La "Fábrica de Hormas Ítalo-Colombiana" y la “Fábrica de cadenas y joyas de fantasía Colamco”, tuvieron un paso fugaz por Cúcuta.
Dos nuevas empresas en 1950
Por su ubicación geopolítica, Cúcuta ha sido siempre tierra fértil para los negocios. Desde épocas pretéritas, estos valles fueron atractivo para el desarrollo de actividades mercantiles de todo tipo, por su cercanía equidistante del mar y del interior, aprovechando la cuenca del Catatumbo y la cercanía del Lago de Maracaibo. Desde hace muchos años he sostenido que la miopía dirigencial ha impedido un progreso mayor y que ahora, con los vaivenes de la política fronteriza, se ha vuelto imposible.
Durante los años de mitad del siglo 20, cuando la bonanza económica comenzaba a despuntar, nacionales y extranjeros comenzaron a interesarse por la región, para instalarse y desarrollar sus actividades. Hoy les traigo dos ejemplos, que aunque no permanecieron mucho tiempo, si muestran la visión y el interés que mostraron algunos extranjeros al instalarse en la ciudad, con dos empresas, novedosas entonces. La primera, en apoyo a la naciente industria del calzado, es la “Fábrica de Hormas Ítalo-Colombiana” de los italianos Luciano Salvino y su socio de apellido Calcagnino. Estaba localizada en la avenida séptima, diagonal a la estación Cúcuta del Ferrocarril, donde hoy queda la Terminal de Transportes. La construcción era un galpón industrial de mil metros cuadrados, con las especificaciones propias de la época, columnas en cemento armado, pisos del mismo material y una cubierta en tejas de asbesto cemento, en definitiva, una de las construcciones industriales más modernas del momento. El equipamiento no era menos moderno; la maquinaria y el equipo eran en su conjunto, traído de Italia y lo componía una cadena ultra moderna de 25 máquinas con sus respectivos motores eléctricos, dedicados a la ‘evaporación’ de la madera, operación previa al secado, que hasta hace algunos años se realizaba para la fabricación de hormas en madera.
La madera utilizada entonces era de ‘Jagua’ y ‘Yaya’, la mayor parte de ellas traídas de las selvas del Catatumbo y de los llanos orientales de Colombia. Esta operación quedó descontinuada con la aparición el polietileno, que es la materia prima que se utiliza actualmente para la elaboración de este producto, absolutamente necesario para la fabricación del calzado y que entre otras cosas, contribuye con la conservación del ambiente. La sección de producción estaba equipada con dos sierras eléctricas modelo 50 para la preparación de los bloques de madera que irían al primer torno de desbaste, en el cual se daba el paso inicial para perfilar las hormas; de allí pasaban a los dos tornos pantógrafos de alta precisión en los que se refilaba el producto, antes de pasar a la fase final de terminado, rotulado y marcado. Según los empresarios estos últimos tornos eran “brevetados”, muy escasos y los únicos que existían en América, además de costosos, pues estaban avaluados, según sus facturas en $14.000 dólares cada uno, que eran una pequeña fortuna. El resto de los implementos lo constituía una troqueladora mecánica, una cortadora eléctrica para láminas metálicas, una atornilladora eléctrica, taladros, lijadoras, afiladoras, ribeteadoras, punzonadoras y esmeriladoras, así como todas las herramientas manuales de apoyo a la industria. La capacidad de la planta, según estimaciones de la empresa era de 200 pares de hormas diarias, cantidad que tenían la oportunidad de abastecer las pocas fábricas que había en ese momento en la ciudad y ofrecer alguna cantidad a las fábricas del interior del país. No tengo la información de cuánto tiempo funcionó esta fábrica pero sí recuerdo que en alguna oportunidad, don Luis Enrique Mejía, el propietario de Hormas Mejía, me hizo el comentario que las primeras máquinas las había adquirido en Cúcuta a un empresario que había cerrado su empresa recientemente, en la década de los sesenta o finales de los cincuenta.
Otra empresa que tuvo una fugaz fulguración en el escenario regional fue la “Fábrica de cadenas y joyas de fantasía Colamco”. Sigla que significaba, Colombia American Machine & Findings Co. Ltda. Producían las alhajas de fantasía con la marca Lemuria. Se dieron a conocer en la Gran Exposición de Cartagena del año 1950, una de las precursoras de las ferias exposiciones que hoy se realiza en Corferias, en la ciudad capital. Los talleres estaban situados en el barrio Los Sauces y era de propiedad de los socios O. Fleischmann, ingeniero mecánico norteamericano, encargado de la producción, experto en el manejo y mantenimiento de la maquinaria, Enrique Simenauer, técnico alemán quien gestionaba la logística y Marcos Moscovith, colombiano, quien manejaba todo el engranaje comercial. A ellos se les sumaba como diseñador y fabricante de la troquelería, el ingeniero Danés H.B. Hensen, quien construía los implementos y los aditamentos necesarios para el normal funcionamiento de la planta, además de otros artículos, diferentes a las prendas de joyería, aprovechando las capacidades extras de la maquinaria. La empresa también elaboraba, pero en menores cantidades, joyas en oro, plata y otros metales preciosos, sin que esa fuera su prioridad. La maquinaria era en parte importada, aquella cuya tecnología no era empleada en el país, pero las más sencillas y las complementarias, se fabricaban en la ciudad con la colaboración de los talleres metal mecánicos existentes.
Sus instalaciones le permitían fabricar grandes cantidades de las más bellas prendas, entre las que se destacaban, pulseras, zarcillos prendedores, cadenas de distintos tipos y tamaños, dijes, esclavas, llaveros, candongas, todas ellas de última moda y que constituyeron una verdadera novedad en la exposición de Cartagena. Las críticas fueron enteramente positivas, pues se consideraba que las joyas eran idénticas a las europeas y americanas o tal vez, superiores si se considera que la empresa tuvo que soportar varios inconvenientes con las autoridades aduaneras del país, pues en más de una ocasión se negaron a creer que tales artículos de fantasía fueran producidos en Colombia, a pesar que los despachos llevaran las comprobaciones y los tiquetes de que eran fabricados en Cúcuta. Los talleres Colamco, como arriba mencionábamos, tenía una sección adicional a la fabricación de joyas, se elaboraban toda clase de productos en papel mantequillado para la industria panificadora, bizcochería y dulcería, así como vasos desechables y la gama completa de envolturas para la industria alimenticia. Al igual que la anterior, la empresa desapareció sin dejar mayor constancia del por qué, el cómo y el cuándo.
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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