. Esta hipótesis controvertida se basa en una anotación en un carné privado del exjefe del gobierno libio Shukri Ghanem.
En mayo, un antiguo guardaespaldas de Gadafi declaró a la televisión búlgara que Catar pagó, a petición de Francia, 300 millones de dólares a Libia, una afirmación desmentida por un ex emisario de la Unión Europea en Trípoli.
Lejos de las especulaciones, la ex enfermera Kristiana Valtcheva, de 58 años, prefiere centrarse en su pasatiempo: adornar carretas de madera fabricadas por su marido, médico, quien pasó cinco años en la cárcel en Libia por ir en su busca.
El médico palestino Ashraf al Hadjudj reside con su familia en Holanda. Dos enfermeras viven en viviendas donadas por un mecenas búlgaro y las otras tres no han querido habitar en los apartamentos que les ofrecieron.
El torbellino mediático, los proyectos cinematográficos, los libros, los cócteles que siguieron a su liberación dieron paso a una vida sencilla, con la desazón de no haber percibido indemnización por esos ocho años de calvario.
“Nuestras condenas”, recalca Valya Chervenyashka”, siguen vigentes en Libia pero Libia como Estado ya no existe”.
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