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Sábado, 28 Noviembre 2015 - 12:01am

El Seminario Menor de Cúcuta

La ceremonia inicial culminó con una recepción social ofrecida por la curia diocesana a los prelados visitantes y a todas las personas.

Desde el mismo momento de la creación de la diócesis de Cúcuta y según lo estipulaba la misma Bula del papa Pío XII, en la que el pontífice había determinado, “queremos que el obispo de Cúcuta funde lo más pronto posible un seminario menor, según las normas establecidas por el derecho canónico”, uno de los objetivos que se propuso el nuevo obispo, Luis Pérez Hernández fue impulsar las vocaciones, sin embargo, su trabajo apostólico no le alcanzó para dar inicio a las actividades materiales y le cupo el honor a su sucesor, el excelso obispo Pablo Correa León,  quien realizó la bendición de la primera piedra del que posteriormente sería el Seminario Menor de Cúcuta, el 29 de agosto de 1961. 

Ambos prelados siguieron las instrucciones consignadas en el canon 1534 del catolicismo en el que se lee que “todas las diócesis deben tener en un lugar conveniente, escogido por el obispo, su seminario o colegio en el cual, conforme a las posibilidades y amplitud de la diócesis, se forme cierto número de jóvenes para el estado clerical.”

Luego de cinco años, durante los cuales se fueron realizando los estudios y ajustes necesarios para obtener las autorizaciones correspondientes y con ocasión de la celebración de los primeros diez años de la fundación de la diócesis, el 26 de mayo de 1966 se inauguró, con toda la solemnidad y la pompa que caracteriza a la iglesia católica, el Seminario Diocesano, rodeado por todo su clero, por los benefactores del seminario, los alumnos acompañados de sus padres y de los excelentísimos señores, arzobispo de Nueva Pamplona y obispos de Bucaramanga, Barranca, Ocaña y San Cristóbal y el señor prelado Nullius  del Catatumbo. Este último, para mayor conocimiento de mis lectores, es un cargo similar al del obispo, a cargo de un territorio, no establecido como diócesis, en el cual realiza todo lo que es jurisdicción de un obispo, excepto lo propio del orden episcopal. Fue convertida en la diócesis de Tibú, en 1998 por el papa Juan Pablo II, doce años después que esta región fuese elevada a la condición de municipio.

A la inauguración del Seminario, asistieron además de los anteriormente mencionados, las primeras autoridades del departamento y del municipio, así como los comandantes de los cuerpos armados acantonados en el lugar. En las instalaciones del seminario, donde además se estrenaba la capilla y el oratorio, se cumplió el acto inaugural en el cual, el punto central es la concelebración de una misa por los siete prelados asistentes, número sacro que recuerda los siete dones del Espíritu Santo. En el primer sermón oficiado en el seminario, el obispo Pablo Correa se dirigió a los participantes con unas bellas palabras de las cuales extractamos algunos apartes: “Es este un acto de trascendencia suma en la vida religiosa de una diócesis y en la vida cultural de un pueblo. La palabra seminario viene del latín y significa semillero; es allí donde la Iglesia cuida con mano delicada por lo maternal, la semilla divina de la vocación al santuario que Dios providente, va sembrando en el corazón de los niños y jóvenes generoso
s que sienten en su ser desde la primavera de la vida el ideal de consagrarse a Dios, a quien servir es reinar. Acto de trascendencia para la vida religiosa de una diócesis, sin sacerdotes no hay predicación, origen de la fe, sin sacerdotes no hay culto divino para honrar a Dios, el sacerdote encarna el evangelio y su sola presencia es la promulgación del decálogo. El seminario es fuente de cultura. La Iglesia exige al sacerdote grandes y prolijos estudios en humanidades, ciencia, historia eclesiástica y profana, así como derecho, liturgia, oratoria y lenguas clásicas y modernas.” 

La ceremonia inicial culminó con una recepción social ofrecida por la curia diocesana a los prelados visitantes y a todas las personas e instituciones que contribuyeron desinteresadamente a la obra.

Siguiendo el protocolo establecido por la Iglesia, el día de la iniciación de labores, el obispo de la ciudad expidió el decreto que corresponde a la erección canónica del Seminario Menor de Cúcuta, decreto refrendado por el Canciller de la Diócesis, el recordado padre Carlos Martínez. En el decreto se hace alusión a las normas recientemente modificadas por el Concilio Vaticano II, en las cuales establece que en estos establecimientos “su género de vida sea la conveniente a la edad, espíritu y evolución de los adolescentes y conforme a las normas de la sana psicología, sin olvidar la experiencia de las cosas humanas y la relación con la familia y que los estudios se organicen de modo que puedan continuarlos, sin perjuicio, en otras instituciones si cambia de género de vida. A partir de estos preceptos, el seminario queda facultado para impartir enseñanza secundaria a todos los jóvenes de la ciudad y el territorio de la diócesis, siguiendo el “pensum oficial”, esto es, el establecido por el Ministerio de Educa
ción Nacional, de manera que los alumnos que demuestren inclinaciones y aptitudes para el sacerdocio, puedan continuar sus estudios propiamente eclesiásticos en un seminario mayor y los demás, quedan intelectual y moralmente formados para servir en el laicado como cristianos integrales. El decreto también establece, que de acuerdo con el canon 100, se le concede personería moral eclesiástica, lo cual le permite ser reconocido como institución de educación religiosa y recibir todos los beneficios que para tal fin están definidos en la Iglesia Católica.

Para ese primer año de labores, el colegio tenía abierto tres cursos; quinto de primaria, primero y segundo de bachillerato, en los cuales se matricularon cuarenta y ocho estudiantes y que se consideran los alumnos fundadores. Al final de la crónica se muestra la fotografía de estos colegiales, en compañía del obispo Pablo Correa León, del rector y vice-rector, sacerdotes Eduardo Trujillo y Guillermo González, de los profesores seminaristas Enrique Botello y Gonzalo Pérez y el director espiritual, padre Ignacio Latorre. Entre los fundadores, sólo nombraré algunos, por razón de las restricciones de espacio y espero me excusen quienes no sean nombrados. Entre otros estaban, en quinto año, Antonio Vicente Granados, Carlos Humberto Montañez, Pablo Emilio Vanegas y Luis Carlos Lázaro; en primero, David y Eduardo Almeida, Álvaro y Antonio Ochoa y Daniel Terán. En segundo de bachillerato y quienes serían los primeros Bachilleres; de este grupo inicial de 16 estudiante terminaron 13, entre quienes figuran, Emel Arévalo y Germán Eduardo Parra, quienes serían los primeros sacerdotes egresados, Hugo Álvarez, los ingenieros Alfonso Palacios y Álvaro Castro, profesionales en diferentes especialidades como Kiko Vargas, Ramón Vidal, Eduardo Peñaranda, Jaime Chaparro, Rafael  Botello y el abogado agropecuario Pedro Roa.  De este grupo, dos fallecidos, Aníbal Díaz y José Rafael Balaguera.

*Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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