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Sábado, 22 Diciembre 2018 - 1:46am

Pelea por los empleos públicos

La corrupción se paseaba rampante por las administraciones.

Universidad del Rosario
Luego del periodo conocido como “La Violencia”, los partidos Liberal y Conservador pactaron el Frente Nacional para alternarse en el gobierno y dividirse la burocracia estatal. Sin embargo, el bipartidismo tuvo matices que afloraron en el inicio de este periodo.
/ Foto: Universidad del Rosario
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La puja por la obtención de los empleos del sector público, ha sido desde el mismo comienzo de nuestra institucionalidad, tema de eterna discusión entre los distintos actores políticos. Durante los primeros años del siglo XX, los dos partidos tradicionales se disputaron el poder y por lo tanto, las mieles de los empleos públicos, que han sido el sustento de la autoridad, aunque esta no haya sido aplicada en muchas ocasiones, con justicia ni equidad.

Durante la primera mitad del siglo XX, los partidos tradicionales colombianos, liberales y conservadores, se alternaron el poder. Los primeros treinta años, fueron llamados “Hegemonía azul”, pues sus gobernantes pertenecían al partido que se ha distinguido por el uso de la bandera de ese color. De hecho, venían controlando el Estado desde finales del siglo anterior, de manera que cuando fueron “desbancados” del poder, por el partido de oposición, completaban 46 años de dominio político. Para las elecciones de 1930, los liberales aspiraban a mantenerse en el poder, por lo menos, durante 50 años, lapso que no alcanzó a cumplirse por la fractura presentada en las elecciones de 1946, cuando nuevamente ascendieron los conservadores.

Esta somera introducción tiene por finalidad contextualizar las condiciones del país y el manejo de la burocracia. De hecho se sabe, o por lo menos se presume, que cuando un grupo político toma posesión, toda la plantilla burocrática, con excepción de los cargos eminentemente técnicos, son ocupados por personal de su filiación política. A raíz del famoso “Bogotazo” de 1948, los líderes de ambos partidos decidieron ponerse de acuerdo para terminar con la violencia partidista que azotaba al país e iniciar un nuevo periodo para consolidar la paz política que tantos muertos ocasionaba por el solo hecho de pertenecer a una divisa política cualquiera.

En la discusión sobre el reparto de los puestos, tanto políticos como burocráticos, se llegó a una solución salomónica llamada “milimetría”, según la cual, el reparto sería equitativo, es decir, la mitad para cada uno de los partidos tradicionales, esto se pactó durante 16 años, al cabo de los cuales se pudo comprobar con efectos prácticos que el experimentó logró los objetivos propuestos.

Pero en los primeros años del siglo pasado,  se presentaban picarescas y algunas veces, indiscretas situaciones en cuanto a nombramientos se trataba, que resultaban ser la comidilla en los cafés y tertuliaderos de las ciudades y pueblos en todo el país. Por esta razón, les traigo a mis lectores las notas publicadas con ocasión de la escogencia, que para ciertos cargos, se hacían en aquellos ya lejanos tiempos. Veamos, en uno de los periódicos de más amplia circulación en el año 42, leíamos: “…antes cuando la primera hegemonía, la oposición vivía pendiente del movimiento de los ciudadanos que eran escogidos para el desempeño de ciertas posiciones oficiales en la administración. El liberalismo, que dicho sea de paso, es una cosa en la oposición y otra en el gobierno, constituía para el conservatismo la espada de Damocles puesta sobre la cabeza de los que por una u otra causa engarzaban en los menesteres presupuestales. Daba qué hacer esa constante  e inflexible escrupulosidad que se gastaba persiguiendo la personalidad de esos agraciados, su competencia, sus modales, sus antecedentes, en fin, la manera general cómo hubiera vivido antes de entrar a acariciar la nómina. Que era político extraordinario, agresivo, guapetón, amigo de pendencias, etc. El partido de oposición se sentía amenazado, veía espantado proyectos de de muerte, vislumbres de exterminio personal de alguno de los sostenedores de esa oposición, y entonces rasgaba sus vestiduras y prorrumpía en protestas acaloradas. En más de una ocasión muchos nombramientos de conservadores eran consultados con liberales como Leandro Cuberos, Manuel José Vargas o Miguel Durán Durán; necesitaban para mantener la tranquilidad en los campos de ese partido. Y cuando el parecer de alguno de estos caballeros, el conservador candidatizado no reunía las condiciones para ofrecerles las garantías que ellos exigían, pues no se nombraba y se atendía la recomendación que tales señores hicieran… de eso somos testigos presenciales”. Hasta aquí la nota periodística que termina argumentando que a partir de ese momento comenzó la decadencia del conservatismo y entró a dominar el corazón del gobierno que así procedía. Recordemos que fueron los años de las reformas del gobierno de López Pumarejo, particularmente de su segundo mandato, cuando el clima de polarización era cada día mayor, entre otras razones por el desarrollo de la segunda guerra que tuvo efectos nefastos sobre la economía del país. En su  primer período había iniciado su ‘Revolución en Marcha’, la que tuvo que abandonar al término de su mandato para enfrentar la ‘contrarrevolución’ iniciada por el partido Conservador y por algunos sectores de su mismo partido.

En la ciudad mientras tanto, la corrupción se paseaba rampante por las administraciones liberales. Por ello, los medios de oposición emprendían feroces editoriales contra lo que consideraban como una persecución partidista, ejemplo de ello, puede leerse en uno de los editoriales de la fecha: “…por eso vemos con estupor que de las administraciones para abajo, en el engranaje oficial, se presentan a la observación ciudadana el soborno, el peculado, la vendetta de la justicia. Son contados los casos excepcionales. La mediocridad, sobre todo, ejerce grandes poderíos en este asunto. Un desarrapado de esos que consigue un puesto, porque tiene fama de matarife o porque le sirve de guardaespaldas a cualquier cabecilla de salón o de barrio, al posesionarlo en cualquier escondrijo del gobierno se vuelve una fiera como perseguidor de conservadores, de ciudadanos que no los apoyan en sus fechorías, que no comulgan con esos sistemas de crimen disfrazado de bondad. Cuando se prescinda de todos esos elementos corrompidos y los llamados dirigentes se amolden a la realidad  de la vida republicana de Colombia podremos ver la renovación y como consecuencia el éxito de todos sus habitantes”.

Y pensar que esos problemas eran resultado de las ansias de poder de algunos dirigentes que podían arreglarse conciliando sus intereses personales por el beneficio colectivo.

Por: Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

La Opinión

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